24 - Verdades que duelen

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Había tantas cosas que aún necesitaba entender que en aquel momento Beth fue incapaz de pensar en otra cosa. La vida le resultaba extraña a veces. Cómo todo podía torcerse en cuestión de segundos, cómo podía dar un giro de ciento ochenta grados y cambiar nuestra brújula de norte a sur. ¿Qué estábamos buscando siquiera? ¿Lo sabíamos? ¿Querríamos a las personas porque nos parecían especiales, nos agradaban, o simplemente porque temíamos morirnos solos? O quizás por nuestra naturaleza que nos llevaba a vivir en sociedad, a relacionarnos. Quizás el amor no era más que una excusa para justificar que tendíamos a juntarnos los unos con los otros. Así lo habían visto en otros tiempos, ¿pero qué nos había hecho cambiar de opinión? ¿Se había alguien parado a pensar si los sentimientos que sentíamos hacia los demás eran reales o simplemente una imposición del pensamiento de nuestra época? Sería realmente triste darnos cuenta de que era aquello último y, aunque Beth no debería estar pensando en nada, no podía disfrutar aquel instante con aquellas dudas en su mente. 

Su madre siempre decía que había un destino que no podíamos evitar, que cada persona tenía a otra asignada y que, si ambas tenían suerte, tarde o temprano, se encontrarían. Beth no podía afirmar que creyese en el destino porque si una relación como la de sus padres era lo que le esperaba, preferiría huir de su "alma gemela". No, ella era una escéptica en cuerpo y alma. Si quisiese buscar a un príncipe azul, se habría quedado con Gabi para siempre. ¿Qué buscaba entonces? Ni en aquel momento lo tenía claro. Quizás una sonrisa sincera, una mirada que se iluminase al verla a ella, un abrazo de esos que te daban toneladas de fuerza para seguir adelante, besos tiernos que derretían, palabras de aliento cuando más se necesitasen, que creyesen en ella cuando ni ella misma lo hiciese y, por encima de todo, mucho respeto. 

Si Izan fuese su destino, ¿estarían en aquel momento a punto de besarse encerrados en un ascensor? Si Izan fuese él, ¿estaría a punto de engañar a su hermana con ella? Si podía hacerle eso a su hermana después de declararse como su novio, ¿valía la pena besarle? 

Porque ella no podía hacerle eso a su hermana. 

—No —fue un susurro, una palabra que apenas si escuchó ella misma. Los labios de Izan estaban a milímetros de los suyos y podía sentir su aliento en ellos. Se inclinó hacia atrás y lo repitió, esta vez con más firmeza —. Izan, no. 

Él se quedó paralizado. Su expresión se transformó en cuestión de milésimas de segundo y su ceño se frunció, como si de repente se hubiese enfadado. 

En todas las novelas románticas que había leído Beth y que solo habían servido para elevar sus expectativas a límites utópicos, aquel sería el momento en el que el protagonista soltaría un emotivo discurso sobre cuánto la amaba y lo poco que importaban todos los obstáculos que tuviesen que enfrentar. Que la había querido desde que eran pequeños, que se había enamorado de aquella chica que vivía con la cabeza en las nubes y que no podía vivir con otra persona que no fuese ella. 

De nuevo, aquella no era ninguna de sus novelas románticas. 

—Bien. Genial —Izan apartó la mirada de la suya y sonó como un niño pequeño al que acababan de negarle el juguete que quería. Si Izan aún necesitaba madurar tanto como para entender que las mujeres no eran ningún juguete, entonces, definitivamente no era para ella, a pesar de todo lo que pudiese desearle e incluso gustarle. 

Había huído de su padre porque la mataba por dentro, convertía toda la luz que había en su vida en oscuridad. La deprimía. De ninguna manera iba a poner en su vida de forma voluntaria a alguien que la hiciese sentirse así. Y aunque Beth tuvo esto como evidencia, no pudo evitar torturarse con sus propios recuerdos. Al igual que dicen que cuando te vas a morir ves pasar toda tu vida por delante de tus ojos, ahora que Beth había pensado seriamente en desterrar a Izan de su propia historia, le vio pasar por delante de sus ojos.

El mejor amigo de mi hermana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora