Capítulo 30

240 4 0
                                    

Temía que otra vez pasar una semana sin saber de él, pero me equivoqué. El martes por la noche, me envió un mensaje:

Sin noticias tuyas desde el sábado. Es que te gusta hacerme sufrir?

Había que reconocer que, aunque era un descaro increíble, esas bromas me derretían. Iba a contestarle cuando entró otro:

Ya que sólo me quieres para el sexo, pero a lo mejor te apetece venir conmigo al cine mañana. Qué dices?

Deja que me lo piense...

No sé a quién quería engañar, porque la respuesta era un "sí" claro y contundente. Mientras miraba el reloj para dejar pasar los minutos, me mandó una cadena interminable de emoticones con cara de sufrimiento, que me provocaron una sonrisa bobalicona.

Está bien... Esta semana aún no he hecho ninguna buena acción, pero yo elijo la peli.

Ok. Paso a buscarte después de comer.

Me quedé esperando. En la pantalla ponía que seguía escribiendo... No, ya no, paró. ¿No pensaba despedirse o poner algo más? Yo qué sé, un "hasta luego", al menos. Bueno, no había remedio. De donde no había, no se podía sacar. Lo que me desconcertaba era ¿dónde estábamos?, ¿qué éramos? Lo que había ocurrido, ¿en qué cambiaba para él la relación entre nosotros? Decidí volver a estudiar y, cuando llevaba un rato, sonó otro "bip". Pensé que sería Gabriela, pero era una varita besucona enviada por Oliver. ¡Qué mono!

                   *************

Para un día que tenía plan entre semana y justo mi madre no iba a la oficina. Debía preparar la Junta de Accionistas del día siguiente y, como le iba a llevar mucho tiempo, había preferido quedarse en casa. No estaba muy convencida de dejarme salir por aquello de ser miércoles, pera la persuadí prometiendo que llegaría para la cena.
—¿Con quién vas al cine?
—Con Oliver... y más gente.
—¿Y eso? No sabía que salías con él.
—Mamá, no estoy saliendo " con él ". Creo que van también unos amigos suyos —me estaba lanzando esa mirada inquisidora que ya la hubiera querido cualquier servicio secreto. Crucé los dedos para que pegara.
—No sabía que tuvieran tanta relación... ¿Y Gabriela? ¿No va?
—Es que, desde que está con Hugo, siempre está ocupada.
—¿Y Laura?
No podía contarle a mi madre lo ocurrido, pero si mentía de un modo descarado, lo notaría, seguro.
—Hemos tenido algunas diferencias.
—¿Y eso?
¡Ay! Era agotador.
—Pues nada, mamá, cosas nuestras que no te incumben.
—Bueno, hija, yo sólo te pregunto porque me preocupo por ti.
Giro en la estrategia de obtención de información: ahora se hacía la víctima y yo era la mala. Una experta, mi madre era una experta.
—Ya lo sé, mamá. No te preocupes, ya lo solucionaremos.
Eso esperaba.
Tardé un siglo en arreglarme. Tenía que ir bien pero normal, mona pero no exagerada. Vamos, como las chicas de la pelis que, recién levantadas, están naturales pero monísimas, con esos despeinados en lo que seguro habían invertido el triple de tiempo que en hacerlo bien.
Oliver me mandó un mensaje para indicarme que estaba en la puerta. Me puse las botas, me miré un par se veces más al espejo y bajé los escalones de dos en dos. Lo encontré apoyado en el capó de su viejo coche. Con aquella postura, las gafas de sol y el abrigo, me pareció el chico más sexy del mundo.
Me acerqué sin saber muy bien que hacer. ¿Le daba un beso? ¿Dos? ¿Le decía hola y punto? ¿Cuál es el protocolo para estos casos en los que no sabes dónde está el otro?
—Vámonos o nos quedaremos sin entradas.
Estaba ajustándome el cinturón de seguridad cuando arrancó. Recorrimos varias calles, a esa hora desiertas, en dirección a la carretera principal y, de pronto, paró el coche. Echó el freno de mano, se quitó las gafas, me miró un instante y m dio un beso. Cálido, fuerte, intenso. Si no hubiera estado sentada, me habría caído al suelo.
Acto seguido, volvió a ponerse las gafas y reanudó la marcha.
—Yo pensaba que tú no...
—¿Que yo no qué? —contestó sin dejar de mirar a la carretera.
—Que no ibas a besarme.
—¿Qué querías? ¿Escandalizar a tu madre? Seguro que estaba mirando escondida tras la cortina.
Colocó su mano en mi asiento y acarició la mía. Tenía toda la razón, pero es que, nada más verle, desapareció el mundo.
—¿Alguna noticia de la caja de seguridad? ¿Has recordado lo que tiene dentro? —pregunté.
—Nada. Estoy completamente en blanco. Se lo conté a Rubén, por si él sabía algo. Miró en sus papeles y efectivamente salía en la relación de bienes que hizo el juez, aunque aparecía como cuenta bancaria.
—¿Y qué te dijo de lo de tu abuelo? ¿También cree que es la llave lo que nada buscando?
—No le comenté nada. Tienen muy mala relación. Si Rubén supiera que registra mis cosas, empeoraría aún más.
—Lo que no entiendo es cómo tu abuelo sabe lo de la llave si en los papeles pone que es una cuenta bancaria.
—Habrá ido al banco. Sin la llave, tendría que hacer todo ese papeleo que nos dijo el señor y entonces el juez podría enterarse. Aunque sea mi tutor, tiene que guardar ciertas formas. No puede hacer lo que le dé la gana así como así...
Me miró y, a pesar de lo terrible que resultaba todo aquello, me sonrió con los ojos a través de sus gafas. Me gustaba verle alegre, pero lamentaba profundamente su situación familiar. Tenía que dar vértigo estar a cargo de una persona de la que no se puede fiar
Cuando llegamos a los cines, sólo nos quedaban dos alternativas: una francesa que sonaba a rollo y dramón, y un reestreno de "La guerra de las galaxias".
—No me puedo creer que no la hayas visto —exclamó sorprendido.
—Es que las cosas espaciales no me encantan.
—Perdona, pero esto es un clásico y sólo por la veces que la han puesto en la tele... Y no tiene nada que ver con cosas " espaciales", como dices tú. ¿Te fias de mí? Seguro que te gusta.
Asentí. No es que me fiara de él, es que era incapaz de decirle que no.
A Álvaro también le encantaba esa pelo. Había ido una vez con Laura a un maratón de cine en el que proyectaban toda la saga. No podía evitar entristecerme cada vez que pensaba en mi amiga. Ojalá me perdonara pronto.
Estábamos esperando a que abrieran la sala cuando vi unos ricitos rebeldes y enseguida reconocí a Álvaro. ¿Cómo podía ser tan pequeño el mundo? Le dije a Oliver que necesitaba ir al baño, que por suerte estaba detrás de nosotros, y le escondí allí. No era muy valiente por mi parte, pero no le apetecía encontrarme con él.
Cuando iba a salir, oí desde el otro lado de la puerta que Álvaro lo saludaba.
—¡Anda! Hola, ¿cómo te va? —la rasgada voz de Álvaro contrastaba con la de Oliver, mucho más armónica.
—Todo bien —le conocía lo suficiente como para saber que la conversación estaba zanjada por su parte, aunque un instante después debió de arrepentirse y preguntó —. ¿Y tú?
—Aquí. Vine con una amiga a ver el reestreno. Entró al baño.
Me asomé a los lavabos y sólo vi a una chica, así que deduje que debía de ser ella. Era muy mona. ¿Cómo lo hacía? ¡Qué tontería! Sabía ser encantador cuando quería.
Esperé a que ella saliera y unos minutos después lo hice yo.
—¿Estas bien? —preguntó Oliver con extraneza—. Te tardaste mucho.
—Es que me mojé sin querer la camiseta y tuve que ponerla bajo el secamanos.
No sé por qué, pero preferí no mencionar a Álvaro. Él también, porque no comentó nada de su encuentro.
La peli me gustó bastante y eso que en varias ocasiones se me fue el santo al cielo mirándolo. Me tuvo todo el tiempo agarrada de su mano y, de vez en cuando, me acariciaba la palma con sus dedos. Cuando terminó, nos fuimos a casa, pero antes estuvimos un buen rato besándonos, aparcados en una de las calles sin salida del pueblo y luego en el garaje. Me dejó su ir antes que él para evitar encontrarnos con mi familia y que se imaginaran algo que era cierto. En el ascensor, me miré en el espejo. Por primera vez en mucho tiempo me vi guapa. Estaba claro que la felicidad era algo que se irradiaba y yo debía de ser como una bombilla de mil watts.

Pero A Tu Lado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora