XVII

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Y después de haberme ido de entre las ramas lo máximo posible, volvamos a donde me quedé. Aquél fue nuestro primer intento de relación a distancia, y la verdad es que el segundo fue más de lo mismo por así decirlo: todo fueron promesas sin cumplir. Y esta vez, igual que la anterior, el que lo fastidió todo fui yo.

Me acuerdo que todo pasó en semana santa. No pude ir a Tenerife, pero si me pude ir de apartamento a Benidorm. La verdad es que no hablamos mucho por esos días, cuando yo la llamada ella no respondía o me contestaba rápido diciéndome que estaba ocupada; y cuando ella me llamaba a mi o no oía el móvil o estaba a punto de irme a algún lado. No fue hasta el domingo que pudimos hablar.

Empezamos a hablar tranquilos, que habíamos hecho y demás. Yo empecé a ponerme serio y bastante nervioso, preocupado por cómo explicarle el pequeño desliz que tuve, preocupado en cómo hacerle entender que fue sin querer, que no era consciente de lo que hacía.

Primero empecé a llorar, sabía que no me iba a perdonar, y mientras intentaba decírselo entre lágrima y lágrima ella estaba al otro lado del teléfono diciéndome que me calmara y le explicara. Ella también empezó a llorar, se estaba preocupando, y si yo no podía hablar por miedo a su reacción, escuchar su llanto solo consiguió que me comportara como un cobarde, otra vez, y colgué.

Me estuvo llamando durante un buen rato, pero no le cogía las llamadas. Después, cuando más o menos me calmé, la llamé. Primero me disculpé por colgarle y no cogerle ninguna llamada, pero que fue porque no podía hablar. Luego no tuve más remedio de contarle como me pasé bebiendo y como al día siguiente me desperté en la cama con otra chica.

Le dije que no me acordaba de nada, que no tenía ni idea de cómo pasó. Le supliqué perdón, le prometí que no volvería a suceder, que dejaría de beber si hacía falta. Pero esta vez fue ella la que me colgó. Me imagino que se puso a llorar, que lo pasó mal... pero eso, solo me lo puedo imaginar porque no me volvió a coger ninguna llamada.

Esta vez la culpa no había sido de nadie, era solamente mía, mi propia culpa. Hasta la fecha no ha habido día en el que no me haya arrepentido de lo sucedido. ¿Cómo había podido ser tan cabrón? Me comporté como un cerdo, un mujeriego. Encima no tenía a nadie cercano a quien contarle lo sucedido.

Los días pasaban y ella no me mandaba ni un mensaje. Me lo había ganado yo solito. No hacía más que llorar y no podía dormir, el remordimiento me seguía a todas las partes. Recuerdo que un día me dio por llamar a Carlos y preguntarle sobre Elizabeth, si Natalia le había contado algo.

    Gran error querer saber la respuesta. Me enteré de que fue a verla, que lloró hasta llegar al llanto, que estaba fatal, que le había hecho mil pedazos por dentro, que esta vez le había hecho daño de verdad, que seguramente no volvería a saber nada más de ella. Sin duda, si ya estaba deprimido, si creía que no podía caermás bajo me había equivocado, saber lo mal que lo estaba pasando solo me mató más y más por dentro.    

Solo quería un final felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora