Capítulo 32

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Comencé la semana con bastante mal humor. No era capaz de quitarme de la cabeza que Morgan había dormido en casa de Oliver, pero eso era casi lo de menos. Lo que peor llevaba era que me apartara de esa manera, porque me descolocaba totalmente. ¿Cómo podía besarme del modo que lo hacía y luego dejarme a un lado? ¿Qué esperaba que hiciera?
Los siguientes días le mandé algunos mensajes para ver cómo se encontrataba y para saber si iría a clase, y él se limitó a responderme con frases cortas en las que me contaba que su evolución era favorable. Y nada más. Ni un "te echo de menos", ni un "me apetece verte"... Y lógicamente no iba a ser yo la que tirara el anzuelo. El jueves, supe por Kobalsky que iban a ensayar, así que asumí que ya se habría recuperado, pero él no tuvo a bien informarme de ello y el viernes me lo encontré de bruces en el pasillos del instituto. Me había quedado un rato en la biblioteca haciendo tiempo hasta la clase de la autoescuela porque sabía que, si pasaba por casa, con lo que estaba lloviendo, me iba a dar pereza salir y me saltaría de nuevo.
—¡Hola! —pereció alegrarse de verme.
—Hola. Tengo prisa —dije seria.
—Ya lo veo, casi me ardillas.
—Lo siento. ¿Estás ya mejor?
—Casi bien del todo. Sólo tengo la voz un poco ronca aún.
—Me alegro por ti.
—¿Te pasa algo?
—¿A mí? Nada. ¿Por?
—Si tú lo dices... ¿Tienes planes para hoy?
—Pues ahora me voy a la autoescuela y luego quedé de ver a Gaby —mentí. No quería que pensara que dependía de él para organizarme. Seguí mi camino hacia la salida —. Ya hablaremos.
Caminé despacio con la vana ilusión de que me llamara o de notar su mano en mi hombro para que regresara. No lo hizo. Al dar la vuelta la fondo del pasillo, mire disimuladamente, pero él ya no estaba.
Tras la clase, fui a cortarme el pelo. Quizá, con un cambio de look mejoraría mi estado de ánimo. El efecto fue el contrario, por esa manía de algunas peluqueras de hacer con el cabello ajeno lo que les da la gana a pesar de haber recibido instrucciones concretas y explícitas sobre cómo proceder. Durante la cena, mi madre trató de defender mi nuevo aspecto esgrimiendo que me hacía parecer más esbelta. No era precisamente el argumento que necesitaba y es que hay días en que la sinceridad materna no ayuda en nada.

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  A la mañana siguiente ya llevaba un rato despierta cuando oí a mi madre canturrear en el piso de abajo. No podía dejar de pensar en lo que debía hacer. Además, el día había amanecido gris y lluvioso, lo que no contribuía a mejorar mi estado de ánimo. Estaba a punto de dar media vuelta e intentar dormirme de nuevo cuando mi madre apareció en mi habitación:
—Voy a poner una lavadora de ropa blanca. ¿Tienes algo?
—No, nada...
Se sentó en mi cama y me besó en la frente.
—¿Estás bien, cariño? Te noto seria desde hace unos días.
—Estoy bien, mamá. No te preocupes.
Intentaba no mirarla directamente para que no pudiera leer en mis ojos la verdad.
—No será por el pelo. En serio estás muy guapa...
—No es eso. En realidad, no es nada. Te prometo que estoy bien.
—Bueno. Ya sabes que estoy siempre aquí para lo que necesites, cielo.
—Lo sé. Gracias, mamá.
—Vamos a ir a comer con la hermana de Eduardo y sus hijos. ¿Te apetece venir?
—Mejor no. Tengo que estudiar.
—Como quieras...
Me besó otra vez en la frente y bajó la escalera canturreando de nuevo.
No tenía sentido seguir en la cama lamentándome. Me levanté, recogí mi cuarto, me di una ducha y me puse a estudiar. No llevaba ni una hora cuando entró un mensaje.

Estás en cada?

Era Oliver.

No.

Pues alguien se coló en tu cuarto. La luz está encendida.

Será mi amante, que me estará esperando.

¿Por qué me costaría tanto mostrarle mi enfado?

Pero A Tu Lado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora