Capítulo 38

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Tiré del cierre hasta que llegó al tope y la maleta quedó cerrada. Estaba segura de que algo se me olvidaba, pero ya estaba harta de repasar la lista y necesitaba quitar de en medio aquel enorme trasto que llevaba varios días ocupando el suelo del dormitorio. Tomé un post-it y escribí en ella mi nombre, mi teléfono y me dirección, es dirección que ya no iba a ser mía, al menos durante unos meses.
Había tomado una decisión y no tenía ninguna duda de ella, pero no podía evitar sentir una sensación de vértigo y vacío en el estómago. Miré de nuevo a mi alrededor: ese escenario de mi vida en el que tanto tiempo había pasado los últimos meses. Cada objeto, cada rincón guardaban un recuerdo y habían sido testigos de algunos de los momentos más importantes de mi vida; pero necesitaba dejarlos atrás para poder descubrir su verdadera trascendencia y para saber si de verdad me habían cambiado. No quise meter en la maleta nada demasiado sentimental, porque lo que necesitaba era que se quedaran allí, en el pasado, y mirar hacia delante. Un viaje con un pequeño equipaje sin recuerdos era todo lo que precisaba para encontrarme a mí misma y saber realmente qué deseaba para el futuro. Respiré hondo. Coloqué la maleta tras la puerta. Aún me quedaban unos días antes de viajar a Estados Unidos y quería disfrutarlo al máximos sin tener presente que me iba a marchar.
Decidí terminar de recoger el escritorio mientras esperaba que Oliver viniera a buscarme. Parecía mentira que hubiera podido acumular tantos apuntes en un año. Guardé algunos en carpetas y otros los tiré directamente porque sabía que no los iba a volver a mirar jamás.
De pronto me di cuenta de que eran las nueve de la noche y pasaba más de media hora de la que habíamos acordado. Qué raro. Quizá no lo sabía todo de él, pero sí que nunca fallaba a una cita y su puntualidad era británica, aunque no habría apostado por ello al principio de conocernos.
Comprobé el móvil por si me había enviado algún mensaje y no lo había oído, pero nada. Decidí esperar un poco más antes de llamarle. Sabía que tenía que ir a casa de Rubén a recoger las llaves y quizá le había tocado mucho tráfico. Pasó otro cuarto de hora y decidí probar, aunque no lo contestó, algo normal, por otra parte: se habría dejado el teléfono en cualquier sitio, lo tendría en silencio o estaría conduciendo. Lo que le extrañaba era el retraso y que no le avisara. Empezaba a preocuparme, pero no podía hacer otra cosa que esperar.
Intenté distraerme con un par de juegos del móvil. Nada. Probé a llamarlo desde el teléfono fijo, por si el móvil tenía algún problema, pero tampoco hubo respuesta: sólo pude escuchar el sonido de la llamada hasta que se cortó.
Seguro que había una explicación. Di varias vueltas por la habitación tratando de buscar algo que hacer con el teléfono en la mano. "Llámame, llámame, llama" era mi mantra mental, que repetía invocando noticias suyas. Nada. ¿Qué podía hacer? ¡Ya estaba! Podía llamar a Rubén, pero no sabía el número... ¡Sí, lo tenía! En la invitación de boda. Debía de seguir pegada en el corcho del escritorio. Rebusque entre fotos, tarjetas, recortes de periódicos, entradas de cine... ¡Al fin! Me lancé a marcar sin pensar siquiera.
—¡Hola, Alex! —me contestó al instante.
—Hola, Rubén. ¿Qué tal estás?
—Mejor, voy poco a poco. ¿Y tú? ¿Pasa algo?
—Eh, no, bueno, sí. ¿Está Oliver contigo?
—No, ¿por? Creí que se iban a la sierra.
—Sí, habíamos quedado, pero llega un poco tarde —no quería preocuparlo— y pensé que quizá tú sabías algo...
—Pues no. Lo vi un segundo a eso de las siete, que vino a buscar las llaves del chalet. ¿Le llamaste al móvil?
—Sí, pero no contesta.
—Típico. Ya sabes cómo es con el teléfono —hizo un silencio—. ¿Y dices que se retrasó? ¿Mucho?
—No, no, sólo un poco. Gracias de todos modos. Dale un beso a Darío de mi parte y cuídate.
—Gracias guapa. Otro para ti. Y no te preocupes, que aparecerá enseguida.
"Enseguida" ya había pasado y sí estaba preocupada, pero no quería alertarlo sin motivo, que bastante tenía con lo que había vivido. ¿Dónde se había metido? ¿Y di le había pasado algo? Aun a riesgo de parecer una entrometida histérica por un plantón, decidí no esperar más y saltar hasta su casa. La puerta de la terraza estaba abierta y las cortinas revoloteaban con la brisa de la última hora de la tarde. Todo estaba a oscuras y se diría que no había nadie. Entré sin hacer ruido, con el móvil en la mano por si me llamaba. Su habitación se veía como siempre. Nada de particular. Bajé hasta el salón un poco sobrecogida por el respeto que me imponía esa casa oscura y deshabitada, pero no vi nada extraño. Iba a marcharme cuando encontré la maleta de poética en medio del recibidor. Me agaché y la abrí. Dentro había algo de ropa, algunos discos, un neceser, un juego de llaves, una sonrisa tableta de chocolate, unas velas pequeñas de ésas del IKEA... Ésa era la maleta de nuestras escapada, pero ¿por qué estaba ahí en medio, como tirada? Pisé algo y tuve un mal presentimiento. Llevé mi mano hasta el interruptor de la luz que había junto a la puerta y lo pulsé. Lo que había pisado eran loas restos destartalados de las gafas de Oliver. Algo malo ocurría.
No sabía qué hacer. ¿Llamar a la policía? Se reirían de mí. Pensarían que era una niña tonta y medio histérica a la que habían plantado. ¿Y si volvía a recurrir a Rubén? No debía. Mi parte racional trataba de convencerme de que a lo mejor me estaba precipitando y de que en realidad no pasaba nada malo, pero algo en mi interior me decía que no era así. ¿Dónde podría estar? ¿Qué había ocurrido? ¿Un ladrón? ¿Le habrían atracado en casa? No, eso no tenía sentido alguno. Bajé al garaje y el coche estaba allí, aparcado en su plaza. ¡Kobalsky! Le llamé pero me colgó. ¡Mierda! Me entró un whatsapp:

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