XVIII

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Me acuerdo que a finales de mayo, cuando lo veía todo perdido, vi un pequeño brillo de esperanza. Para ser exactos vi el brillo de mi móvil, que empezó a sonar y en su pantalla apareció un nombre: "Elizabeth". Casi se me sale el corazón del pecho. Se mi hizo un nudo en la garganta y eso que aún no había contestado la llamada. Por mi cabeza empezaron a pasar miles de preguntas: ¿Por qué me llamaba? ¿Me iba a perdonar? ¿Iba a aclararme las cosas? ¿Iba a matarme? ¿Me iba a dar otra oportunidad?

Cogí el teléfono, no pude articular palabra ni murmurar un mero sonido. Pero aunque lo hubiese conseguido hubiese sido callado, porque nada más contestar la llamada Elizabeth dijo que me odiaba y comenzó a insultarme con todas sus ganas. Ni me quejé ni me defendí, tenía razón.

Después se calmó un poco y cuando ya pude hablar le dije que comprendía que hubiese pasado de mí, que no quisiera tener nada más conmigo, pero que por favor que no me apartara de su vida, que aunque sea me dejara ser su amigo. Quería saber que iba a estar bien, quería saber cómo le iba la vida e iba a hacer lo que hiciera falta, como si tenía que ser su amigo. Ella accedió, yo en cierto modo me alegré, por otro lado ya no pude seguir tratándola como a mí me gustaba.

Sin embargo, como ya se ha notado, creo que ella al final me llegó a perdonar, y por eso, a veces, dejaba que le dijese cuanto la amaba y la añoraba. Esos días eran los mejores para mí. Y ahora, volvamos a donde me quedé ya no sé ni cuándo.

Llegaron las vacaciones de navidad y al final me fui a Tenerife durante una semana. No le dije nada a ella, pensaba que no iba a valer la pena, que no sería lo mismo después de como quedaron las cosas la última vez que discutimos y sabiendo que ya estaba con otro. Sin embargo, como era de esperar, la acabé viendo.

Estaba por el TEA despidiéndome de unos amigos antes de subir a la casa de Carlos, y es que justo al día siguiente me volvía a Málaga. Me acuerdo de ver pasar a una chica que se parecía bastante a Elizabeth por delante. Iba por el mismo camino que tenía que coger yo así que me acerqué rápidamente y la miré más detenidamente.

Si, era ella. No pensé, simplemente actué y grité su nombre para que se diera la vuelta. Y volví a llamarla otra vez, y esa segunda vez sí que se paró y me vio.

Se quedó blanca, yo solo me acerqué, la abracé y le dije "Lo siento".

Al principio fue un poco incómodo, caminábamos sin rumbo en la dirección contraria a la que íbamos. Intenté decirle entre frase y frase cosas que realmente sentía y me apetecía decirle, como "te he echado de menos", "no ha habido día en el que no haya pensado en ti", "nunca te olvidé"...

En el fondo no sabía por qué tuve que llamarla, por qué tuve que gritar su nombre, debí haberme conformado con mirarla. En fin, yo intentaba que no hubiese ningún silencio entre nosotros y no paraba de hablar y preguntarle alguna que otra cosa, sin embargo ella estaba muy callada.

Estaba preocupado por verla así, por ver su reacción al verme después de tanto tiempo. Por eso cogía, la abrazaba y la miraba a los ojos preguntándole si estaba bien, ella asentía con la cabeza. Cuando llevábamos un rato ya caminando le agarré la mano para llevarla a un lugar que se me ocurrió sobre la marcha y donde sabía que no habría mucha gente.

Estábamos solos, sentados en un banco delante de la fuente que había en el centro del García Sanabria. Empecé a hablar de cosas que sí que quería hablar, que se aclararan, que se explicaran. Le dije que día tras día y noche tras noche no paraba de arrepentirme del grave error que cometí. Le confesé que no la había olvidado, que la amaba, pero que no quería hacerle más daño, que solo quería hacerla feliz, hacerla sonreír.

Le dije que extrañaba sus besos, sus abrazos, sus caricias, que extrañaba que estuviera ahí para todo, que estuviera ahí a pesar de todos los inconvenientes. Le dije que siempre sentía miedo de volver a decirle que la amaba, que por eso me costaba conectarme, que tenía miedo a que se me escapara, que se me escapara un "te amo" y me rechazara.

Le dije que aquel día en el que estuvimos hablando hasta que se quedó dormida había sido el más feliz desde hacía mucho tiempo, porque ese día me di cuenta de que aún estaba ahí, que no me había olvidado después de lo mal que le hice sentir.

Le dije tantas cosas, tantas disculpas y tantas aclaraciones que quería que ella entendiera, pero de las que no recibí ninguna respuesta. A veces me callaba por si ella quería decirme algo, pero nada, solo recibía una mirada perdida o veía como miraba al cielo. Me daba la sensación de que me estaba ignorando, que no le interesaba lo que le decía, que no me prestaba atención.

Solo quería un final felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora