17 - Las resacas de besos

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Beth siempre había sido de besar con los ojos abiertos. Incluso cuando Gabi le decía que debería cerrar los ojos porque así lo disfrutaría más y con todos sus sentidos, ella seguía manteniéndolos abiertos. Nunca le había parecido natural hacer lo contrario.

Y cuando Izan la pilló por sorpresa besándola tan de repente, pensó que seguiría teniendo los ojos abiertos, sobre todo porque era algo que no se esperaba. Sin embargo, cuando fue consciente de lo que estaba pasando, cerró los ojos de forma natural.

No quería que aquello le gustase, pero, sinceramente, era el mejor beso que le habían dado en toda su vida. No sólo por el beso en sí, sino quizás también por quien se lo estaba dando. Con Gabi nunca había sentido aquella extraña percepción en el estómago. Era como ese pequeño instante de perturbación de la gravedad en el que un avión está en medio de un despegue. Como si su estómago estuviese flotando por un momento.

Entonces, aunque no debería estar pensando en una situación como aquella, una voz susurró en su cabeza que era normal, era alguien con experiencia. Con mucha experiencia. Mucha pero que mucha experiencia.

Aquello lo arruinó parcialmente y Beth se apartó de él con lentitud.

—¿Qué ocurre? —preguntó, preocupado.

—¿Por qué has hecho eso?

—¿Hacer qué? ¿Besarte?

—Sí, bes... eso —Beth se apartó de él con repulsión y se frotó los labios intentando apartar de ellos el sabor de él, fingiendo que sentía asco, pero sabiendo que en realidad era mejor que el sabor de una de sus comidas.

—Bueno, no parecías muy descontenta. Practicamente, me suplicaste que lo hiciese con la mirada.

—¿Perdona? —gruñó ella —. Fuiste tú el que se lanzó a mis labios sin previo aviso.

Los dos se sostuvieron la mirada, con un deje de violencia en el fondo de ellas. ¿Cómo habían pasado de besarse a matarse con los ojos?

—¿Qué está pasando aquí? —tal y como lo harían dos animales que acaban de ser deslumbrados por los faros de un coche en la oscuridad de la noche, Beth e Izan se giraron a un mismo tiempo hacia la procedencia de aquella voz.

Los ojos de Beth se abrieron de par en par e Izan dejó de respirar por un momento.

—Ah... —murmuró él, sin palabras. Ella recogió rápidamente su camiseta del suelo y se la puso. Sus mejillas seguían sonrojadas y estaba entrando en pánico porque ni siquiera Izan sabía qué decir.

—Tobías, ¿qué haces aquí?

—¿Acaso no te alegras de verme?

—Sí, pero...

—Supongo que estabas bastante ocupada —gruñó, caminando hacia Izan y mirándole de forma amenazante —. Veo que has estado cuidando bien de mi hermana, ¿eh?

—Eh, oye, esto no es lo que parece, ¿vale? Ella y yo no... no hemos hecho nada. Es... es... —Tobías le agarró del cuello de la camiseta y se rio ante los balbuceos de él.

—¿Qué, Izan? ¿No encuentras excusa lógica?

—Ya vale, Tobías —les interrumpió Beth, haciendo que él le soltase —. Sé cuidarme sola.

—Ya lo veo—gruñó el hermano, mirando despectivamente a Izan —. Como le hagas algún daño te juro que te mataré. Enterrándote vivo.

El mejor amigo de mi hermana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora