El Pasado (Novena Parte)

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Pasado el primer momento de sorpresa y de violencia en el Gran Conde, este último cerró la puerta detrás de sí, sin dejar de amenazar a los dos muchachos con la espada.

Su mirada se veía férrea, tanto como la de ellos dos.

-Primero... Terminen de vestirse...- susurró el hombre fríamente, para su suerte no los había encontrado desnudos o haciendo algo indecente, eso hubiera sido demasiado para él.

Los jóvenes obedecieron en silencio, arreglándose el uno al otro en las mismísimas narices del Gran Conde.

Se miraron y se sonrieron, ya no les importaba morir por el amor que se tenían. Realmente eso nunca había importado.

Al final, sin soltarse las manos, se dieron la vuelta y enfrentaron al padre de Hannibal con sendas expresiones decididas e idénticas.

-Tu... Tu tenías que regresar para arruinar la vida de mi hijo!!!- exclamó el Gran Conde mirando a Will con furia y apuntándolo con la espada.

-Él no arruino mi vida... La salvó...- dijo Hannibal con voz tranquila pero apretando con fuerza la mano de Will.

-Acaso son necios!!!? Acaso no lo entienden?? Hannibal tiene que casarse!! No pueden estar juntos!! Los van a matar!! El rey matará a toda nuestra familia!!- gritó el Gran Conde fuera de sí.

-No lo hará...- susurró Hannibal. –Siempre puedes conseguir veneno antes de la boda y dármelo. Yo lo beberé. El Rey pensará que fue un atentado de parte de la gente que no quiere que se lleve a cabo ese matrimonio.-

Su padre lo miraba incrédulo, no podía creer las palabras tan frías y seguras que salían de los labios de su hijo. Como si hubiera tenido ese plan en mente todo el tiempo.

-Él te volvió loco...- murmuró el Gran Conde, mirando fijamente a Will, sin dejar de amenazarlo con la espada.

-Loco me hubiera vuelto este matrimonio. Pero ya lo he decidido, no voy a casarme. No me importa nada de lo que haga o diga nadie. No más. Prefiero morir una y mil veces antes que estar lejos de Will. Y es mi última palabra. Lo lamento padre...- dijo Hannibal con voz tan segura que hizo entender a su padre que no existía ni existiría jamás en este mundo ni en ningún otro un argumento para convencerlo de lo contrario.

Todo el problema era Will, así que se abalanzó sobre él, con toda la intención de cortarle la cabeza, incluso esperó que Hannibal desenvainara su espada para pelear contra él, pero él muchacho no pelearía contra su propio padre, así que todo lo que hizo fue interponerse en su camino, protegiendo a Will con su cuerpo.

La hoja de la espada del Gran Conde quedó solo a milímetros de la yugular de su propio hijo, pero aun así este ni siquiera pestañeaba.

-Antes de hacerle daño a él, vas a tener que matarme a mi.- le aseguró Hannibal mirándolo a los ojos sin ninguna vergüenza ni remordimiento.

El Gran Conde apretó el filo de su espada contra el cuello de su hijo, con toda la intención de ver si realmente estaba dispuesto a morir así. Pero a Hannibal no se le movió ni un solo cabello de su lugar, ni siquiera pestañeó.

El hombre retrocedió un paso y bajó la espada, mirándolos fijamente. Ese amor tan fuerte, le recordaba en cierto modo al que tenía por la madre de Hannibal y que tendría por siempre sin importar que la muerte los hubiera separado.

Era un amor que iba más allá de la vida o de la muerte, que era para siempre. Que era eterno, sin importar nada más.

-¿Lo recuerdas amor?- preguntó en ese momento la voz suave de su amada fallecida al oído de ese hombre atormentado, quien sintió paz solo con escucharla a ella.

El Conde Lecter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora