21 - Arrugar la nariz

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Beth abrió los ojos y lo primero que vio fue unos relucientes iris verdes frente a ella. Frunció el ceño y se incorporó apresuradamente sobre la colchoneta, cruzándose de brazos en una actitud agresiva y parpadeando rápidamente como una idiota porque toda la sangre parecía habérsele ido a los pies dándole una extraña sensación de mareo. 

—¿Qué haces tú aquí? —exclamó, casi asustada. 

Izan, en lugar de alejarse, como Beth pensó que haría, se acercó todavía más, obligándola a aplastarse contra la pared.

—Quería disculparme —dijo, elevando una mano hasta su mejilla y acariciándola —. No debería haberte gritado aquel día cuando tú sólo querías ayudarme, fui un idiota. Un egoísta. Lo siento mucho, Beth—siempre le había gustado cómo pronunciaba su nombre, como si lo acariciase. 

—¿Qué estás haciendo? —murmuró ella, girando su cara para que su mano dejase de tocarla. Él la dirigió entonces a su mentón y lo empujó para que le mirara a los ojos. De repente, estaba mucho más cerca, hasta el punto en que sus labios casi se rozaban.

—¿Quieres que pare? ¿Que me aleje? Que me vaya —Beth quiso tragar saliva, pero la boca se le había quedado completamente seca —. Dime qué quieres, Beth. ¿Quieres que me vaya?—volvió a preguntar viendo que ella no respondía, esta vez con más firmeza. 

—Sí —consiguió decir, a duras penas.

De improviso, él esbozó aquella sonrisa torcida que casi había echado de menos.

—¿Qué te hace tanta gracia? —gruñó ella, molesta.

—Arrugaste la nariz.

Y, sin decir nada más, salvó la distancia que les separaba para posar sus labios sobre los de ella, haciendo por fin lo que realmente deseaba. Beth quiso alejarse, pero llevaba tanto tiempo necesitando de él y mintiéndole a tanta gente que, lo que hizo, fue acercarse más.

Dejó de importarle todo. Dejó de pensar por una vez en su vida porque su madre siempre decía que las mejores cosas eran las que no planeabas a pesar de que papá fuese un organizador compulsivo. Porque por una vez quiso hacer lo que realmente quería. 

Quiso a Izan. 

Enredó sus manos en su cabello y se aferró a él por fin. 

Izan sonrió contra el filo de sus labios y en su rostro se formaron de nuevo aquellos hoyuelos, cuya consecuencia principal fue el aumento de su deseo por él. Ya no tenía fuerzas para detenerse. 

Ya no quería detenerse.

Esta vez le besó ella, mientras él la recostaba sobre la colchoneta y escapaba a sus labios para dirigirse a su cuello, donde liberó un pequeño mordisco. Después, su mano recorrió su vientre por debajo de su camiseta holgada y vibraciones de anticipación le recorrieron el cuerpo.

—Tobi, ¿qué haces? ¡Ven aquí! —Beth se sobresaltó ante la voz de Hugo y, esta vez sí, abrió los ojos. Se despertó jadeante y sudando. Miró a su alrededor. Había parecido tan real que ver únicamente a Hugo acariciando a un perro que nunca antes había visto le confundió en demasía —. Lamento que te haya despertado. 

Beth alzó una mano y se limpió las babas de Tobi de la cara y, al mismo tiempo, el sudor.

—Le gustaba despertar así a mi novia. Me lo ha traído esta mañana, junto con mis pertenencias en una caja que ponía: "todo tuyo, gilipollas". Qué loca estaba —Beth forzó una sonrisa y se levantó, aún decepcionada porque había sido solo un sueño —. ¿Qué te pasa? ¿Has tenido una pesadilla? —preguntó él, dándose cuenta de que ella estaba visiblemente alterada. Beth se apresuró a recomponerse.

El mejor amigo de mi hermana [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora