2/27 - Como estar en casa

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Beth depositó las flores frente a la tumba de su hermano. Nunca le había gustado aquello de llevar flores muertas a una persona que estaba muerta, pero allí estaba. Se agachó a la altura de aquella escritura que rezaba "Tobías Ibáñez" y se esforzó por sonreír.

—No sé si te habría gustado que esto acabase de otra forma —murmuró, extrayendo una de las flores del ramo que había traído, era una flor amarilla —. Probablemente sí. No es que sea el final feliz que yo hubiese deseado. Me habría gustado haberte ayudado, Tobi. Me habría gustado... —Beth se paró un momento cuando se le quebró la voz y se le humedecieron los ojos —. Me habría gustado que te quedases. Que me permitieses hacer algo, pero... —cogió aire fuertemente antes de continuar —... pero supongo que estarás bien. Solo quiero que estés bien, siempre quise que fueses feliz y tú que yo lo fuese. Lo intentaré, pero voy a... a echarte mucho de menos, hermano.

Una lágrima se deslizó por su mejilla seguida de otro par. Se las secó casi con rabia, cansada de no parar de llorar.

—Aquella noche me salvaste —continuó, recordando el fatídico intercambio de dinero —. Aquella noche te sacrificaste por mí, y va por ti, Tobi. Esta vida, la voy a vivir por ti. Te lo prometo.

Se puso en pie y se secó otra lágrima.

—Te quiero —susurró. Miró una última vez aquella inscripción y caminó a través de los pasillos.

Depositó la flor amarilla frente a otro nombre.

Vanesa.

[...]

Unos golpes suaves en la puerta de su habitación hicieron que saliese de sus pensamientos, todos dirigidos al qué hacer. Se giró para mirar quién era y vio a Gabriel entrando y sentándose como si estuviese en su propia casa, sobre la cama. Recordó, casi sin querer, la noche que ella y Hugo habían pasado en aquella cama. La primera vez que le había dicho que la quería.

—¿Cómo estás? —preguntó Gabriel, evitando que siguiese aquella línea de pensamiento.

—Mejor —mintió, sabiendo que aquel tipo de cosas necesitan tiempo para sanar.

—¿Es muy pronto para hablar de los agresores? —preguntó, haciendo que los ojos de ella se iluminasen.

—No, ¿por qué? —deseaba que pagasen por lo que habían hecho. Lo deseaba con todas sus fuerzas.

—Han encontrado a dos que coinciden con tu descripción, mira —Gabriel le tendió una carpeta amarilla. Beth la sostuvo durante un momento, sin saber bien si estaba preparada para volver a verles. Finalmente y haciendo acopio de todas sus fuerzas, la abrió y lo primero que vio fue dos fichas policiales con sendas fotografías. Ella contuvo la respiración.

—Son ellos.

Gabriel la miró con atención. Formuló la siguiente pregunta con la importancia que conllevaba.

—¿Qué quieres hacer?

—Quiero que paguen por lo que han hecho —respondió, de inmediato.

—¿Estás dispuesta a testificar?

Beth levantó la mirada y la resolución que había en sus ojos intimidó hasta a Gabriel, el abogado más experimentado y mejor entrenado de la comunidad.

—Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta.

Y el fuego se prendió de nuevo en su interior, deseando quemar todo lo que estaba mal.

[...]

Cuando Beth volvió a casa después de aquel juicio, sintió que si ya les había puesto frente a ellos, podría hacerle frente a todo lo que le quedaba por delante. Podría hacerle frente al fantasma de su hermano sin echarse a llorar. Salió al porche y agarró su teléfono móvil. Se puso los auriculares y reprodujo por enésima vez aquella canción que le había compuesto.

El mejor amigo de mi hermana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora