El Pasado (Final)

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//N.A: Por fin! El capítulo final sobre el pasado. Espero que le guste, es un capítulo largo y también espero regresar al presente lo más pronto posible. Entre hoy y mañana también actualizaré mi otro fanfic Hannigram "El ángel cubierto de sangre" para quienes lo siguen. No olviden comentar, compartir y votar. Los quiero y espero que disfruten de este fic y de los demás. Sin mas, los dejo al fin con el último capítulo sobre el pasado.//

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Se desmayó por un rato, sintió que moria en ese lugar, que su alma escapaba de su cuerpo si es que aun le quedaba una. Pero las gotas de la lluvia sobre su rostro lo despertaron muy pronto. Seguía alli, vivo, tendido, inmóvil… pero ya no estaba solo. Había una figura negra a su lado, cubierta por un largo manto y una capucha que escondía sus facciones.
-¿Qué te ha sucedido?- preguntó una voz dulce y femenina, que llenó el claro en ese momento, proveniente de la figura negra.
Y de alguna manera Hannibal supo que no estaba en presencia de una criatura humana.
-Lo he perdido todo.- respondió el conde con frialdad y tranquilidad, como si no fueran esas las palabras que salían de su boca.
-Eso se nota… Pobre extraño…- dijo la voz dulce.
Hannibal no respondió a esas palabras, odiaba ser compadecido, ahora mas que nunca. Guardó un silencio mortal aun a pesar de que las pocas fibras humanas que quedaban en el se habían puesto tensas, como presintiendo el peligro de una manera instintiva. Pero ya no importaba... ¿Cierto? Ahora que lo había perdido todo... Ya no importaba la manera en la que fuese a morir, por muy desagradable que ésta fuera.
La figura negra tambien guardó silencio por un rato, como si lo estuviera analizando mientras la lluvia se precipitaba sobre ambos. La tela de su túnica flotaba como un manto de oscuridad informe y parecía estar hecha de tinieblas y nada más. Hannibal a duras penas creyó percibir un toque blanco cuando en un movimiento se revelaron las manos de quien fuera que estuviese escondida bajo aquellos ropajes.
Pasados unos cuantos minutos, Hannibal saco otra vez de su interior una pequeña fuerza para hablar.
-¿Podrias irte? Desearía estar solo al momento de morir...- murmuró el Conde mientras contemplaba el cielo. Quería dedicar sus últimos pensamientos y su último aliento a Will, a Mischa, a la familia que lo hizo tan feliz una vez, aunque sus recuerdos parecieran tan lejanos y sus sonrisas tan borrosas que se fueran a perder en la nada.
-¿Realmente quieres morir?- preguntó esa voz tan extraña, que sonaba dulce y peligrosa.
-No...- dijo con sinceridad el aristócrata -No quisiera morir hasta no haber cumplido mi venganza contra quienes me hicieron esto... Pero mi cuerpo ya no soporta más... Demasiadas heridas... Demasiada sangre pérdida... Demasiado... Todo fue... Demasiado...- susurró Hannibal imprimiendo un verdadero sentimiento en esa palabra por primera vez en muchos años, y ese sentimiento era la desesperación y la impotencia más puras y más duras.
La figura pareció quedarse pensativa por un rato, aunque aún no se marchaba.
-¿Quieres que te ayude?- preguntó ella acercándose un poco más.
-¿Como podrías ayudarme tu? Mis heridas... ni siquiera un curandero podría con ellas...- susurró el Conde.
Pero ella ignoró por completo sus palabras.
-Si quieres que te ayude solo tienes que pedirlo… Pero el precio a pagar podría ser alto. Perderías tu alma.-
Hannibal rió roncamente, como si se fuera a romper a cada risa.
-Ya no poseo una.- respondió al final de las risas ahogadas mientras la lluvia seguía cayendo, la figura encapuchada lo rodeó, y Hannibal notó que no caminaba, si no que parecia deslizarse por el suelo.
-Todos los humanos poseen una… Por algo están vivos…- dijo ella antes de bajarse la capucha y dejar al descubierto un hermoso y pálido rostro de mujer, sus cabellos eran rubios, mas claros que los de Hannibal.
-¿Quién dijo que sigo vivo?- murmuró Hannibal con expresión vacia, sin siquiera mirarla.
Pronto, el rostro de ella tapó su visión del cielo.
-Hablas y respiras. Pero si te doy el poder que tu alma reclama, no necesitarás respirar mas.-
-¿Quién eres?-
-Bedelia Du Maurier, una antigua caminante de éste mundo. ¿Y tú?-
-Hannibal Lecter.- murmuró él, ya con los ojos mas allá de todo, incluso de esa conversación que sabía que sería la ultima de su vida. Y no se equivocaba.
-El famoso Conde Hannibal Lecter… Ese que aun siendo humano ya parecía poseer una fuerza y una determinación que no lo son…- murmuró ella y se arrodilló a su lado.
-¿Has escuchado hablar de mi?- pregunto el sin verdadero interés.
-Todo el mundo ha escuchado hablar de ti alguna vez... De ti y de tu familia... Aunque ahora están todos muertos.-
Y el Conde hizo un imperceptible gesto de dolor al escuchar esas palabras dichas con tanta indiferencia.
-Entonces dime, Hannibal Lecter, ¿Estás dispuesto a renunciar a tu alma por aquello que anhelas?-
-¿Cómo puedes saber realmente que es lo que anhelo?Te dije que lo perdí todo, y también que quería vengarme... ¿Puedes devolverme lo que perdí? ¿Puedes darme mi venganza? ¿Puedes darme alguna de las dos cosas acaso?- dijo Hannibal con sarcasmo y su rostro se retorció en una sonrisa tenebrosa, como si de alguna extraña y morbosa manera intentase jugar con el ser que estaba allí, aunque fuera más antiguo que él y posiblemente mucho más sabio. Su personalidad, forjada a golpes de humillación y dolor inconmensurable lo estaban convirtiendo en una bestia que atacaría lo que fuera que se pusiera frente a sus ojos. Conocido o no. Amigo o enemigo.
-No necesito que tú me digas nada, Conde. Tampoco necesito devolverte lo que perdiste. Porque veo tu corazón. El odio y la penumbra en él… El deseo de venganza. Veo y siento todo eso... Y fue todo eso lo que me guió hasta ti, lo que hoy me atrajo a este lugar... Esa estela pútrida y al mismo tiempo encantadora de tu alma... como un diamante con una horrible imperfección, o un rostro hermoso cruzado por una enorme herida abierta y supurante. Tu corazón se corrompió tanto, que si yo te diera a elegir entre volver a ser feliz con tu amor y tu familia a tu lado o el poder para hacer pagar a los que te hicieron sufrir… elegirías la segunda opción sin siquiera dudar.-
Y el silencio de Hannibal lo dijo todo.
-Aun asi, no necesitas elegir. Porque solo puedo darte la segunda opción…- murmuró la mujer. –Pero recuerda que el precio a pagar es tu alma…-
Ambos se quedaron en silencio, como si estuvieran pensando, pero el silencio del Conde duro solo el medio minuto que le llevó dejar de jadear agónicamente para poder hablar y dar su respuesta. No había dudas en él, se moría, así que se aferraria a cualquier cosa, a cualquier trato... Y no importaba nada más.
-No me importa el precio a pagar…No hay precio que yo no pueda pagar...- susurró Hannibal al final...
Y esas fueran sus ultimas palabras como humano.
Bedelia tomó la espada sin decir palabra y la enterró bruscamente en el pecho de Hannibal, haciendo que este soltase todo el aire de golpe, quedando con los ojos abiertos, sorprendidos y al mismo tiempo indiferentes, mirando mas lejos del cielo oscurecido por la tormenta.
Tras desenterrar la espada del pecho del Conde, la antigua mujer se hizo un corte en la muñeca de donde pronto comenzó a brotar la oscura sangre. Sostuvo el rostro de Hannibal y vertió la sangre entre sus labios, hasta su garganta.
Cuando la sangre entró en su sistema, la oscuridad que lo tragaba y hacía desaparecer el cielo sobre sus ojos, comenzó a menguar. Un cosquilleo recorrió su cuerpo dormido por tantos años, y sintió como todas sus heridas cerraban de golpe, sin embargo, un intenso dolor no tardó tambien en recorrer cada fibra de su cuerpo, haciéndole soltar un grito ahogado.
-Q-que... Que me... Que me está pasando?- susurró entremedio de sus dientes al sentir como todo ese dolor recorría todas y cada una de las zonas de su cuerpo sin distinción.
-Es el dolor del cambio... Me sorprende que no estés gritando... Incluso que puedas hablar... Se nota que serás muy fuerte... Que ya lo eras...- dijo Bedelia, y su voz, hasta ese momento indiferente o más bien aburrida casi en todo momento, adquirió un matiz de sorpresa y curiosidad.
Hannibal abrió la boca para decirle que ningún dolor era demasiado para él pero cuando lo intento el dolor comprimió su estómago con fuerza y algo desagradable surgió de su boca. Se enderezó y comenzó a vomitar una larga catarata negra que parecía no tener fin, se ahogaba, sentía su cuerpo romperse una y mil veces, sus heridas curarse más y más, la fuerza volverse multiplicada por millones de veces, y otra vez estallar de dolor. Una vez más, mil veces más. Y esa negrura pútrida escapar de su boca.
-No te preocupes... Tu cuerpo está expulsando lo que ya no necesitará... Eso es lo que provoca el dolor tan fuerte que sientes... Pero eventualmente... Pasará.- le explicó Bedelia voz calmada, mirando al hombre que jadeaba tirado en el suelo, con los ojos clavados en la hierba teñida de negra inmundicia que pronto el agua de la lluvia torrencial se llevaba.
Y ese dolor duro por varios días, al igual que la tormenta. Y mientras Hannibal se retorcía y expulsaba la debilidad humana de su cuerpo, Bedelia permaneció alli, mirándolo muda, impertérrita, como una estatua cincelada en hielo.
Sin embargo, el dolor no fue eterno como Hannibal llegó a pensar que sería a pesar de las palabras de ella. Poco a poco, al alba del cuarto día de penumbras que cubrían la tierra, la agonía comenzó a disminuir poco a poco. En ningún momento había gritado después del principio, pero realmente había sido porque ni siquiera había tenido fuerzas para hacerlo. Y además porque tambien se había pasado buena parte de los días botando por la boca ese liquido oscuro que parecia sangre y al mismo tiempo no lo era.
Seguía tendido en el suelo, cuando el dolor por fin se acabó y ya no quedó nada en su nuevo cuerpo por expulsar. Y como si Bedelia supiera el momento exacto en que eso pasaría, se acercó a él y se arrodilló a su lado, sujetando su mano.
-Ahora eres tan fuerte como lo deseabas. Ahora no podrás morir, y para vivir tendrás que matar una y otra vez. Quizás incluso un día mates a alguien a quien ames.  Ya no eres humano, ahora eres un caminante. Una criatura. Un vampiro…- susurró Bedelia mientras Hannibal se incorporaba lentamente, siendo plenamente consciente del nuevo poder que recorría su cuerpo.
Miró por un segundo su espada, y se concentró en ella escasamente, lo bastante como para que el objeto volara en su dirección y él la atrapara con un movimiento imperceptible de la mano. Se paró a tanta velocidad que incluso Bedelia no pudo verlo del todo. Un humano fuerte creaba a un monstruo mucho mas poderoso que uno débil. Y Hannibal Lecter, incluso siendo humano, había sido la fortaleza en persona.
Y usando solo su mano, dobló el fuerte metal de la espada, lo retorció como si se tratase de un liston y después lo destruyó completamente.
En su rostro brilló una sonrisa cínica.
Los verdaderos años de oscuridad acababan de comenzar, y serían siglos, no solo años.
-Gracias mujer…- murmuró fríamente antes de darle la espalda.
-Espera… Hay mas cosas que debes saber.-
-¿Qué cosas?-
Y ella se acercó y le susurró durante un largo rato al oído, hasta por fin separarse de él.
-Ahora sigue tu camino, y cumple tu venganza.- murmuró ella antes de que Hannibal se marchara de alli con paso decidido, bajo la lluvia que jamas en esos cuatro días parecía haber cesado. Y aunque su ropa estaba desgarrada y sucia, no le importó presentarse de esa manera en la ciudad. No venía precisamente a hacer amigos.
Nadie pudo jamas hablar de la gran matanza que ocurrió en esa ciudad aquel día por que nadie sobrevivió para contarla. Nadie pudo hablar jamas del monstruo que los atacó en la noche. Del rostro fiero y palido que no perdonó la vida de ni una sola de las almas que habitaban en ese lugar. Muchos cuerpos fueron rotos, destruidos, cuellos partidos y gargantas devoradas. La furia del Conde Lecter no conocía de temor, ni su poder de limites. Su odio ya no sabía de enemigos, ahora era enemigo de todo lo que estaba vivo. Mató en la ciudad durante días, dejando que cundiera el pánico, que la gente supiera quien era el que lo estaba haciendo. Que la gente tuviera miedo… que quisiera huir y no pudiera escapar de él. Se alimentó a cada oportunidad que tuvo y cada vez que sus instintos se lo pedían. Se dejó ver, como un oscuro Rey impiadoso, y no como el conde humano y débil al que una vez esa maldita ciudad le había arrebatado todo lo que amaba.
Ni siquiera los niños se salvaron de la muerte, nadie, no había lugar para la piedad en el retorcido corazón del demonio en el que se había convertido. A su paso lo mató todo. Y dejó a la familia de Ana para el final. Cuando ya no quedaba nadie vivo en la ciudad, los buscó a ellos. Se preparaban para partir, Ana estaba aterrada, sabiendo que posiblemente había sido dejada para el final para que supiera lo que se le venía.
Y Hannibal se presentó ante ellos, pero todo lo que hizo fue dejarse ver, como una sombra, sobrevolándolos de manera aterradora.
Los dejó escapar de la ciudad fantasma con el único propósito de darles cacería, de que vivieran en terror constante, de que a cada ruido que sintieran por la noche sufrieran un ataque de espanto. Los dejó vivir, huyendo de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, pisándoles siempre los talones, y asesinando a todos los habitantes de los pueblos y ciudades donde ellos se instalaban solo para que supieran que estaban cercados, que no podrían escapar jamás de ese juego demencial. Los dejo vivir para que experimentaran la muerte una y mil veces, tal y como él se lo había prometido a la princesa. Pero eso fue solo hasta el día en que se cansó, un par de años después de su renacer.
Una noche muy oscura se presentó en la casa de Ana, no había dado indicios de que esta vez estaba en el pueblo solamente para tomarlos desprevenidos, para dejarlos relajarse un instante antes de por fin cobrar la venganza jurada.
La casa era de dos pisos, una mansión de madera algo mediocre para una princesa, pero era la estúpida manera de esa familia de humanos de intentar esconderse de él.
Mató a los guardias rápidamente y se alimentó de ellos sin causar ni el mas mínimo alboroto, no quería beber la sangre de nadie de esa familia asi que prefirió a los guardias.
Entró en la propiedad cercada y enseguida localizó el cuarto de Ana, en el segundo piso de la mansión. Se deslizó por la ventana, después de trepar con la agilidad de la criatura sobrenatural que era y desenvainó la espada sin hacer ruido, delante de la cama del matrimonio que dormía con una vela encendida sobre la cabecera de la cama, seguramente por miedo a la oscuridad.
Apoyó la punta de la espada con fuerza sobre el suelo de madera, haciendo ruido para que ambos saltaran de la cama con espanto. Lo miraron, con los ojos dilatados de pánico y era ese terror el que Hannibal quería ver en sus rostros, y lo disfrutó, con una oscura sonrisa estirando sus finos labios. Se apoyaba en la espada, solo infundiendo miedo con su fija mirada.
-Hola Ana… Por fin volvemos a vernos ¿no es asi?- murmuró Hannibal al fin, quebrando con su voz profunda el silencio de la noche.
Los labios de ella temblaban de miedo y espanto.
-Me sorprende que no corras hacia mi para abrazarme… ¿Acaso ya no me amas?- preguntó Hannibal, sonando cínicamente triste. Pero las dos personas de esa cama estaban demasiado paralizadas de miedo incluso hasta para hablar.
-Veo que no… Ahora amas a este otro… Encontre el medallón que me robaste y la cabeza de Will en la casa que abandonaste primero cuando yo me liberé… Es de mala prometida dejar los recuerdos de tu amado abandonados…- murmuró el Conde con voz cada vez mas y mas helada. Sacó de su bolso de piel un cráneo y lo apoyó con cuidado sobre una mesa de madera. Lo giró, y los profundos huecos negros de la calavera quedaron mirando en dirección hacia la cama de la princesa, el vampiro solo sonrió un poco, con una mezcla de nostalgia, dolor y odio. -Ahora Will por fin podrá ver todo lo que te va a pasar...- susurró Hannibal antes de regresar una mirada dura y helada hacia las dos unicas personas vivas de esa habitación.
-¿Recuerdas tus monólogos y todo lo que me hiciste? Hoy vine a pagártelo con creces. Todo.- añadió el Conde, antes de lanzarle la espada a la mujer. Ella la atrapó, pero porque fue la voluntad de Hannibal que lo hiciera.
-Ahora… ¿Recuerdas como cortaste la mano de Will para hacer que se suelte de mi lazo?- preguntó Hannibal y un segundo después, Ana cortó la mano de su propio marido, quien comenzó a lanzar aterrados alaridos de dolor.
-N-no… N-no…- comenzó a balbucear la princesa, sintiendo el espanto devorar su corazón al darse cuenta de que ya no tenía control de sus actos.
Hannibal dio algunos pasos por el suelo de madera, pasos que no hicieron ruido alguno. Intentaba mostrarse serio pero los gritos le habían arrancado una diabólica e incontenible sonrisa...
Se paró otra vez frente a la cama y miró al marido de la princesa con frialdad.
-¡Silencio!- le ordenó con un gesto, y automáticamente los gritos se detuvieron, el hombre sostenía su muñón sangrante y la princesa la espada, como si intentara concentrarse en soltarla.
-Como tu con tu asqueroso guardia, esta noche yo tampoco vine solo...- murmuró el Conde y junto los labios suavemente, soplando aire entre ellos hasta que se escuchó un tenue silbido.
En la entrada se oyó como la puerta de la casa era echada abajo y después dos pares de veloces y pesadas patas corrían por las escaleras. Acto seguido, en el cuarto entró un enorme perro negro, de dientes afilados y ojos rojos y malignos.
-Se llama Black...- dijo Hannibal mientras acariciaba la cabeza del fiero y enorme animal -Pero si así lo prefieren, pueden decirle "Blackie"- añadió con sarcasmo antes de levantar la ropa de la cama del matrimonio bruscamente, revelando la desnudez de ambos.
-Que interesante es lo que veo... Tienes un marido interesante Ana... Pero... Creo que su cuerpo me sirve tan poco como a ti te sirvió el mío los años que me tuviste encerrado...- dijo Hannibal antes de apartar la mano del perro. Bastó solo un breve segundo para que, entre horribles gruñidos, el perro saltase sobre la cama del matrimonio y sus dientes afilados y terribles fueran directo a la entrepierna del marido de Ana, arrancandosela a trozos y devorando la carne. Esta vez no hubo poder que impidiese que el marido de la princesa gritase agónicamente al sentir sus partes destrozadas por la bestia, aunque por supuesto, Hannibal tampoco intentó silenciarlo, sus gritos, pero sobre todo el espanto en los ojos de la maldita princesa lo eran todo para el Conde.
Se apartó un paso y acarició el cráneo de Will de manera pensativa, sin dejar de mirar al hombre que sangraba con el perro encima y a la mujer aterrada de la espada en la mano.
Pero pronto, se hartó de los gritos.
-¿Recuerdas como cortaron su cabeza?- susurró Hannibal aún mirando y acariciando el cráneo de Will, y aunque ella intentó resistirse, la espada, guiada por su propia mano, pronto decapitó al marido, acabando con los gritos de este. Los ojos de ella se llenaron de lagrimas mientras que los del Conde ya no ocultaban su profundo odio y desprecio.
-No te atrevas a llorar. Nunca pagarás ni sentirás lo suficiente de una sola parte de todo lo que me hiciste… al menos a mis ojos. A los tuyos propios espero que lo pagues y con creces.- dijo Hannibal fríamente. El perro pronto empezó a desgarrar la carne del vientre del hombre que acababa de morir y a devorar sus entrañas, sacando largas tiras que se comía delante de los ojos de la princesa. -Deja un poco Black... No olvides que tenemos que darle de comer...- advirtió el Conde con una sonrisa muy fría.
-Si... Aún recuerdo cuando me dijiste que las primeras comidas que tomé en el calabozo eran lo que quedaba de Will... Como podría olvidarlo...- susurró Hannibal mirándola fijamente justo cuando un par de niños entraron corriendo en la habitación, obviamente alertados por los gritos y por los ruidos inusuales a mitad de la noche. Seguramente se habían asustado... Y lo primero que habían atinado a hacer había sido correr a la habitación de sus padres, como cualquier criatura cuando se asusta.
Hannibal volteó a mirarlos, luego miró a Ana y le sonrió.
-¿Así que estos son tus hijos?-
-¡¡¡No te atrevas a hacerles nada!!!- gritó ella recuperando la voz, con la espada ensangrentada aun en la mano, y el perro detuvo su banquete solo para gruñirle de manera amenazadora con el hocico chorreando sangre, pero ella lo ignoró. –Por favor… Solo son niños… No tienen nada que ver en todo esto…- lloró la princesa.
-Mischa tampoco... ¿Acaso crees que los dejaré vivos? ¿Acaso crees que te dejaré algo?- murmuró Hannibal con voz helada, devolviéndole las palabras que ella le dijo cuando le arrebató todo a él, antes de atrapar a los dos niños sin que ellos se dieran cuenta siquiera.
El perro se bajó de la cama y se acercó a su amo, quedando a su lado mientras este sometía con facilidad a los niños que se habían quedado paralizados del terror.
Los arrojó delante de la cama de sus padres, de rodillas, para que vieran el cuerpo decapitado y destripado del hombre de la cama y comenzaran a entender que había pasado. Para que entendieran que no era una pesadilla... Que era demasiado para ser una pesadilla... Que era real... Porque quería que tuvieran el mismo miedo que seguramente había experimentado Mischa al morir a manos de la princesa.
-Miren lo que hizo mama… ella le cortó la cabeza a vuestro padre… Que mujer tan asquerosa… ¿No lo creéis asi?- susurró Hannibal acariciando el cabello del niño y de la niña. El pequeño no parecía tener mas de siete años, la niña solo seis.
-¡¡¡Dejalos en paz!!!- gritó Ana sin dejar de llorar.
Hannibal la miró fríamente por un segundo, sujetó la cabeza del niño y se divirtió viendo el reflejo de pánico y las lágrimas del chico en los ojos de la madre desesperada e incapaz de moverse.
-Claro que los dejaré en paz… Si... en mucha paz.- murmuró el conde antes de arrojar a las dos criaturas por completo al suelo, haciendo que quedaran tendidas de espaldas, llorando y angustiadas. Obligó a Ana a levantarse con el poder de su mente y a sentarse en una mecedora que había al lado de la ventana por la cual él había entrado en primer lugar. Desde ese sitio ella tendría mucha mejor visión.
Colocó un pie sobre la espalda del niño y sujetó su cuello con fuerza, pero no lo rompió, tampoco lo estranguló, si no que ante los gritos aterrados de la princesa, comenzó a arrancarle la cabeza usando solo la fuerza. El niño se debatió débilmente pero no podía hacer nada contra él, nadie podía hacer nada contra su odio sin freno.
Se escuchó el sonido de los huesos al irse separando, la carne al irse desgarrando, hasta que por fin incluso la piel cedió y la cabeza del niño, con una ultima expresión aterrada, quedó entre las manos de Hannibal.
El conde rió cruelmente y le lanzó la cabeza a Ana, la cual la mujer atrapó con expresión ya no asustada, si no enloquecida.
Dirigiéndose a la niña, la pisó con fuerza, rompiéndole la columna vertebral en varias partes, dejando que la madre escuche sus lastimosos gritos de agonía. Y después continuo pisándola hasta que rompió cada hueso del cuerpo de la criatura y en el piso solo quedó un deforme amasijo de carne, sangre y huesos frente a los ojos de Ana quien aun sostenia la cabeza de su primogénito entre sus manos.
Se acercó a ella y la tomó con fuerza del brazo, haciéndola soltar la cabeza de su hijo y pateándola con desprecio, lejos de ellos.
-Me duele que hayas tenido hijos con alguien mas… ¿No me dijiste acaso que querías un hijo mio?- murmuró Hannibal fríamente mientras ella intentaba negar con la cabeza.
-Ya que lo querias… Entonces lo tendras.- añadió el Conde antes de levantar una mano hasta el vientre de ella y apoyarla alli. Cerró los ojos por un momento y después se separó, mientras Ana se llevaba las manos hacia el sitio que él había tocado, confundida, sentía algo extraño dentro suyo, como si hubiera algo alli dentro… Gestandose… Algo que claramente no era humano.
-La criatura que ahora vive dentro de ti se alimentará de tu interior durante un tiempo antes de desgarrarte por completo para salir. Desearas estar muerta para cuando él o ella salgan de ti… desearas estar muerta desde mucho antes.- dijo Hannibal y esas fueron sus ultimas palabras hacia ella. Le ordenó a su "mascota" que se marche, que hiciera todo el caos que deseara por el pueblo mientras él se divertía aquí y después de eso, la encadenó en la sala, de la misma manera que él había estado encadenado en el calabozo. Tomó la mecedora y la dejó frente a ella antes de ir a buscar las cabezas de la familia de Ana, las cuales acomodo ensartadas en lanzas sobre el suelo, rodeando a la mujer. Llevó consigo el cráneo de Will y lo sentó en sus rodillas, acariciándolo como si fuera alguien en verdad y no solo un objeto blanquecino y algo desgastado que no significaba ya mucho. El medallón colgaba sobre su pecho, abierto, con la foto de sus mas queridos para que vieran el espectáculo y la venganza jurada.
Pasaron los días en tétrico y absoluto silencio al menos por parte de él, mientras la criatura se gestaba dentro de Ana y ella sufria dolores mas y mas horribles. Aquello realmente la estaba devorando y destruyendo por dentro, gritó hasta perder la voz, hasta que sus cuerdas vocales reventaron. Y mientras tanto, Hannibal observaba todo en silencio desde la mecedora, con una sonrisa y una copa llena de sangre de la cual bebía mientras la veía morir lentamente, entre agonías atroces.
Pasaron semanas así, las cabezas de la familia de Ana se pudrían lentamente en las picas donde Hannibal las había clavado, para deleite de la vista de la sufriente princesa, inundando y torturando su olfato tambien, con el aroma de la carne pútrida de sus seres queridos. La alimentó por mucho tiempo con lo que había quedado de su familia, sin importarle el estado de la carne, simplemente la obligaba a comer, le soltaba una mano y hacia que ella agarrase la carne y se la llevase a la boca por si misma. La obligaba a masticar, a saborear y a tragar con el poder de su mente. Y le impedía vomitar. Además de eso, por si el dolor fuera poco, día tras día le arrancaba una uña, o un diente hasta dejarla sin ninguno de ellos. La humillaba con su sonrisa, aún sin hablar. Con su expresión de superioridad mientras a veces jugaba a ensartar agujas en la carne podrida de las cabezas de alguno de sus hijos o del marido. Las humillaciones que ella había cometido contra el, humanas, vanales, carnales, no eran nada en comparación a lo que Hannibal le estaba haciendo. Y aún así, para el Conde, esto seguía siendo poco.
Finalmente, una tarde, la criatura que Hannibal había hecho crecer dentro de ella, se abrió paso por el vientre de su madre, desgarrándola, y cayó al piso mientras Hannibal observaba el espectáculo. Ella aun vivía, pero su dolor era tan intenso que ya se había vuelto completamente loca hacía tiempo. Hannibal tomó a la criatura y la envolvió sin siquiera mirarla, dejándola sobre la mecedora. Se acercó a Ana y la miró fijamente a los ojos con una sonrisa que mostraba el mismísimo averno. El olor y la penumbra de la habitación helada era terrible, realmente había creado ese infierno solo para ella.
Tomó un poco de sangre de ella con sus dedos y se pintó los labios, estirando la sangre sobre su sonrisa demencial, de la misma manera en que ella lo hizo alguna vez. Sus jadeos eran cada vez más apagados, pero estaba claro que el dolor que sufría aún era intenso. Tras inclinarse un poco, y usando únicamente la fuerza de sus manos, el Conde le arrancó las piernas, y para finalizar el acto, la crucificó, desnuda y con el vientre abierto en la plaza del pueblo, rodeada de las pútridas cabezas de su familia, a las cuales les faltaba más de un mordisco que la princesa tuvo que darles, como si fueran manzanas de caramelo, cuando a Hannibal se le antojaba obligarla a hacerlo. La observó terminar de morir clavada en esa cruz, y se aseguró bien de que fueran sus ojos y su sonrisa lo último que ella viera en la vida. La había expuesto y ahora su cuerpo sería devorado por las aves de carroña. Nadie se atrevería a tocar su obra, lo sabía a la perfección, por que era la obra de un demonio y quien la tocase estaría condenado.
Cuando regresó a la casa, prendió un fuego en la chimenea y arrojó a la criatura que había usado para torturar a Ana sin que se le moviera un solo pelo. El engendro chilló mientras era devorado por las llamas hasta convertirse en cenizas delante de los ojos del demonio. No sentía culpa, esa cosa no era su sangre, no era su hijo ni su hija, era solo un espiritu infernal que había invocado dentro de Ana y por tanto tenía derecho a regresarlo al infierno.
Despues de eso, Hannibal volvió a salir, notando la multitud que se había formado en torno de la “escultura” que había realizado con lo que quedaba de la princesa. Escuchaba las conversaciones aterradas de los aldeanos, que también hacían mención a un perro demoníaco que había atacado algunas casas de la aldea, matando a varias familias. Estaba claro que esto estaba relacionado. Y no se equivocaban.
En ese momento, el perro infernal del Conde salió con el hocico lleno de sangre seca y no tan seca de entre unos matorrales y se acercó, moviendo la cola, hacia su amo, como si fuera un perro normal, y salvo por los ojos rojos y el hocico sangriento lo era.
Hannibal acarició la cabeza del perro, pensativo.
-Estoy seguro de que a Will le hubiera gustado tenerte como mascota... Cuando eras un perro común y corriente... A él le gustaban mucho los perros... Incluso era amable con los perros que mi tío usaba para cazar... Siempre lo quisieron mucho...- susurró Hannibal con la vista perdida. Y como si pudiera entender y sentir el dolor de su amo, el enorme perro lanzó un aullido escalofriante que retumbó por todo el pueblo y aterró aún más a la gente, que miró para todos lados. Pero ellos, ocultos en las sombras, no fueron vistos.
-Quedate... Vigila que nadie baje nunca a esa maldita mujer de ese sitio... Que sea devorada por los cuervos... Y al que lo intente... Destrozalo. Eres libre Black... Eres libre de sembrar el terror tanto como tú lo desees...- murmuró el Conde antes de dejar ir al enorme perro, que soltó como una maldición más en ese pueblo donde por fin había podido darle muerte a la mujer que lo había convertido en lo que era ahora.
-Por ti Will… Por ti Mischa… Por ustedes… Tios…- murmuró Hannibal, observando en la distancia, antes de desaparecer.
Viajó mucho sólo para llegar al viejo castillo donde alguna vez había sido feliz y había sido humano. Donde había compartido siete años de alegría con Will hasta que estos se habían trocado en tragedia. Para cuando llegó, todo parecía estar igual. Pero eso era solo un engaño al primer vistazo... Los campos estaban descuidados hacia mucho tiempo y algunas secciones del castillo que ya era viejo en ese entonces y necesitaba mantenimiento, ahora estaban comenzando por fin a venirse abajo... El páramo era gris, cubierto ahora de brezales, bajo un cielo aún más gris que la propia piedra de lo que alguna vez había sido un imponente castillo de la familia Lecter.
Hannibal entró por su propio pie, era más rápido ir así que a caballo así que en ningún momento de su viaje había montado. Se había limitado a deslizarse por Europa hasta llegar a Francia, siendo en muchas partes una plaga sin rostro... Había regresado la noche anterior, a la carpintería del viejo Pierrot. Su dueño, aquel anciano, llevaba muerto mucho tiempo, y era su nieto quien atendía. Aún así, encontró entre viejos trastos de madera y cosas muy viejas, la caña de pescar que el había querido darle a Will el día de su aniversario... Los recuerdos al ver ese objeto habían golpeado su mente como una cruel lluvia de afilados cristales, y se llevó la caña y permitió que el río que a Will tanto le gustaba se la tragase en sus hondas profundidades. 
Pensaba en esto cuando se deslizó por el castillo abandonado como un fantasma. Ahora había terminado, ahora por fin todo se había terminado. Y él se sentía… tan cansado…
Su tiempo tocaba a su fin, recorrió cada lugar donde fue feliz, sujetando el medallón que había logrado recuperar por pura fortuna y con el cráneo de Will guardado dentro una bolsa de piel que colgaba de su cintura.
Terminó en el sotano del castillo, el lugar mas oscuro, húmedo y tétrico al que jamas había bajado hasta entonces. Había vieja madera podrida por todos lados y demás objetos guardados que se pudrian lentamente en el olvido, un ojo humano solo vería oscuridad, pero los ojos de Hannibal en la oscuridad captaban cada detalle a la perfeccion.
Abrió una vez mas el medallón y contempló con dolor tan infinito como el odio que antes le había consumido, los retratos de Will y Mischa, pintados con una sonrisa, inmortalizados en esa pequeña pintura para siempre.
Sus mas queridos… Aquellos por los que había decidido convertirse en un monstruo despiadado. En sus nombres, para poder vengarlos. Para poder hacer al menos algo despues de todo lo sufrido. Pero ahora ya todo se había terminado. Había arrasado y masacrado miles de vidas humanas. Había extinguido la vida de todo el linaje del Rey Mindaugas incluso, y destruido gran parte de los pueblos de  Lituania y de Francia en su furia. Pero ahora por fin había terminado. Hannibal suspiró y apretó el medallón entre sus dedos pero sin destruirlo, tomó su espada y la acercó a su cuello, con la única intención de cortarse la cabeza y que ese fuera el final de todo.
-Will... Mischa... Tíos... Pronto estaré con ustedes...- murmuró Hannibal tambaleándose ligeramente, sabía que para una criatura como él sólo quedaba el infierno, pero aún así no dejaba de tener la esperanza de poder volver a verlos si moría... Intentó mover la espada y terminar con su vida pero su tiempo ya se había terminado. Antes de que pudiera realizar el corte, la mano que sostenía la espada se debilitó bruscamente y la dejó caer, pronto, su cuerpo sufrió la misma debilidad, y una oscuridad diferente y acogedora lo rodeó con sus brazos de manera repentina y arrolladora. Hannibal Lecter durmió por mas de 150 años entre los escombros del sótano del viejo castillo, 150 años que parecieron ser sólo un suspiro. 150 años en los que habitó en la completa oscuridad. 150 años en los que olvidó… 150 años en los que perdió el recuerdo de Will en lo mas profundo de su mente sobrehumana.
Cuando despertó, la pintura del medallón se había difuminado hasta ser irreconocible aunque aun asi lo había guardado celosamente, al igual que la antigua calavera que había dormido con el todos esos años. Se preguntó por mucho tiempo de quien sería, pero jamás había podido recordar. Todo lo que podía hacer era mirar los huecos negros donde habian estado los ojos de la calavera y sentir que volaba hacia una fuente llena de luciérnagas, hacia un lazo y sobre todo... hacia el metal... metal contra metal... espada contra espada... Gritos y más gritos... Perdiendose dentro de esa nada por semanas enteras muchas veces hasta que al final guardó la calavera bajo llave por que lo hacía sentirse demasiado inquieto, demasiado mal... Como si hubiera olvidado algo tan importante que deseaba recordarlo a toda costa y al mismo tiempo no...
Siglos despues de ese periodo de sueño, fue que conoció al agente Will Graham… A aquellos ojos que había seguido por todas partes a lo largo de los años y las décadas, aun sin saberlo, de país en país, siendo un monstruo sin alma, sin corazón, sin recuerdos. Esos ojos... Los ojos iguales a los que alguna vez habitaron dentro de la calavera que tanto lo perturbaba y que había velado su largo sueño...
Los ojos de Will...
Will…
William…
Su amado… Ese que le juró que estarían juntos para siempre…
Y no era una mentira.
Por supuesto que no lo era.
"Porque lo que el destino y el amor han decidido unir, no encontrará fuerza alguna que lo pueda destruir".

El Conde Lecter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora