Capítulo 18

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Cuando por fin llegó el viernes por la noche, descubrí decepcionada que no tenía plan. Gabriela había quedado con Hugo para ir al cine y, aunque me invitó a acompañarlos, no estaba muy dispuesta. Laura y Álvaro pensaban salir solos y Kobalsky tenía ensayo con el grupo. Podía haber revisado mi agenda y quedar con la gente que hacia tiempo no veía, pero no tenía tantas ganas de salir como para eso. Me había resignado a pasar la noche viendo una pelo y cenando unas suculentas fajitas de pollo en soledad, ya que Eduardo y mi madre tenían una fiesta, cuando oí un mensaje en el móvil. Llegué hasta él todo lo rápido que pude para descubrir con sorpresa que era de charlie.

Nos han dejado más tirados que una colilla. Te tomas algo?

Si estás dispuesto a moverte a dos metros por hora...

No me importa, guapa. Así, aunque te aburras, no podrás salir corriendo. 

:-) A las 9 en mi casa?

Hecho. Te doy un toque al telefonillo.

Las fajitas y la pelo podían esperar a un mejor momento. Subí encantada a cambiarme. Me dejé puestos los mismos jeans, ya que no eran muchos los que me entraban con la venda en la pierna, me puse otra camiseta y me pinté mínimamente. No tenía sentido arreglarse más si no íbamos a dar más que una vuelta. A las nueve menos diez sonó el timbre, pero ya llevaba más de quince minutos preparada, así que bajé enseguida.
—¿A dónde vamos? —preguntó después de darme dos besos mirando con fastidio mi muleta—. No tengo coche...
—¿Ya cenaste? Podemos tomar algo en el lugar ese de las patatas.
Solo estaba a dos calles de mi casa y servían unas botanas de miedo. Además, solía cerrar tarde, así que era perfecto.
—Genial.
Charlie no paraba de hablar. Se había ganado el mote a conciencia, no había duda, pero era gracioso. Tal vez sobraban algunos cuantos chistes con disimulado acento andaluz, con uno o dos habría sido suficiente, aunque varias veces estuvo a punto de hacerme echar la coca-cola por la nariz de la risa contándome las rarezas de algunos estudiantes y profesores de su Facultad de Periodismo. Estaba recuperándome de uno de esos ataques cuando vi a Kobalsky entrar por la puerta. Le hice señas con la mano y se dirigió hacia nosotros entre la gente. Detrás iban Morgan y Oliver.
—Esa es la chava del concierto, ¿verdad? —susurro Charlie en mi oído cuando la vio acercarse—. ¡Presentamela, por Dios! Está buenísima.
Tenía razón. Iba sin pintar, con unos jeans y una sencilla camisa de cuadros, pero casi estaba así más guapa. Además, parecía muy inteligente, era simpatiquísima y cantaba bien. Lo tenía todo. Oliver llevaba un suéter de lana gruesa gris que combinaba con sus ojos. Juntos parecían sacados de un catalogo.
—No les importa que nos sentemos con ustedes, ¿verdad? —dijo Kobalsky plantándose a mi lado sin esperar a que respondiéramos. Hice las presentaciones oportunas y nos apretamos en la mesa para hacerles sitio.
—Ufff, necesito algo calientito cuanto antes —comentó Morgan llevándose la mano al cuello—. Hemos ensayado muchas horas y no tengo voz.
—¿Ensayan todas las semanas? —Charlie se dirigió exclusivamente a Morgan, que se había sentado a su lado.
—Sí. Aveces incluso más, si tenemos alguna actuación. El problema es que yo no siempre puedo, por el trabajo.
—¿Es que trabajas?
—Por las mañanas estoy con las practicas de Magisterio y por las tardes doy clases de música en colegios.
A cada respuesta de Morgan, Charlie parecía derretirse y su interrogatorio se alargó hasta que el camarero les sirvió la cena: una ensalada sin aderezo para Kobalsky, una hamburguesa con una generosa ración de patatas para Morgan y una crema de verduras para Oliver. Si hubiera tenido que adivinar en un concurso para quién era cada plato, jamás habría acertado.
Charlie monopolizó la conversación. La verdad es que el chico se esmeró y Morgan se atragantó varias veces con las carcajadas. Tenía una risa muy contagiosa, de esas que empiezan como una explosión, y al final terminamos todos atacados. Incluso a Oliver se le saltó alguna lágrima.
—Por cierto —Kobalsky me pellizcó por debajo de la mesa —, se me había olvidado comentarles que estamos hablando en el instituto de hacer una fiesta para recaudar fondos para el viaje de fin de curso. Había pensado que podíamos dar un concierto.
Oliver lo fusiló con la mirada.
—¿Un concierto? ¿En el instituto?
—No, no —respondió Kobalsky revolviéndose en la silla—. En un bar. Podía ser en El Escondite...
Morgan y Oliver se cruzaron variar miradas.
—A mi no me parece mal —dijo Morgan—. Incluso podría venirnos bien. Lo mismo de ahí nos sale alguna otra actuación...
—¿Cuándo seria? —preguntó Oliver con cierta aspereza.
Era evidente que la idea no le emocionaba.
—No lo sé —Kobalsky no apartaba de mí los ojos, como si esperaba a que yo tomara la palabra.
—No tengo idea —respondí inhibida—. Supongo que... después de las Navidades, o quizá mejor en febrero, ¿no?
—Anda, Ol, non pongas esa cara —Morgan le golpeo cariñosamente en la mejilla—. Al fin y al cabo, también es tu viaje, ¿no?
—¿Mi viaje? Yo no voy a ir...
—¿Por qué no? ¡Mira que eres antipático! ¿Y a dónde van?
  —Aun no sabemos. Todo dependerá del dinero que consigamos...
—Pues está decidido —concluyó dando una palmada—. Kobalsky y yo estamos de acuerdo, y seguro que a Marek le parece bien. Así que lo siento, pero ganamos por mayoría.
Oliver levantó las manos, como indicando que se rendía y no iba a llevarles la contraria. Kobalsky me golpeó disimuladamente con el codo. Tenía una gran sonrisa de satisfacción. Creo que, al igual que yo, pensaba que la respuesta iba a ser muy distinta.
—Bueno, pues yo me voy —dijo Oliver levantándose.
—¿Ya? —Morgan se mostró desencantada —. ¡Ni te habrás enfadado! Anda, quédate un ratito más... Si estamos tan a gusto...
—No, no le enojé, pero me abro. Tengo cosas que hacer mañana. Quédate tú.
—¿Te quieres llevar mi coche? —tardó un rato en encontrar las llaves en su bolso para tendérselas a Oliver.
—Estoy al lado de casa. Me voy dando un paseo.
—Yo también me piro —dijo Kobalsky. Desde luego, si no quería que Charlie me odiara de por vida, no iba a quedarme con ellos.
—Pues yo también aprovecho... —añadí.
—¿Tú también te vas? —pregunto Morgan dirigiéndose a Charlie y frunciendo los labios.
—¿Yo? ¡Qué va! ¡Qué hago yo a estas horas en mi casa! Yo me quedo todo lo que tú quieras.
Charlie nos despidió con una sonrisa que no le cabía en la cara. Me sorprendió que Kobalsky le diera un abrazo a Morgan y que Oliver no tuviera siquiera intención de acercarse a ella y simplemente soltara: "Hablamos". Sin embargo, ella se volvió cuando él pasó y le lanzó un beso mientras decía: " Adiós, guapo".
Hacía frío afuera. Había olvidado coger los guantes y la mano de la muleta se me estaba congelando. Kobalsky me dejó loa suyos. Aunque me quedaran gigantes, se lo agradecí enormemente.
—Bueno, yo los dejo aquí —dijo cuando llegamos al cruce donde él tenía que desviarse—. Quedate los guantes y me los devuelves el lunes.
—Eres un cielo —me despedí con un abrazo y un fuerte beso en la mejilla—. ¿No te da miedo ir tú solo? No hay ni un alma.
—¿No crees que tendrán más miedo los demás de cruzarse conmigo? —pregunto con voz burlona. La verdad es que, si yo tuviera que atacar a alguien, no elegiría precisamente a Kobalsky como víctima.
Oliver y yo seguimos camino a casa. Él canturreaba y yo iba enfrascada en mis pensamientos. Me preguntaba si l daba igual que Morgan se hubiera quedado con Charlie. Aunque no fuera nada de otro mundo, el chaval era un encanto y no era tan descabellado que en un momento dado pudiera surgir algo entre ellos. ¿Acaso estaba tan seguro de ella que no tenía ni la más mínima duda?
—El otro día no te di las gracias —me sorprendió que fuera él quien iniciara la conversación.
—¿Las gracias? ¿Por qué?
—Por guardar la navaja. Fran quería que se la diera. Me habría metido en un buen lío si la llego a tener...
—No te preocupes, no fue nada —no sé si me lo habría agradecido del mismo modo de haber sabido que se la quité por miedo a que hiriera al otro chico.
—¿Qué te dijo Fran en el despacho?
Dudé un momento. En realidad, no me había contado nada importante y me daba vergüenza confesarle que no le había sacado de su error al pensar que estábamos juntos.
—Nada. Más bien fui yo la que hablo. Le expliqué lo que había pasado, que tú no tenías la culpa.
—Ya...
—¿Por qué tu no te defendiste? ¿Por qué lo le dijiste que habían empezado ellos? —me miró extrañado hasta que pareció entender que había escuchado toda la conversación a través de la puerta. Se encogió de hombros y añadió:
—A él le da igual quién empezara.
—No lo creo. Dijo que te aprecia, y estoy segura de que es verdad.
Sonrió con escepticismo.
—Eso no tiene que ver con que él me aprecie o no. No debería haberme entrometido. La cagué y ya está...—negó con la cabeza.
—Es por lo que dijo el juez, ¿verdad?
Me miró tan fijamente que sentí que me atravesaba. Me arrepentí enseguida de haber dicho eso. Sin embargo, poco a poco en su vara se fue dibujando una sonrisa burlona.
—¿Qué tiene mi vida que te interna tanto?
—Bueno... Supongo que los amigos se cuentan cosas, ¿no?
—¿¿Amigos?? —si le hubiera insultado, no creo que se hubiera sorprendido tanto.
—S-sí, amigos, ¿qué te parece tan raro?
—¿No crees que es una palabra que nos viene un poco grande? No sabes nada de mí...
—Bueno... puede que no haga mucho que nos conocemos, pero creo que hemos hecho bastantes cosas el uno por el otro, ¿no? Se puede decir que tú me salvaste la vida al llamar a Urgencias y yo..., en fin, he intentado ayudarte con lo de tus problemas de memoria y la navaja...
Era absurdo. ¿Qué hacia intentado convencerle de nada?
—¿Y sólo por eso crees que te puedes fiar de mí? —me taladró de nuevo con la mirada. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me invadió la misma sensación de desconfianza que tuve cuando hablé con él por primera vez para pedirme las herramientas.
—N-no lo sé. ¿Por qué no debería fiarme?
Sin apenas darme cuenta, habíamos llegado a la puerta trasera de la urbanización. Oliver abrió con la llave y nos adentramos en el camino de césped que comunicaba la piscina y el parque infantil con los portales. No solía entrar por ahí. Estaba muy oscuro, pues en invierno sólo encendían una farola sí y otra no. No me habría atrevido a cruzar esa semioscuridad yo sola. Fue un alivio que Oliver estuviera allí. Dijera lo que dijera, confiaba en él.
—¿No te has preguntado que pasó, por qué se quemó mi casa?
Me limité a asentir nerviosa mientras mi mente intentaba procesar toda la información que tenía.
—¿Y si te dijera que... la quemé yo?
Se paró en seco para analizar mi reacción, pero sólo pude tragar saliva y preguntar con un hilo de voz.
—¿Lo hiciste?
Intenté sostenerle la mirada, aunque la intensidad de sus ojos grises me quemaba.
—¿Quieres saber la verdad?
Asentí expectante.
—No lo sé... —respondió.
—¿Cómo que no lo sabes? —pregunté perpleja. Él me miró de nuevo, como si sopesara si debía seguir hablando. Tras un instante, respiró hondo y continuó:
—No me acuerdo. Después de saltar, tuvieron que reanimarme. Recuerdo perfectamente la sensación de dolor y me deseaba con todas mis fuerzas que me dejaran morir. Lo siguiente que sé es que desperté en un hospital. Me tenían tan drogado que todo EA como una nebulosa. Según el informe médico, estuve mucho tiempo en coma, pero en cuanto me recuperé un poco, me mandaron a un centro terapéutico.
—¿Un centro terapéutico? Eso es un psiquiátrico, ¿no? ¿Por qué te llevaron allí?
—¿A donde crees que van los pirómanos suicidas?
Aquello me cayó como un jarro de agua fría.
—T-tú... ¿te intentaste suicidar?
—Eso parece.
—¿Cómo que...? ¿Es que no te acuerdas? ¡Pero eso es imposible! ¿Cómo no vas a saber que te querías morir? A una persona no le da por suicidarse de un día para otro. Tendrías que llevar algún tiempo deprimido. No sé, tu familia o tus amigos lo habrían notado...
Me miró con un brillo extraño en los ojos.
—No estaba en mi mejor momento, eso lo tengo claro. Pero otras veces me había hundido de verdad, como cuando murió mi madre o mi abuela, y ahí si que pensé en... —sacudió la cabeza como si quisiera borrar un mal pensamiento—. Pero esa vez... esa vez, aunque las cosas eran complicadas, no me encontraba tan mal... O al menos eso creía. Si fui capaz de hacer aquello y no me acuerdo, ¿cómo puedo estar seguro de que no soy un peligro para mí y para los demás?
Mi mente intentaba procesar toda aquella información y encontrar algo adecuado que decir, pero era inútil. Estaba demasiado impactada.
—Sin embargo —continuó mientras abría la puerta del portal para dejarme pasar—, el otro día en casa de tu tía recordé la sensación de terror, de angustia, de desesperación... Tenía miedo, pero porque pensaba que iba a morir y no quería. Quería escapar.
—Pues entonces ya sabes que se equivocaron. Tal vez fuera un incendio casual, por el gas o por cualquier cosa, y pensaron que habías sido tú.
—Tal vez... pero hay un problema.
—¿Cuál?
—Que había gasolina por todas partes. Fue un incendio provocado.
Nos miramos en silencio, que sólo se rompió con el ding-dong del ascensor. Poco a poco la información iba calando en mi cerebro, como si se hubiera quedado colapsada en la parte estrecha de un embudo y gota a gota se fuera filtrando.
—De todos modos —dije cuando se abrieron las puertas en nuestro descansillo—, eso ocurrió hace dos años. Aunque hubieras sido tú, ahora ya todo es distinto, ahora eres una persona..., no sé, normal. No puedes arrastrarlo toda la vida, ¿no?
Soltó una carcajada de escepticismo mientras abría la puerta de su casa.
—Ojalá fuera tan fácil... Aun estoy en libertad condicional.
—¿Qué significa eso?
—Pues que sigo siendo un delincuente, sólo que , por buen comportamiento, ya no tengo que estar en el centro. Estoy incapacitado y no puedo hacer nada sin permiso de mi tutor ni del juez, como si fuera un niño.
—¡Pero si estás viviendo solo!
—Bueno, sí, pero en teoría no podría... ¿Vas a pasar? —preguntó extrañado al ver que lo seguía al interior de su casa.
—Bueno... sólo un minuto... —no podía irme sin concluir esa conversación. Necesitaba dar respuesta a todas mis dudas.
Nunca hubiera esperado encontrarme lo que vi cuando encendió la luz. Los muebles estaban cubiertos con sábanas y plásticos y, por el polvo acumulado, resultaba evidente que hacía mucho tiempo que nadie se molestaba en poner orden. Era como el salón de una casa abandonada. Me estremecí al pensar que Oliver se pasaba los días solo en un lugar tan frío y deshumanizado. Nadie debería vivir en un sitio así. Era demasiado triste e inquietante. Costaba creer que ese salón fuera igual que el mío, tan cálido y acogedor.
Dos casas cercanas pero opuestas, una diáfana y abierta, y la otra oscura, cerrada y con secretos escondidos. Como Oliver, como yo. Dos mundos cercanos, pero difíciles de conjugar. Me encogí en el abrigo para intentar aliviar la sensación de frío que me había invadido.
Me acerqué lentamente al piano que había junto a la ventana. La escena era tan fantasmal, que no me habría sorprendido que hubiera empezado a sonar solo. Levanté parte de la tela que lo cubría.
—¿Sabes tocar? —pregunté deslizando la mano sobre la tapa del teclado.
—No, la verdad es que no. Lo uso para impresionar a las chicas. La pena es que no sea de cola, porque entonces hasta podría tirarmelas encima... o debajo.
Obviamente bromeaba, pero le sonrojé. ¿Sería boba? Traté de reconducir la conversación.
—Pero ¿tú no vives aquí?
—Arriba —señaló el piso superior y comenzó a subir por la escalera.
El contraste entre las dos plantas era sorprendente. Aunque había cierto desorden, olía bien y su cuarto estaba más o menos limpio, sobre todo teniendo en cuenta que era un chico y vivía solo. Su dormitorio era bastante más grande que el mío. Ocupaba toda la planta, mientras que madre habían dividido el ático en dos habitaciones.
A pesar de que la decoración era muy básica, resultaba acogedor. En las paredes, colgaban partituras, entradas de conciertos y gran cantidad de fotos. En muchas de ellas salían Morgan y Kobalsky. En una esquina tenía una computadora conectada a un gran teclado y lo que parecía una mesa de mezcla. Junto a él, descansaba una guitarra eléctrica con su amplificador.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó mirando el interior de una pequeña nevera situada junto a la cama. Se había quitado la cazadora y el suéter para quedarse en una camiseta blanca de manga corta que resaltaba sobre su oscura piel—. No tengo mucho, la verdad: coca-cola, agua...
—No, no quiero nada, gracias. ¿Y que es es lo que no puedes hacer exactamente por estar incapacitado? —no quería dejar escapar la oportunidad de que me contara todo. Deposité el abrigo y la chaqueta en una silla y me senté en la cama para poder estirar la pierna.
—Pues nada... Es como si fuera menor de edad. No puedo salir del país sin permiso, ni sacar más dinero del banco del que mi tutor me permite... Cualquier compra o movimiento en la cuenta me lo tiene que autorizar. Tampoco puedo contratar una línea de de teléfono sin autorización... ni tomar mis propias decisiones... No puedo postularme para alcalde o casarme, por ejemplo.
No pude reprimir una sonrisa. Yo no había quedado nada, pero mi situación no era mucho mejor. Tampoco yo podría casarme sin permiso.
—¿Y hasta cuándo? ¿Cuándo se supone que vuelves a ser mayor de edad?
—Si todo va bien, en mayo —abrió una lata de coca-cola y se sentó en el suelo, años pues de la cama.
—No queda tanto. Sólo cinco meses.
—Eso si los informes están bien.
—¿Y quién hace esos informes? —sentía la boca seca. Me arrepentí de no haber aceptado nada para beber.
—Pues uno de ellos lo tiene que presentar el instituto. Por eso lo del otro día fue una cagada... —mientras hablaba, apretaba y soltaba una pelotita antiestrés que había encontrado en el suelo. Las serpientes de sus tatuaje parecían moverse cada vez que el bíceps se tensaba—. Oteo, el psiquiatra; y otro, el trabajador social.
—¿Y si todos son favorables, se acabó?
—Se acabó —sus ojos chispearon—. Otra vez seria libre.
—¿Y quién es tu tutor? ¿Tu abuelo?
—Sí, por desgracia.
La pregunta no pareció gustarle del todo pero, ya que estábamos...
—¿Y cómo va lo del psiquiatra y el trabajo social?
—Eso muy bien. El único problema es el instituto. No sé qué hará Fran ahora...
No podía desviar la vista de su brazo. Había algo seductor en aquellos músculos que se contraían y relajaban rítmicamente, aunque no se le marcaban tanto como cuando sostenía a Morgan en vilo.
—¿Qué te parece? —le dio otro sorbo a la lata y una gota le resbaló por la comisura de los labios para desaparecer cuello abajo. ¿Por qué me resultaba tan sensual? ¿Sería el calor?
—¿Qué me parece el qué?
—Estar en una habitación con un suicida pirómano incapacitado.
—Pues no sé... Es evidente que ahora estas muy bien —¿me estaba volviendo idiota o qué?—. Quiero decir que... pasara lo que pasara en su momento, está claro que ahora no harías ninguna tontería, así que tienen que darte la libertad. Seguro que Fran hace un informe favorable. Y si no, tienes a la Miss para... para que la convenza.
Me miró divertido.
—¿Otra vez con el remita de la Miss?
