El Pasado (Octava Parte)

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Hannibal y Will aprovecharon el tiempo juntos tantos como les fue posible, hasta que finalmente llegó el dia de la inexorable partida del Joven Conde rumbo a Vilna para casarse con esa muchachita que había visto una vez en la vida, y también el día en que sabía que debería despedirse de Will para siempre.
Dentro del medallón de oro Hannibal ya había pintado el retrato de Will junto con Mischa, la única familia que siempre querría tener, y lo guardaba celosamente colgado de una cadena a su cuello y pegado a su corazón. Era un excelente dibujante, así que sus dos personas más queridas terminaron pintadas allí adentro con gran fidelidad a pesar de lo reducido del tamaño del medallón. Will no quería verlo casarse, así que había optado por marcharse en la dirección contraría cuando él lo hiciera. Hannibal lo obligó a aceptar una enorme bolsa llena de monedas de oro, que pertenecían a sus propios recursos. El viaje hasta la capital era largo, de tres días completos, aunque en las noches pararían a descansar en los pueblos que visitaran, mas que nada para que ningún grupo de bandidos se atreviera a atacar la caravana. Hannibal, su padre y un puñado de sus servidores montaban a caballo, en tanto que Mischa y sus criadas y nanas iban dentro de un protegido y comodo carruaje.
Apenas lo vio montado en el caballo que lo conduciría a su destino, Will sintió que se le rompía el corazón. Él se veía tan hermoso, con el sol de una mañana muy fría iluminándolo por completo, como si en realidad él fuera el angel de su relato. Pero en su bello rostro solo había sombras y sus ojos eran huidizos, llenos de desesperación.
Will montó también, el Gran Conde ya sabía que el joven se marcharía y no podía estar mas de acuerdo. Una vez que Hannibal ya no viviera en el castillo Lecter, la presencia de ese joven era completamente innecesaria. No quería tener que seguir viéndolo y recordar las… Cosas que había descubierto de su propio hijo. Pronto, la comitiva empezó a alejarse del castillo, con el Gran Conde rodeado de sus hombres a la cabeza de ésta, pero Hannibal se demoró un rato más en el puente que atravesaba el foso del castillo, mirando a Will… Todo lo que deseaba en ese momento era gritarle que huyeran, que aun a pesar de todo estaban a tiempo. Que si espoleaban sus caballos y se metían en el bosque a toda velocidad no podrían seguirlos… Pero eso estaba fuera de toda consideración, así que ambos muchachos simplemente fueron pegados el uno al otro mientras trataban de ralentizar todo lo posible el paso de sus monturas. No dejaban de mirarse, sabiendo que era la última vez que se verían. La nieve haría el trayecto por los caminos, muy peligrosos para ambos, por lo que Hannibal le pidió que aunque sea le escribiera una carta cuando llegara a su destino. Pero Will no le prometió nada, si iban a separarse ahora tenía que ser rápido y definitivo. Cómo cuando es necesario cortar algo de un golpe limpio, no tenia sentido hacerlo todo más doloroso…
A espaldas de la comitiva, se tomaron de la mano con fuerza mientras los caballos de ambos seguían a paso lento, saliendo del puente donde tendrían que separarse.
Al salir, se miraron por varios segundos. No necesitaron decirse nada, ambos se bajaron de sus monturas al mismo tiempo y se dieron un estrecho abrazo, seguros de que nadie los veía en ese momento.
-Te amo Will, te amo y siempre te amaré. No importa que… Nunca te olvidaré…- susurró Hannibal sin dejar de abrazarlo con todas sus fuerzas, fantaseando con posibilidades cada vez mas y mas ridículas como por ejemplo montar con él a la fuerza y alejarse de allí. Pensó también en que podían tirarse ambos al foso, abrazados. Sería un final limpio y nunca tendrían que separarse.
-Yo también te amo… Y te recordaré cada dia de mi vida…- susurró Will también, estrechando al joven Conde entre sus brazos con todas sus fuerzas, las de su cuerpo y las de su alma.
-Siempre llevaré ésto conmigo…- susurró Hannibal tomando la mano de Will para que éste sintiera el medallón pegado a su corazón.
-Y yo siempre llevaré esto… Nunca lo dejaré… Tal vez algún dia esas dos mitades puedan unirse y nunca separarse…- murmuró Will separándose solo un poco para mirar a los ojos a su Conde, mientras los suyos ya lucían llenos de lagrimas incontenibles. Dentro de su mente no dejaba de preguntarse si alguno de los dos sería capaz de sobrevivir a ésta separación…
-Algun día… Lo juro, algún dia solo existirá nuestro para siempre…- susurró Hannibal acariciando su mejilla y secando algunas lágrimas de paso.
Lo besó en los labios con intensidad, casi con furia. Con la rabia de alguien que no desea irse jamas del lugar en donde está pero es cruelmente obligado a hacerlo.
Will le correspondió el beso con el mismo dolor, enredando sus manos en el pelo de él para acercarlo lo mas posible.
Se besaron como si fuera la ultima vez, por que para ellos lo era. Se besaron como jamas en sus vidas sabían que podrían besar a nadie más. Y en la distancia, el Gran Conde Lecter era el único que se había percatado de lo que pasaba entre los jóvenes. Ordenó a la caravana marchar, y él regresó al trote rápido, en dirección hacia ellos.
Para cuando llegó, los dos muchachos ya se habían separado y habían vuelto a montar, mirándose con anhelo y dolor.
-Vamonos ya mismo Hannibal Lecter.- dijo el Gran Conde cuando llegó a donde estaba su hijo, su voz era mas que tensa.
Hannibal ni siquiera le respondió, se quedó mirando a Will en silencio hasta que por fin su padre tomó las riendas de su caballo y tiró con brusquedad, obligándolo a seguirlo. Aun así, la mirada del joven permaneció clavada todo lo posible en los hermosos ojos azules de Will, hasta que finalmente el muchacho se dió la vuelta también y espoleó su caballo para marcharse al galope en la dirección contraria.
Hannibal suspiró, lleno de pena. El destino y el camino que ahora se abría ante él era uno lleno de infelicidad y de soledad. Todo lo que podría tener consigo de Will sería su retrato y el recuerdo de sus besos llenos de amor y de pasión.
Solo pensó en él durante todo el viaje, deseando haber encontrado el valor y la inteligencia suficiente como para convencerlo de escaparse juntos, o al menos haberlo obligado incluso. Pero una vez mas se portaban los dos como dos cobardes… Solo que ésta vez era por el bien de dos personas que también querían. Su padre y Mischa serían los primeros en quedar en el fuego cruzado si ellos escapaban como deseaban hacerlo.
Durante el viaje, el Gran Conde no pudo evitar notar la mirada de muerto vivo de su único hijo. Una parte de él deseaba hacerlo hablar, que le contara por que ese dolor parecía ser tan profundo… Pero la otra solo deseaba que todo pase finalmente y las cosas se resolvieran para bien. Intentó animarlo por todos los medios que se le ocurrieron, por que al final de cuentas era un buen padre, pero todo fue inútil. Hannibal llegó a Vilna con la misma expresión vacia y sin alma que tenía desde que se había separado de Will. Su mente estaba muy lejos de su cuerpo, y volaba buscando a Will, buscando olvidarse de todo.
En la capital los recibieron con gran pompa y alegría. Toda la ciudad vestía de gala para el casamiento de la sobrina del Rey con el famoso joven Conde Hannibal Lecter. Era una boda muy esperada y despertaba mucho respeto y ansiedad en todo el publico y en toda la familia real. Sería gracias a este acuerdo que el Rey terminaría de amigarse con su cuñado de Pskov, y una fusión entre el reino y el ducado de Pskov era lo que el rey mas ansiaba. Deseaba colocar a Hannibal Lecter, el hijo mayor de su favorito, como dueño de ese ducado. Y lo iba a conseguir, por que el Rey Mindaugas siempre conseguía lo que quería.
La comitiva arribó la mañana del día anterior a la boda, todos presentaron sus respetos a la familia real, incluso Hannibal se vio forzado a hacerlo y responder al protocolo aunque a cada paso sentía ganas de gritar. Sabía que su novia ya estaba hacía días en el palacio, siendo preparada para él como toda una novia de la realeza. Pero cuando alzara el velo, vería una cara que sabía que acabaría por odiar por el resto de sus días, aun si nada de esto era la culpa de esa jovencita.
Con la llegada de la noche, lo condujeron a sus “aposentos de novio” para que descansara, aposentos ciertamente lejanos a los de la princesa que sería su futura esposa pero cercanos a los de su padre y su hermana. Hannibal sabía muy bien que esa noche no dormiría, que se pasaría todo el tiempo mirando el retrato de Will, deseando estar a su lado y preguntándose si estaría bien.
Pero lo que el joven Conde aun no sabía, era que ni siquiera había pasado medio día desde la separación, cuando en un impulso guiado por la pasión que inflamaba su pecho, Will había hecho dar la media vuelta a su caballo para empezar a cabalgar en dirección a Vilna.
No podía dejarlo, no podía permitirlo. No quería que se casara, no quería dejar de verlo. No podía lidiar con eso. Sabía que en cierto modo estaba siendo egoísta, pero al mismo tiempo no. Si se separaban ninguno de los dos sería capaz de soportarlo por mucho tiempo. Asi que tenía que ir en ese mismo momento hacia la capital, e impedir por cualquier medio que Hannibal contrayera matrimonio. No podía condenarlo ni condenarse a si mismo a ese infierno, simplemente no podía. Incluso aunque le costara la vida.
Llegó a la capital la noche antes de la boda, de madrugada. Había tenido que cabalgar a toda velocidad para llegar a tiempo, incluso sin pararse casi a descansar. Pero en ese momento residía dentro suyo una fuerza inexplicable, la fuerza que solo puede tener un corazón desesperado y enamorado. Para su suerte, vestía la bastante bien como para que lo dejaran entrar al palacio, se hizo pasar por un primo de la familia del “novio” y para probarlo mostró la lámina de plata con el sello de la dinastía Lecter que Hannibal le había dado.
Sería la primera vez de muchas que ese objeto le traería suerte… Hasta llegar a considerarlo un talismán…
No sabía donde estarían las habitaciones de Hannibal dentro de ese enorme palacio, así que cerró los ojos e intentó dejarse guiar por la conexión que siempre habían tenido entre ellos, y que siempre los había guiado el uno a donde el otro esperaba.
Y funcionó. Una vez mas funcionó.
Entró con violencia y como una aparición en el cuarto donde Hannibal recostado en su cama no hacía nada mas que desvelarse mirando su retrato.
Apenas sus ojos se cruzaron, ambos sintieron que les volvía el alma al cuerpo. Will cerró la puerta de la habitación y se lanzó encima de él, dándole igual absolutamente todo, aferrándose a su ropa y besándolo entre lágrimas y sonrisas que ambos compartían por la felicidad y la crudeza del momento.
Cuando Hannibal reaccionó, se limitó a abrazarlo, había pensando mas de una vez durante esas horas de soledad en terminar con su vida. Pero no lo había hecho… Por que una pequeña llama de esperanza jamas había abandonado su pecho, solo había estado esperando por Will.
Se besaron sobre esa cama hasta quedarse sin aliento, con desesperación, como si llevaran siglos separados.
-No te cases…- susurraba Will entre beso y beso –No me dejes…-
-No lo haré, no me casaré, jamas podría dejarte…- murmuraba Hannibal correspondiéndole cada beso. Ni siquiera lo pensaron demasiado, comenzaron a quitarse la ropa con brusquedad desesperada, acariciando el cuerpo del otro, necesitándose mas de lo que necesitaban el aire.
No pararon hasta quedar completamente desnudos sobre esa cama, perdidos en una marea de besos y caricias que los hacían temblar por igual. Se tocaron el uno al otro de manera excitante, sin dejar de mirarse a los ojos. Esta vez deseaban hacerlo todo, deseaban ser uno solo físicamente como ya lo eran en todos los demás sentidos. El joven Conde besó profundamente los labios de Will, con amor y pasión, mientras se colocaba encima suyo, abriéndole las piernas suavemente. El ojiazul temblaba y jadeaba, no de miedo, si no de expectativa. Hannibal desvío sus besos al cuello del otro chico, besándolo y mordiéndolo un poco, incluso por encima de esas cicatrices que había dejado aquel accidente donde casi lo había perdido y que le había servido para darse cuenta de lo mucho que lo amaba.
Tomó su miembro y empezó a masturbarlo, disfrutando de los leves gemidos de pasión que salían de los labios de Will, mientras que el suyo propio se rozaba con impaciencia contra la entrada del otro joven. Una parte de él aun temia invadirlo de esa manera, pero la pasión y el instinto era mas que fuerte que nada en ese momento. Mojó sus dedos con su propia saliva y empezó a acariciar entremedio de las nalgas de Will, rozando también un poco sus testículos mientras seguía dándole placer a su erección. Will se mordió un dedo con fuerza, observando a su amado Conde y sonrojado por completo. Sus ojos, a pesar de la penumbra de la habitación, se distinguían perfectamente, brillando de excitación. Ambos deseaban llegar al final, por alguna razon no lo hicieron la noche antes de separarse, cuando hubiera sido lo mas lógico, y Will se dio cuenta de que jamas estuvo en los planes verdaderos de ninguno de los dos el separarse. Si él no hubiera ido a buscar a Hannibal esa noche, este último hubiera terminado por escaparse del palacio incluso minutos antes de la boda solo para ir a buscarlo a él. Pronto, al sentir los dedos de Hannibal comenzando a invadirlo, todos sus pensamientos se dispersaron, como la hojarasca arrastrada por el viento otoñal.
Se sentía extraño y doloroso, pero aun asi no quería que parara, sabía que después le dolería mucho mas pero era un dolor que solo estaba dispuesto a soportar por él y nadie mas.
Hannibal siguió moviendo sus dedos húmedos en el interior del otro joven, con toda la paciencia del mundo a pesar de que sentía que explotaría en cualquier momento por que no quería hacerlo sufrir demasiado. Al final, entre las caricias y la manera en que Hannibal lo masturbaba, el interior de Will comenzó a relajarse lentamente y el joven Conde por fin comenzó a apretar su miembro contra la entrada de Will, intentando ser lo mas suave que la urgencia le permitiera. Comenzó entrando de a poco, jadeando con fuerza al sentir lo estrecha y caliente que era la cavidad que ahora empezaba a rodear su miembro duro y palpitante.
Will emitia quejidos de dolor, pero se abrazaba a la espalda de Hannibal con fuerza, ayudando incluso un poco con el movimiento de sus caderas a que la penetración se realizara. Al final, el miembro del joven Conde quedó envainado por completo en su interior, haciendo que ambos se quedaran quietos. Uno resistiendo el dolor y el otro resistiendo el placer. Pasaron un par de minutos hasta que Hannibal se sintió capaz de moverse. Le dio una suave embestida que los hizo gemir a los dos, aunque el hermoso rostro de Will estuviera deformado por el intenso dolor. Se quedó jadeando encima de él, inseguro de poder moverse de nuevo sin correrse, pero Will lo ayudó moviéndose también un poco debajo de él, buscando sentirse mas cómodo hasta que encontró la posición que mas relajante se le hacía, abrazando a Hannibal con ambas piernas y cruzándolas a su espalda. De esa manera su miembro quedaba apretado contra el cuerpo de él y podía sentir placer y excitación a cada roce cuando Hannibal por fin empezó a moverse dentro suyo con mas regularidad. Las respiraciones de ambos estaban entrecortadas, y sus cuerpos ya cubiertos de sudor mientras se unian de esa manera. Sus labios se encontraron en un beso lleno de pasión y Will subió sus manos hasta la nuca de Hannibal, acariciando toda su espalda hasta llegar a su cabello, una y otra vez.
Siendo técnicamente la primera vez que hacían el amor, ninguno de los dos pudo aguantar demasiado. Bastaron unas pocas estocadas que Will lentamente había comenzado a disfrutar mucho, para que el joven Conde se corriera con fuerza en su interior. A Will le bastó con ver esa expresión de placer en el rostro de él para empezar a eyacular también, entre débiles gritos y gemidos que silencio contra los labios de su amante.
Aun a pesar de haber alcanzado ya el orgasmo siguieron conectados de esa manera, jadeantes y temblorosos. El tiempo había dejado de importar al igual que las circunstancias, ellos solo querían seguir amándose, y pronto Will sintió que Hannibal volvia a tener una erección adentro suyo. Se miraron con una leve sonrisa complice y volvieron a hacer el amor una y otra vez como solo dos jóvenes apasionados podrían hacerlo.
Fueron los cantos de los pájaros anunciando la próxima llegada del amanecer lo que los hizo regresar a la realidad y darse cuenta de que era momento de empezar a ponerse en marcha si querían escapar de allí juntos.
Apenas habían terminado de vestirse, agotados y aun estremecidos después de consumar tantas veces el acto de amor, cuando alguien mas abrió la puerta del cuarto del joven Conde.
Alguien que tenia las únicas llaves de ese cuarto además de Hannibal. Su propio padre. Que los encontró sonrientes y aun a medio vestir.
El gran Conde solo había entrado para hablar con su hijo y avisarle que ya era hora de empezar a prepararse para la boda. Pero su hijo no estaba solo allí adentro. Estaba con Will, y estaba muy claro que era lo que acababa de pasar entre ellos.
Y fue mas claro aun para el hombre cuando vio como la mirada de Hannibal se volvia opaca y peligrosa, desafiante, como jamas en su vida lo había visto. Su mano no se soltaba de la Will, y estaba claro que no pensaba soltarla. Ni siquiera lo hizo cuando el Gran Conde desenvainó abruptamente su espada y los amenazó a ambos con ella.
Pero en los ojos de los dos jóvenes solo había tranquilidad y una determinación a todas luces inquebrantable.
Estaban listos para enfrentar a la muerte el uno por el otro, sin importar de mano de quien viniera. Sin importar absolutamente nada.

El Conde Lecter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora