La unión de los malditos.

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//N.A: ¡Se acerca el final! Sé que estuve mucho tiempo ausente en esta historia pero es que se me puso todo muy complicado(?) Estamos cerca del final así que muchas gracias a todos lo que están aún conmigo en esta historia que iba a ser solo un suculento especial de Halloween y terminó cobrando vida por si sola.//

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-Ahora por fin comprendo el por qué me sentí tan desastrosamente atraído hacia ti apenas te vi…- confesó Will mientras acariciaba tranquilamente el amplio pecho de su adorado vampiro.
Los dos estaban desnudos y enredados en la cama del conde, después de haberse amado hasta quedarse sin aliento, recuperando todos los siglos que habían pasado separados.
Hannibal rió levemente.
-Al fin lo entiendo yo también… Un simple humano… Me hizo sentir tan por completo fuera de mi mismo. Y sin embargo ahora me doy cuenta de que es todo lo contrario. Me hiciste volver a sentirme como yo mismo… Como el hombre que te amó…-
Will suspiró profundamente, con una sonrisa de satisfacción en su semblante de enamorado.
-Te amo tanto Hannibal… No sé qué hizo mi alma en todos estos siglos pero estoy seguro de que te estuve buscando como loco.-
-No me cabe duda de que tanto como yo a ti…- murmuró el vampiro, contemplando el techo. Su expresión y su mirada se habían suavizado enormemente en comparación a aquel monstruo sediento de sangre que era antes de recordar todo lo que lo había unido a Will hacia tanto tiempo. Ahora se veía mucho más humano, incluso a pesar de la negrura sin fondo de sus ojos y de la palidez tétrica de su helada piel.
Will se apoyó sobre sus codos y besó a Hannibal en los labios una y otra vez hasta conseguir que el vampiro volviera a apretarlo entre sus brazos y lo hiciera suyo una vez más.
Hannibal no se cansaba, pero Will estaba humanamente agotado, y después de esa última vez simplemente cayó completamente dormido.
Hannibal lo dejó dormir y después se levantó y se vistió. Salió de la habitación, percibiendo un sutil rastro del aroma de Alana. Lo ignoró, después de todo si ella hubiera estado por ahí espiándolos él se hubiera dado cuenta. Estaba seguro de eso.
Salió en busca de Abigail. Necesitaba verla y asegurarse que aquello que le decía la visión que había compartido con Will respecto al pasado en común que los unía era cierto.
Se encontró a la joven acurrucada en una manta, al lado de la chimenea, casi tan pálida como el propio vampiro.
Cuando los ojos de ambos se cruzaron, Hannibal estuvo seguro de que ella había compartido la visión también.
-Mischa…- fue todo lo que murmuró el conde Lecter y ella le tendió sus débiles brazos en respuesta.
Hannibal avanzó dos largos pasos hacia ella y la sujetó en un apretado abrazo mientras la joven lloraba por los dos.
-Lo siento… Siento tanto no haber podido protegerte en aquel entonces…-
-No importa, lo importante es que ahora estamos juntos los tres…- susurró ella, pero un ataque de tos le impidió seguir hablando. Se apartó y el pañuelo blanco que sostenía contra su boca quedó teñido de sangre.
Su enfermedad era muy grave y eso se notaba a las claras.
Hannibal se arrodilló frente a ella y tomó la mano huesuda de la joven. Estaba muy pálida y muy delgada, en esos días que no la había visto ella había empeorado de manera considerable.
-Déjame hacer algo por ti. Déjame darte la vida eterna… No necesitas abandonarnos otra vez… Podremos estar juntos los tres para siempre…- murmuró Hannibal, sus ojos brillaban de una manera bastante aterradora al sugerir esta idea.
-No creo que eso sea lo mejor para ninguno de nosotros…- murmuró ella apretando los labios con fuerza.
-¿Por qué dices esos?-
-Mis visiones hermano, mis visiones…- respondió la chica, dejando descansar su agotada cabeza contra el respaldo de la alta mecedora que estaba apostada junto al fuego de la chimenea.
-¿Qué dicen tus visiones?-
-Ellas me advierten de que algo malo nos pasará a los tres… No estamos destinados a estar juntos. Ni en esta vida… Ni en este mundo. Y quizás en ninguna vida ni en ningún mundo…-
El semblante de Hannibal se ensombreció por completo al escuchar esas palabras.
-El destino es un arma de doble filo.- remató la joven bruja.
-Me da igual… Si es necesario venceré ese dichoso destino solo por ustedes. Ya perdí mi corazon una vez. No puedo darme el lujo de perderlo de nuevo.-
Abigail estiró una mano hacia Hannibal y le acarició la mejilla cariñosamente, él ya no era más un desconocido ni tampoco una amenaza. Ahora reconocía en él a su propio hermano. Aquel hombre de cabellos rubios con el que también ella había soñado en más de una ocasión.
-No te culpes… Aun sin importar las veces que todos nosotros estemos destinados a separarnos eso equivale a un número igual de veces en las que estamos destinados a encontrarnos. Disfrutemos esos encuentros y esos caminos… No importa tanto el final siempre que apreciamos los momentos en los que podemos estar juntos.-
Hannibal suspiró y besó la mano de aquella joven que era la encarnación de su hermana.
-Haré todo, absolutamente todo… Por que estemos juntos para siempre Mischa. Aun si tus visiones dicen que no, yo me esforzaré por cambiarlas.-
La joven suspiró, nunca había habido manera de hacer cambiar a Hannibal de opinión, en ninguna vida, y muchas veces había sido la tenacidad de su mismo hermano lo que los había llevado a todos al fracaso.
Y mientras ellos hablaban, no muy lejos de allí, Alana se reunía con Francis.
La mujer había atravesado sin ningún miedo el extenso bosque, cabalgando con un caballo que se había llevado de las tierras del conde después de noquear al sirviente de Hannibal.
Para cuando llegó a un claro en el corazon del bosque, se encontró con el gran dragón rojo alimentándose.
Había una pila de cadáveres apoyados contra una enorme roca, todos ellos pertenecían a jovencitas débiles y descuidadas de las cuales el dragón gustaba alimentarse para volverse más y más fuerte.
Y vaya que lo había logrado. La pelea con Hannibal, que lo había dejado casi moribundo, no había hecho mas que incrementar su poder cuando Francis fue capaz de volver a ponerse en pie y volver a alimentarse.
Francis no era otro más que el antiguo guardia de la princesa Ana. Un hombre tan malvado que había encontrado en una de sus reencarnaciones el camino a la vida eterna y al poder, así como lo había conseguido Hannibal.
El lazo que unía a esas dos malvadas personas se mantenía intacto, y Alana seguía siendo su señora y él su perro guardián. Un perro guardián que ahora era mucho más poderoso que antes.
-Lo saben.- fue todo lo que dijo Alana mientras desmontaba tras esquivar una de las pilas de cuerpos.
Francis se dio la vuelta hacia ella, aunque la había oído llegar hacía rato, y dejó caer a la víctima de la que se había estado alimentando recién.
La joven, moribunda, intentó arrastrarse en un último intento de escapar de su captor, pero el dragón se limitó a pisarle bestialmente el cuello y quebrárselo. Había un silencio total en esa parte del bosque.
-¿Cómo es eso posible?- preguntó Francis limpiándose la sangre de los labios.
-No lo sé… Pero ahora los dos son mucho más fuertes que antes… A este paso nunca podré conseguir que Hannibal sea todo mío de una vez…- Alana emitió un bufido de fastidio que la hizo verse y sonar exactamente como la caprichosa y malvada princesa mimada que había sido alguna vez. Una mujer extremadamente peligrosa, un monstruo, escondido detrás de una apariencia inofensiva.
-Solo hay una manera de que sea suyo para siempre, princesa.- respondió Francis con voz seria, pero al mismo tiempo respetuosa.
-¿Cuál?-
-Déjeme matarlo para usted…-
-No… Eso no…- respondió Alana fríamente, aunque su voz dudo por un momento. Llevaba tantos siglos buscando con desesperación hacerse con el corazon de ese hombre… Y sin embargo Lecter se lo entregaba estúpidamente una y otra vez al insignificante sirviente.
Eso la llenaba del odio más profundo.
-Francis… Conviérteme. Si alguien va a matar a Hannibal seré yo misma, con mis propias manos, y necesito la fuerza suficiente para hacerlo. Por otro lado, tu podrás quedarte con Will y con la chiquilla para divertirte cómo te plazca.-
Francis no necesitaba pensarse mucho aquel ofrecimiento, llevaba mucho tiempo deseando convertir a la princesa en una inmortal así como lo era él. Lo deseaba desde el momento mismo en que se había reencontrado con ella cuando Alana solo contaba trece años de edad.
Se habían reconocido al instante, y desde entonces no se habían vuelto a separar. Siempre conspirando para atraer a Hannibal otra vez a las garras de la propia Alana.
El dragón tomó a la menuda mujer entre sus fuertes brazos, dándose el lujo de olerla un poco, y después enterró sus colmillos en el cuello de ella, bebiendo su sangre mientras, por puro instinto, Alana se retorcía inútilmente contra él.
Francis no la dejó caer al terminar, la apoyó delicadamente en el suelo e hizo un corte en su propia muñeca, ofreciéndole a la princesa un poco de su oscura y espesa sangre, la cual ella bebió con avidez.
Pronto, sintió dentro de ella el dolor del cambio, pero en lugar de gritos salieron gemidos placenteros de su boca, sentía el poder crecer dentro de ella. El poder necesario para que Hannibal fuera suyo para siempre y nada podía ser mejor para ella que eso.
Por fin lo tomaría, se adueñaría de ese cuerpo que tanto deseaba y después… Si no podía convencerlo de quedarse con ella, completaría su cometido al matarlo. Eso lo haría suyo para siempre.
Francis la dejó escondida detrás de un árbol y decidió partir en dirección al castillo Lecter, para completar la siguiente parte del plan. Todo lo que tenía que hacer era llevarse de allí a Will Graham.
Escondió su presencia lo mejor posible, usando su poder sobrenatural al mínimo y se deslizó dentro de las murallas de fría piedra de la propiedad de Lecter.
Sabía que Hannibal no estaría en condiciones de luchar, no había salido de cacería en mucho tiempo y si había recordado su pasado entonces su mente estaría ocupada por completo en ello. Por otro lado, Francis también sabía que se acercaba la época del gran sueño.
Era el momento perfecto para acabar con Hannibal, y para que él y la princesa Ana le arrebataran una vez mas todo lo que quería.
Se coló sin problemas dentro de la habitación del Conde y contempló a un agotado y dormido Will Graham descansando entre las sabanas.
Así, desnudo y empapado en sudor, se veía seductoramente humano.
Las venas en su cuello palpitaban, repletas de vida, y Francis no pudo evitar relamerse con hambre y deseo. Tenía suerte, Alana le dejaría hacer lo que él quisiera con el pequeño cordero y con la chica, así que tenía la esperanza de divertirse mucho con ellos dos.
Se acercó a la cama y pasó una de sus garras por el interior del suave muslo de Will, sin llegar a lastimarlo, pero sintiendo el tacto de su piel tan caliente y suave. Se inclinó sobre la cama y olió profundamente el delicioso aroma que salía de la garganta de Will, donde se apreciaban algunas marcas dejadas por el propio conde.
Francis sintió bastante envidia al ver esto. Hannibal podía tomar el cuerpo y la sangre de ese muchacho humano y, además, con su consentimiento.
El dragón se excitaba de solo imaginarlo.
Sin embargo, sus oscuros deseos fueron interrumpidos por el sonido de unos pasos al acercarse y Francis tuvo que salir por la ventana y esconderse entre una de las torretas del castillo para evitar ser visto.
Supo de inmediato que Hannibal estaba con Will. Eso arruinaría su jugada apenas el otro vampiro se diera cuenta de la presencia de su olor.
El astuto Francis se deslizó por otra ventana, y quiso el destino que esta vez se cruzara frente a frente con Abigail Hobbs, otrora Mischa Lecter.
La chica estaba acurrucada en una manta, al lado de la chimenea y sus mejillas hundidas se encontraban surcadas por las lágrimas, aunque no demostró miedo al ver allí a Francis.
-Largo demonio…- susurró la joven con voz débil y quebrada.
-¿Por qué debería marcharme? Estoy de suerte.- replicó Francis antes de avanzar hacia ella y sujetarla entre sus brazos.
Si bien no podría llevarse a Will, podía llevarse a la muchacha, eso también dejaría vulnerable a Lecter. Después de todo, se trataba de su querida hermanita.
Abigail creyó distinguir las alas y la cola de un fiero dragón de las profundidades del infierno mientras Francis se acercaba, después, su debilitado cuerpo simplemente se desmayó.
Hannibal no se dio cuenta si no hasta que fue muy tarde. Sus sentidos, sorprendentemente adormecidos, no le advirtieron de nada. Y no se hubiera dado cuenta de no ser porque Will lo descubrió primero.
-Abigail no está… ¿Sabes dónde puede estar?- preguntó Will con voz nerviosa. Estaba aseado y vestido, y ya habían pasado unas cuantas horas luego del maravilloso reencuentro. Hannibal le había dicho que Abigail era Mischa, cosa que Will en lo profundo de su mente y su corazon siempre había sabido. Por eso, él y la muchacha habían tenido un vínculo tan intenso e instantáneo apenas se habían conocido.
Fue al oír esa pregunta que Hannibal se dio cuenta del molesto aroma que lo llevaba preocupando en algún rincón de su mente desde hacía rato.
Su expresión se alteró. Comenzó a buscar por todo el castillo mientras Will lo seguía, mas y más alarmado.
-¿Hannibal que pasa? ¡¡Explícame!!- Will temblaba de miedo, él también lo sabía muy en lo profundo de sí.
-Se la llevaron…- murmuró Hannibal frunciendo el ceño luego de revisar el castillo y también los alrededores. Había encontrado desmayado a Chilton en las caballerizas y supo que había sido por mano de Alana.
-Alana…- murmuró Hannibal.
-¿¿Qué pasa con ella??- gritó Will cada vez más y más alterado.
-Alana… ¡Alana es la princesa Ana! Su rostro es diferente pero su marca… Su marca ahora que la recordé… Es la misma… Estuvo aquí… Comió con nosotros… ¡La mujer que te cortó la cabeza y que mató a Mischa!-
Will se puso blanco como un papel al escuchar esas palabras y estuvo al borde de colapsar.
Alana… Alana... su amiga Alana era el monstruo de sus pesadillas más profundas… La mujer que lo había separado del amor de su vida…
Su corazon se encogió y pareció llenarse de pronto de dolor y de odio.
-¿Ella tiene a Abigail?-
-Ella y Francis, el dragón.- respondió Hannibal, igual de alterado que Will pero mostrándose mil veces más calmado gracias a su autodominio.
Will levantó los ojos hacia su vampiro y se aferró a él.
-¡Tenemos que encontrarlos y darles la peor de las muertes posibles! ¡Antes de que lastimen a nuestra niña!- exclamó el enfurecido hombre, aunque sus llameantes ojos hervían no solo de odio, si no también de lágrimas repletas de impotencia humana.
-Los encontraré… Y pagarán todo… Pagarán todo el daño que nos hicieron y la vida que nos negaron vivir…- prometió el conde a su amado, y selló esa promesa con un beso en los labios que sabía un poco a desesperación e incertidumbre.
Hannibal tomó la mano de Will con fuerza y lo llevó lejos de las caballerizas, al campo abierto que rodeaba el castillo. Se acercó a un viejo olmo que estaba plantado en solitario, lejos de todos los demás arboles del bosque circundante y emitió un leve silbido una vez que ambos estuvieron parados debajo de él.
Will no comprendía que hacia Hannibal, pero confiaba ciegamente en él. Sus ojos se enfocaron en un nido que colgaba de una rama baja del enorme y majestuoso árbol, y vio salir de allo un ave negra que parecía un cuervo y que agitaba las alas como si la hubieran despertado de un largo sueño.
Will no se asustó al comprobar que los ojos del ave eran rojizos como dos gotas de sangre, pero si se asustó al ver lo siguiente.
El ave alzó sus alas y levantó un corto vuelo, pero no se alejó de ellos, y pronto, sus negras plumas parecieron hacerse más y más grandes, como si estuvieran formadas de oscuridad y esta oscuridad hubiera comenzado a derretirse en largos chorros que no tardaron mucho en alcanzar el suelo.
Pronto, de la oscuridad surgió una figura, y el manto de plumas del ave se convirtió en la negra capa que envolvía a una menuda persona. Solo se veía su rostro, de características aún mas inquietantes y sobrenaturales que las del propio Hannibal, y el cabello rubio y levemente ondulado asomado por debajo de la capucha.
-Espero que sea importante como para interrumpir mi siesta…- advirtió la mujer con una voz que estremeció el corazon de Will. Jamás había escuchado un sonido tan inhumano como la voz que surgió de esos labios.
-Creo que 300 años es suficiente.- Hannibal suspiró -Caminante, mi largo sueño se acerca…- el conde hizo otra pausa mientras los ojos de Will se volvían alarmados hacia él. -Así que necesito que esta vez me ayudes a proteger a mi familia.-
Los ojos negros como dos pozos de Bedelia se fueron encima de Will y lo evaluó con la mirada.
-Tu compañero es fuerte, y su amor por ti lo es aún más. No me sorprende que sigas despierto a pesar de que deberías llevar diez años dormido. Lo estabas esperando a él. Tu amor por él creo que sería capaz de romper con toda lógica.- la caminante parecía sumamente interesada en ellos dos, como si, a pesar de ser una criatura que había vivido por infinidad de milenios, se hubiera topado con algo que por fin la sorprendía.
-No sé si soy fuerte, pero haría cualquier cosa por Hannibal.- declaró en ese momento Will, infundiéndose valor para hablar incluso a pesar de ser solo un débil humano entre dos criaturas poderosas y eternas.
-Es bueno saber eso… Los ayudaré… Pero debo advertirles que el poder del dragón es enorme. Que ha crecido y ahora… Ahora tendrá una nueva compañera cuya alma corrupta la dotará de un poder intenso al renacer. Vienen tiempos difíciles… Otra vez…-
Hannibal y Will se contemplaron por un momento y sus manos se apretaron con más fuerza una en torno a la otra.
-¿Qué tan difíciles?- susurró Will al fin.
Bedelia los contempló a ambos.
-Tan difíciles como la última vez que estuvieron juntos… Hace seiscientos años.-

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