—A mi me da igual —no pude evitar sonrojarme un poco—. Entiendo que hagas cualquier cosa para que esto te salga bien...
—¿Cualquier cosa? ¿Cómo tirármela? —preguntó burlonamnete.
—Oye..., ahora sí que te acepto una coca-cola. Hace muchísimo calor.
—Espera. Voy a bajar un poco la calefacción. Todos los radiadores de abajo están cerrados y el calor se concentra aquí... Toma lo que quieras —desapareció por la escalera.
Debía irme a casa cuanto antes. Conocía perfectamente esa sensación de aleteo en el estómago. Era como una señal de alarma. Pero sabía que no iba a hacerlo. Por desgracia, era muy débil para luchar contra ciertas cosas, y ésta era una de ellas. Si había algo peor en mundo que el hecho de que me gustara Álvaro, era que me gustara Oliver. ¿Cómo era posible que no me echara para atrás después de todo lo que me había contado? Al contrario. Por alguna estúpida razón, eso lo hacía aún más atractivo.
—Ya está —regresó y se sentó de nuevo a los pues de la cama—. ¿Por dónde íbamos?
—Con la Miss...
—Ah, es verdad, tu tema preferido. Así que crees que me la tiro para que haga un buen informe. ¿Ésas son todas las posibilidades que se te ocurren?
—¿Qué quieres decir?
—A lo mejor es por amor... —sugirió.
—No. No cuadra.
—Ya... O porque quiero que me apruebe Lengua...
—Te vendrías por muy poco, de ser así.
—Osea, que si es por el informe, te parece bien, pero si es por Lengua, no. ¡Qué complicada eres!
—No es lo mismo pagar en carne por una asignatura que por tu libertad, ¿no?
—Lo peor de todo es que hablas en serio... —frunció el ceño—. Vale, pongamos que lo hago por el informe, ¿que gana ella acostándose conmigo?
Hasta donde yo sabia, Morgan era la única persona que podía contestar a esa pregunta, aunque no hacía falta mucho esfuerzo para imaginarse todas las razones que podía aducir.
—Eres joven... Seguro que eres más ágil que los hombres de su edad, y eso en la cama cuenta.
No pudo reprimir una carcajada.
—¿Sabes? Empiezo a estar un poco harto de que hablemos de mi vida sexual sin recibir nada a cambio... —tal vez fueran imaginaciones mías, pero juraría que los ojos le centellaron.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que ahora que, como tú dices, somos "amigos", también tendrías que contarme algo.
—No hay nada interesante que debas saber —por desgracia, era totalmente cierto.
—¿Nada? Todos tenemos secretos. Ahora sabes algunos de los míos. Cuéntame los tuyos.
—No tengo ninguno. No tengo un pasado turbio ni ando acostándome por ahí con profes.
—¿Ah, no? ¿Y con quién te acuestas entonces?
—¿A ti que te importa? Eso son cosas mías —intente conferir algo de misterio a mis palabras, pero por mucho que quisiera hacerme la interesante no iba a funcionar. Siempre se me ha dado mal mentir.
—Está bien, cambio la pregunta: ¿con quién te gustaría acostarte? —se levantó con un movimiento casi felino y se acercó a mí. Traté de disolver el nudo que se me había formado en la garganta tragando saliva. Fue inútil.
—Con... nadie. Bueno, con nadie que conozcas.
Se sentó a mi lado en la cama, lo suficientemente cerca como para que llegara hasta mí el olor a detergente de su ropa.
—Mmmmm, yo también tengo mis teorías sobre ti —se tumbó hacia atrás para quedar apoyado sobre los codos.
—¿En serio? ¿Y cuáles son?
—Tendrá que ser otro día. Ahora o te desnudas y te metes en la cama, o me dejas dormir, que estoy machacado.
—¡Eres un idiota! —exclamé enfadad.
—Era broma... —me regaló la mejor de sus sonrisas—. ¿Cruzas por la terraza o por la puerta?
—Por la puerta. No hace falta que me acompañes, yo bajo.
A pesar de la pierna, creí que llegué a correr al atravesar el lúgubre salón. Quería salir cuanto antes de allí, pero no por aquella tétrica habitación, sino porque, un minuto antes, desnudarme y meterme en su cama me había parecido la mejor de las ideas.

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