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Ya me he deprimido un poco recordando esto último, así que me gustaría contarte un detalle que tuve con ella, un recuerdo más feliz. Se trata del detalle que tuve con ella cuando hicimos medio año, en marzo del 2011.

Ella, como ya te conté antes, me regaló un álbum contando todos nuestros recuerdos. Yo no era, ni soy, de hacer ese tipo de detalles, prefería llevarla a sitios nuevos en los que ella nunca había estado y pasar ahí un buen rato. Aquella vez la llevé de acampada a la playa por dos motivos: ella nunca había estado de acampada y le encantaban ir a la playa.

Recuerdo que me había sacado el carné el mes pasado, el mismo día que cumplí los 18, 22 de febrero. Gracias a eso, y a que mis padres me dejaron el coche, fui el sábado a buscarla a su casa por sorpresa, le vendé los ojos, hice la maleta por ella y la subí en el coche. Aún tengo grabadas en las memorias las miles de preguntas y suposiciones que se hizo a lo largo del camino: ¿A dónde vamos? ¿Falta mucho? ¿Me vas a dar alguna pista? ¿Vas a responder a algo de lo que te estoy preguntando? ¿Nos vamos de hotel? ¿Vamos a algún apartamento? ¿Por dónde estamos? ¿Vamos al sur? ¿O vamos dirección norte? Y un largo etcétera.

Cuando llegamos al Camping Montaña Roja le quité la venda de los ojos y ella salió disparada para ver donde estábamos. Como nunca había estado ahí antes me miró con cara extrañada, así que le tuve que explicar que camping era y que estábamos al lado de la playa de la Tejita. Recuerdo que me cogió y me dio un beso muy largo seguido de un "gracias amor". Consecutivamente, se puso a registrar que ropa y que bikinis había cogido, con miedo a que no le gustara algo, pero claro está que la conocía muy bien y acerté en todo.

Luego fuimos a la zona que nos había tocado y empezamos a montar la tienda, bueno, yo empecé a montar la tienda mientras ella miraba. Seguidamente colocamos las cosas dentro y nos fuimos a bañar a la playa. Como aún estábamos a marzo y el buen tiempo solo acababa de comenzar, apenas había gente y estuvimos bastante tranquilos.

Solo nos quedamos una noche, de sábado a domingo, no me quería arriesgar a coger todo el fin de semana por si a ella al final no le gustaba la idea, pero le encantó. Me acuerdo que estuvo todo el tiempo muy cariñosa conmigo, a pesar de que ella no era así, y menos aún en lugares públicos. No paraba de llenarme de besos y abrazos, pero ante todo no paraba de repetirme cuanto me quería y que en la vida me iba a dejar escapar. Ahora mismo me pregunto a dónde fueron a parar aquellas palabras.

Cuando empezó a atardecer nos sentamos cerca de la orilla, por donde la arena estaba seca y nos pusimos a ver como el sol se escondía mientras la abrazaba a la vez que la cubría con la toalla para que no pasara frío. Me acuerdo que el cielo se había comenzado nublar, pero en el horizonte no, y se podía ver como la luz del sol iba cambiando de colores, de amarillo a naranja, de naranja a rojo, de rojo a una especie de morado, y así poco a poco hasta que el cielo acabara poniéndose negro. Ella me pidió más atardeceres así a mi lado, y la verdad es que se los di, pero no todos los que me hubieran gustado.

Cuando oscureció fuimos a la caseta, nos cambiamos, comimos algo de lo que había traído ya de mi casa y con la misma nos abrigamos, cogimos una toalla de las que estaban secas y nos tiramos un rato en la playa mientras contemplábamos las estrellas. En ese momento ella comenzó a hablar de un libro que se había leído no hacía mucho tiempo, se titulaba Las estrellas se pueden contar. La cuestión era que el libro se titulaba así porque la pareja se pone a contar una noche las estrellas que habían en el cielo, y a raíz de eso, entre broma y broma, comenzamos a contar las estrellas juntos.

Me acuerdo que en el cielo había tantas estrellas, estaba tan plagado de ellas, que era bastante difícil decidir por dónde comenzar. Las estábamos contando entre los dos, pero con la gran duda de si habíamos repetido alguna estrella o no llegamos a empezar de cero varias veces, hasta que hubo un momento en el que nos daba igual y seguíamos aunque nos equivocáramos.

Me acuerdo que al final de la noche, cuando en nuestra opinión ya habíamos contado todas las estrellas, llegamos a la conclusión de que había 758. 758 estrellas que nos estaban observando a kilómetros de distancia. 758 estrellas que vieron cómo se realizaron muchas promesas aquella noche. 758 estrellas que con el paso del tiempo vieron como todo lo que había construido se derrumbaron. 758 estrellas que se rieron de nuestra promesa de amor eterno.

Al día siguiente tuvimos que recogerlo todo nada más levantarnos, pero con suerte esta vez sí me ayudó y no se quedó mirando. Como amaneció completamente nublado no nos pudimos dar el último baño, pero aun así estuvimos paseando por la playa hasta que no nos quedó más remedio que irnos. No teníamos ganas de abandonar aquel lugar. Nos sentíamos afortunados en aquel sitio, en el que parecía que estaríamos así para siempre.

Cuando la llevé a su casa cogió y me pidió que dentro de un año la volviese a llevar, pero que la próxima vez fuese durante todo el fin de semana, ya que una noche no daba para tanto. Se lo prometí. Claro está que al año siguiente no pude llevarla, al año estaba en Málaga desde hacía unos cuantos meses. Le fallé, no cumplí mi promesa. Y lo peor es que seguí rompiendo todas las promesas que le había prometido desde que ella había entrado en mi vida.

No fui lo suficiente bueno para ella, ella se merecía más, se merecía a alguien que estuviese siempre con ella, se merecía a alguien que no le hubiese fallado tanto como yo le fallé.

Solo quería un final felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora