2/12 - Las huellas del camino

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—No, no de cada lector. Sólo de ti. 

Los ojos de Izan se abrieron de par en par. Beth tragó saliva y apartó su mirada de la de él. De repente, se sintió tímida. Como si volviese a ser una adolescente confesándole al chico más guapo de la clase que le gustaba. El corazón le latió muy deprisa y la boca se le secó, como si no hubiese bebido nada en días. El tiempo que él tardó en responder se le hizo eterno.

—¿Qué quieres decir?

Era su última oportunidad. La última oportunidad para retirar todo lo que había dicho, fingir que había sido una broma. Olvidarse de todo aquello. Pero no había llegado hasta allí para retirarse en el último momento.

—Sé que estás a punto de casarte y que decirte esto justo ahora probablemente sea inapropiado, pero no quería arrepentirme más tarde en mi vida. No quería mirar atrás y pensar: "¿qué pasaría si le hubiese dicho a Izan lo que sentía por él?". ¿Sabes? Creo que me dejé consumir por el odio de que me hicieses tanto daño y por eso no me di cuenta de que me gustas. Me gustas, Izan.

Beth soltó aquello como quien suelta un discurso que acaba de ensayar. Era como si de repente lo viese todo claro. Sin embargo, cuando volvió a mirarle a él, no vio precisamente lo que desearía ver.

—Vaya, yo... —murmuró, rascándose la nuca con nerviosismo. Ella quiso parar el tiempo y retroceder. Que olvidase todo lo que había dicho —. Estaría muy bien que me hubieses dicho todo esto antes, pero ya no me siento así por ti, Beth. Podría decirlo de una forma más suave, pero creo que es mejor que te lo diga directamente. Estoy a punto de casarme con la mujer a la que quiero.

El corazón se le rompió de nuevo. En tantos pedazos que estuvo segura de que ya nadie podría volver a pegarlos. Se había hecho ilusiones y estas la habían tirado por un precipicio. ¿Qué pensaba que iba a pasar? ¿Que Izan dejaría a su futura esposa y serían felices para siempre ellos dos solos? Se sintió estúpida. ¿Por qué seguía atraída por chicos como él, chicos como Gabriel, chicos que le hacían daño? Quizás debería haberse quedado con Carlos.

—Lo entiendo —consiguió decir, al fin —. No pasa nada, Izan. Me imaginaba que mi momento ya habría pasado, solo no quería quedarme con las ganas de habértelo dicho. Lamento haberte molestado a estas horas. Debería irme a casa.

Beth se puso en pie y sintió como si, por enésima vez, volviesen a ser dos desconocidos. Habían sido sus ángeles guardianes, pero tan ocupados habían estado protegiéndose de los demás que habían olvidado protegerse el uno del otro.

—Espera —dijo él, creando una esperanza tan pequeña como una mariposa que voló hasta los músculos de Beth haciendo que se detuviese —. ¿Quieres que te acompañe a casa? Es muy tarde.

Atropelladas. Sus ilusiones. Sus esperanzas. Aplastadas.

—No hace falta. Gracias, pero sé cuidar de mí misma —quizás fuese lo que debiese hacer: cuidar de sí misma para variar.

Izan asintió, aunque ella ya no le estaba mirando. Él se quedó allí sentado en la arena del parque un buen rato después de que ella se hubiese marchado. Mirando a ninguna parte en concreto y pensando en lo poco que sabía ya del amor.

Quería a Beth, sí, pero, ¿como algo más que un capricho? No parecía la persona con la que se veía pasando el resto de su vida. ¿O quizás sí?

Cerró los ojos y se los imaginó. A los dos, viejos, bebiendo té en el porche de una casa de madera. Pero la visión fue perturbada por Celeste, con su pelo rojo bailando contra su espalda y su mano agarrando a la cosa más bonita del mundo: una niña con los ojos de su padre.

El mejor amigo de mi hermana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora