14 - La cena

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—¿Beth? ¿Estás bien? —la voz de Izan al otro lado de la puerta hizo que ella saliese de su trance. Las lágrimas habían empezado a deslizarse por sus mejillas. Beth abrió la puerta bruscamente y él se preocupó en cuanto vio que estaba llorando.

Beth se limpió las lágrimas salvajemente, pero no dijo nada. Parecía incapaz de controlar su propio llanto.

—Oye, no pasa nada —trató de tranquilizarla Izan —. Nos tienes a Emma y a mí. No es algo que vaya a arruinarte la vida. Hay mucha gente que quiere tener hijos y no puede. Sin embargo, tú sí. Debes alegrarte de ser tan fértil.

—Izan...

—No te preocupes, Beth, ya se nos ocurrirá algo.

—Izan.

De la misma forma repentina en que aparecen las estrellas fugaces en el cielo nocturno, Beth esbozó una sonrisa.

—¡No estoy embarazada! —exclamó, dando saltitos. Aquellas lágrimas eran de felicidad. Toda la frustración y estrés que había sentido aquellos días se estaba depurando a través de sus ojos —. No estoy embarazada. No estoy embarazada. Ajá, no estoy embarazada —empezó a cantar y a bailar de forma ridícula haciendo que Izan soltase una carcajada.

—No hay nada que me guste más que que una mujer me diga eso —comentó él. Beth no dijo nada ofensivo en respuesta sino que siguió bailando con el test aun en la mano.

—Jamás en mi vida he sentido tanto alivio como en este momento. Ni siquiera cuando creía que iba a suspender un examen y después sacaba un notable. Es una sensación tres veces mejor. Necesito una tila. Casi sufro una taquicardia ahí dentro —Izan le sonrió y se dirigieron a la cocina.

—También yo casi sufro una taquicardia. Pensé que iba a tener que verte por ahí amargada y correteando detrás de un diablillo en pañales.

—Vaya, pareces un gran fan de los niños.

—No entiendo la admiración que siente la gente por ellos. Son criaturas lloronas que viven en parasitismo durante nueve meses y, si me apuras, hasta los dieciocho años. Ya quisiera yo que mi única responsabilidad en la vida fuese dormir, comer y cagar y que por ello fuese considerado por todo el mundo como el ser más adorable del universo.

—Algún día serás un gran padre.

—Si los anticonceptivos me lo permiten, espero que no —Beth puso los ojos en blanco, pero no dejó de sonreír. No es que ella no quisiese tener hijos nunca en su vida, pero no estaba preparada para tenerlos justo en aquel momento y mucho menos con un hombre con el que ni siquiera recordaba haberse acostado. Pensando por primera vez con claridad, decidió que el retraso en su menstruación se debía a las numerosas situaciones estresantes por las que había pasado últimamente y que no había ninguna criaturita creciendo en su interior. Aquello le supuso un tremendo alivio y por un momento, solo por un momento, sintió un poco de decepción. Se lo había imaginado sin querer. Cómo le sacaría adelante siendo madre soltera, cómo le enseñaría a montar en bici y como le ayudaría, por encima de todo, a conseguir sus sueños. Jamás le impondría un futuro que no le gustase. Querría su felicidad por encima de todas las cosas.

Beth sintió que iba a ponerse a llorar y supo por qué. Quería para sus hijos todo lo contrario a lo que su familia le había impuesto. Cuatro años de su vida convirtiéndose en abogada para que acabase como había acabado. De hecho, los años que había pasado en la facultad habían sido tan deprimentes que, prácticamente, los había olvidado. Sólo eran una borrosa mancha en su pasado.

El mejor amigo de mi hermana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora