XV

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Querido diario, estamos llegando al final de esta historia, es decir, estamos llegando a lo que te quería contar de verdad y por lo que he dado tantas vueltas entre líneas, por lo que mis palabras se han entrelazado, por lo que mi mente se ha liado entre vocal y vocal, y, antes de llegar a ello, quiero contarte como fue nuestra breve y débil relación a distancia, como fueron nuestras breves y débiles relaciones a distancias, como nos íbamos haciendo daño mutuamente.

Él estaba allá, yo estaba aquí. 

En un principio nos llamábamos casi todos los días por la noche, nos contábamos lo que habíamos hecho, lo que habíamos comido, como había transcurrido el tiempo, como nos extrañábamos con discusiones infinitas de "yo más", como nos amábamos, qué íbamos a hacer cuando él viniese a verme por vacaciones, cuantos besos pendientes nos íbamos a dar, cuantos abrazos... Y cuando no hablábamos por teléfono, hablábamos por el Messenger o el Tuenti, siempre intentábamos estar en contacto el mayor tiempo posible, que no pasara ni un instante sin que el uno supiera nada del otro.

Al principio parecía que todo iba bien, que todo estaba lo mejor que podía estar. Pero no era cierto. 

No sé cuántas noches lloré abrazada a la almohada.

Le echaba de menos, demasiado. 

Era increíble recordar la forma en la que me miraba, la forma en la que me cogía la mano, la forma en la que hacía que un simple beso fuese tan grande, la forma en la que me estremecía con tan solo una caricia, la forma en la que me sacaba una sonrisa. No hacía más que recordar todas las cosas que me gustaban de él, que me enamoraban, los detalles que tenía conmigo, no era lo mismo.

Hubo una noche en la que cerré los ojos e intenté no volver a abrirlos. 

Mis sueños eran agitados mientras que mis pensamientos no me dejaban descansar. Deseaba poder desvanecerme cada vez que recordaba todo lo que lo extrañaba. Ya ni mi mundo imaginario era suficiente para subsistir. Abrí los ojos, todo se veía oscuro y borroso, la almohada estaba mojada, mi cara empapada y mis ojos humedecidos. Tenía ganas de gritar, de pegar golpes a las paredes, pero solo me quedé ahí, tumbada en la cama, mirando a la nada con la mente en blanco mientras las lágrimas iban cayendo de una en una. Por mi mente solo pasaban las mismas letras, la misma pregunta: "¿Estaría él tan mal como yo?"

Pasaba el tiempo y las vacaciones de navidad se acercaban. Él iba a venir, iba a volver, temporalmente, por una breve semana porque luego tenía los exámenes de enero, pero durante una semana podría aliviar las ansias que tenía por verle. Todas las noches se lo recordaba, que él iba a venir, que nos íbamos a ver y que le iba a dar tantos besos que se le iban a desgastar los labios.

Pero no fue así, claro está, era demasiado bonito para ser cierto. No pudo venir.

Él ya sabía desde hacía tiempo que no iba a poder venir, ya sus padres le habían avisado que se iban a ir de viaje, no me acuerdo a donde pero no era a Tenerife. No se atrevió a decírmelo en ninguna de nuestras tantas llamadas nocturnas o en nuestros intermitentes chats de por las tardes. Esperó al último momento, esperó a las mismas vacaciones, al mismo día en el que se suponía que iba a venir para decírmelo. Dejó que me hiciera ilusiones por algo que sabía que no iba a pasar.

Cuando me lo contó me enfadé demasiado, aunque en el fondo no tenía derecho a ello ¿qué culpa tenía él de que sus padres quisieran hacer un viaje en familia? Pero en ese momento no pensé así. En ese momento de mis labios las únicas palabras que salieron fueron una especie de "Te odio, dejaste que me hiciera ilusiones, sabes que llevaba un mes ilusionada con que vinieras, sabes que te echo de menos, sabes que te amo, sabes que renunciaría a todo por tí, sabes que el único regalo que quería por navidad eras tú" y más cosas así.

Después de esa llamada tardamos en volver a hablar. 

Tenía el corazón roto, pero él era mi cura. Le llamé más adelante, antes de año nuevo, estuvimos hablando, me dio las disculpas que la última vez no me pudo decir porque le colgué y porque había estado ignorando sus llamadas. Seguimos hablando, salió el tema de cuándo nos veríamos, pero no había respuesta. Al final de esa llamada, no sé en qué momento incierto pasó, decidimos que era mejor dejarlo.

Aquella noche, simplemente, no dormí. Fue un acuerdo mutuo, como la última vez, con la diferencia de que yo no podía ir a buscarle a ninguna parte para suplicarle que no fuese así, que no podíamos rendirnos, que no podía acabar así, que quería un final feliz para nosotros, o mejor aún: ningún final.

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¡Nuevo capítulo!

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Solo quería un final felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora