El Pasado (Decimosexta Parte)

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//N.A: Este capítulo iba a ser el capítulo final sobre el pasado, pero me di cuenta de que era demasiado largo y no habia sido bien escrito así que lo dividí en dos partes para corregirlo correctamente y no apurarme. Primero que nada me disculpo por eso y por lo... Asqueroso que es este capítulo bajo mi concepto. Mañana si, sabremos por fin como termina. Los invito a seguir leyendo ;-; //

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Abrir los ojos en la oscuridad ésta vez para Hannibal Lecter no significó demasiado. Era consciente en cada rincón de su mente que era lo que había pasado.
Cómo se había desmayado sosteniendo la cabeza de Will entre sus manos justo después de ver morir a su hermana menor. Era consciente de todo, consciente de que ya no tenía nada. Ahora, lo único que quedaba dentro de él era una oscuridad aun mas inmensa que la que lo rodeaba. Cómo si la gangrega hubiera cubierto su corazón noble, leal, y lo pudriese por dentro cada vez más y más rápido. Sentir los grilletes en sus manos, de pesado hierro, sosteniéndolo contra una humeda pared mientras su cuerpo permanecia de rodillas en un sucio piso de piedra helada tampoco significó demasiado para él.
El dolor recorriendo su cuerpo, las heridas que aun sangraban, el entumecimiento de sus musculos, el frío penetrante… todo eso parecía no existir.
No sabía cuantos días llevaba así, quizás semanas, quizás mas tiempo. Como si se hubiera quedado dormido. Sin embargo, no se sentía débil, el profundo odio que crecía dentro de él en tan fértil terreno como puede serlo el de un hombre que perdió el corazón, le daba fuerza y claridad a su mente.
El tiempo que estuvo en ese calabozo, encadenado como la bestia mas salvaje y aun asi la preferida, fue eterno para él. Aunque tampoco significó nada, nada mas que el crecimiento pleno del odio y el deseo de venganza que lo consumían.
Comía y vivía porque tenía que hacerlo, porque el odio era mas fuerte que el dolor. Porque deseaba destruirlo todo y sabía que antes o después encontraría la manera de hacerlo. Y vivió, vivió en la oscuridad por mucho tiempo. Su única visitante era la maldita princesa. Casi todas las noches ella entraba con una vela, iluminando la profunda oscuridad del calabozo solo para que Hannibal viera su rostro y para que la escuchara detallarle una y otra vez como ella misma había matado a Mischa, como habían muerto los tios Lecter, como había muerto Will…
Algunas veces entraba para torturarlo psicológicamente, otras veces entraba para acariciarlo y besarlo. Hannibal no se movía ni correspondia. Arrancarle los labios a la princesa tampoco sería útil, ya que no bastaría ni para matarla ni para liberarse.
Tenía que soportar, con el alma lejos del cuerpo, como ella se refregaba contra su cuerpo como una maldita criatura poseída. Escuchar sus inmundas palabras de lujuria y sentirla como intentaba despertar en el alguna reacción física para aprovecharse de ella, cosa que nunca había logrado ni lograría tampoco.
El tiempo se escurría como pesadas gotas de oscuridad en un pozo eterno de vacio infinito, cada día, cada noche, cada mes dejó de importar y de contar. Lentamente, Hannibal sentía que perdia la nocion de lo que había pasado, los recuerdos. Como si toda su vida hubiera transcurrido dentro de esa oscuridad eterna, acechado por el demonio de la princesa. A veces intentaba conjurar el color de los ojos de Will, pero no podía, recordar sus palabras de amor, pero estas no llegaban a su mente y a su corazón, cegados por el odio y la negrura.
Para no olvidar su propia voz lo único que hacia era recitar una y otra vez aquel poema, el poema que Will murió diciendo al mismo tiempo que él. Pero incluso eso parecía ya carecer de sentido. Solo eran las palabras murmuradas por la voz ronca de un muerto que aun respiraba y yacía encadenado por lo que parecía una eternidad en un inmundo calabozo.
-Ya vine a verte cariño mio, ¿me has extrañado?- preguntó la voz del demonio casi en su oído mientras el Conde dormitaba en la negrura.
Abrió los ojos, secos y vacíos, y la luz de una vela iluminaba el rostro de la princesa/demonio.
-Los años están pasando y aun no me das lo que quiero…- susurró ella apoyando la vela sobre una pequeña mesa que había a un costado de donde Hannibal yacía encadenado.
¿Años?
¿En verdad solo eran años y no milenios los que llevaba allí abajo? Fue lo único que pudo pensar Hannibal en ese momento.
La princesa se acercó a él y acarició su pecho suavemente. –Todavia sigues siendo tan fuerte, tan hermoso. Pero pronto me casaré y ya no podré venir a verte tanto como ahora… ¿Me extrañarás? Se que lo haras.- susurró ella empezando a quitarle la ropa mientras Hannibal no decía ni una sola palabra ni se movía siquiera.
-¿Acaso el encierro te ha vuelto loco? Extraño cuando me hablabas, cuando me decías que me matarías cada vez que me burlaba de como había asesinado a toda tu familia… extraño tu voz, tan profunda y poderosa…- susurró ella casi en un gemido luego de dejarlo desnudo, apretándose contra el cuerpo de él con ansias.
-Me da igual casarme… Yo solo desearía tener hijos… Pero mucho mas si fueran hijos tuyos… ¿No me harás nunca un hijo mi amado Conde?- le preguntó la mujer lascivamente antes de tomar con su mano la masculinidad dormida del aristócrata e intentar masturbarlo pero sin provocar ninguna reacción en él.
-Pareces muerto… cualquier otro hombre se hubiera excitado incluso a pesar de cualquier odio o asco…- murmuró ella sin dejar de mover su mano. –Pero tu expresión ni siquiera cambia… sigue siendo igual a la del día en que viste caer la cabeza de ese inmundo lacayo… ya pasó tanto tiempo… deberías haberlo olvidado ya… Tu cuerpo… Tu hermoso cuerpo es todo mio, pero no me sirve de nada si no puedo usarlo.- dijo la princesa pasando sus dedos por cada una de las viejas cicatrices que habían en el cuerpo de Hannibal.
-Mirate, eres un dios en el fondo de un pozo. Todo por querer estar al lado de alguien que no te merecía. Tu cabello sigue siendo hermoso, nada me gusta mas que lavarlo yo misma. Lavar tu cuerpo, tus cicatrices. A pesar del encierro no te has debilitado, y tus musculos siguen siendo firmes como el acero…- susurró ella mientras lo contemplaba.
Hannibal por su parte ni siquiera parecía escucharla, pero casi siempre era así. Ella solo venía para torturarlo o para decirle cuanto lo amaba y después de su enfermizo monólogo se marchaba.
Ni siquiera se inmutó cuando ella se inclinó y comenzó a meterse su miembro en la boca, deseando provocarle una erección. Pero no sentía nada. Todo su cuerpo estaba frio, como si fuera una roca, insensible. No había dolor, no había placer, no había nada. Su mente había bloqueado todas las sensaciones de alguna manera. Lo único que había era odio, un odio tan grande que, de poder ser visto, cubriría el mundo entero con sus tinieblas.
La princesa pasó mucho rato esforzándose de esa manera, pero al ver que no lograba nada se levantó, enfurecida. –Debería hacer que te lo corten, quizás asi tu expresión cambiaría un poco. Quizás asi me serviría de algo mas.- susurró ella fríamente, aun apretando la intimidad del Conde.
Después de esas indignas acciones, ella ordenó lo de siempre. Encadenaron a Hannibal desde el techo y cruzaron su espalda con azotes que le abrían la carne una y otra vez. Pero el rostro de él no se alteraba ni se quejaba tampoco mientras la sangre corría por su espalda y se abrían heridas nuevas que dejarían una cicatriz sobre otra y otra mas.
-Quizas deberían cortar tu cabeza como se lo hicieron a Will… o quizás yo debería clavarte una daga en el pecho. Eso sería mas romántico…- comentaba ella mientras su guardia de confianza hacía llover los azotes sobre la espalda de Hannibal y la mujer lo rodeaba, con los brazos cruzados, pensativa.
-A pesar de todo, no creas que no me duele verte así...- dijo ella sin dejar de rodearlo mientras los azotes caían una y otra vez sobre el cuerpo del Conde, y la sangre se escurría por su espalda. -Me duele ver un cuerpo tan magnífico siendo torturado de esta manera... Podría emplear otras... Podría hacer que te violen... Podría hacer que mi guardia te viole. Quizás te gustaría.- sonrió y volvió a acariciar el miembro de el a pesar que los golpes no se detenían y todo el cuerpo de Hannibal temblaba por la dureza de los azotes más no por ninguna sensacion. -Quizas de esa manera logre excitarte y hacerte mío... Pero no... Me darían muchos celos que alguien provoque en ti lo que no puedo provocar yo.- dijo sin dejar de acariciarlo entre pequeñas y diabólicas risas. Pasaba ahora los dedos por la sangre de el y la chupaba, dejando un largo rastro rojo en sus labios, como si fuese pintura.
Y mientras el era azotado por el incansable guardia, ella tomó una silla y se sentó frente a él, subió su largo vestido y comenzó a acariciarse, mirándolos a ambos. La visión pareció estimular mucho al guardia ya que los azotes se volvieron más enérgicos. La unica reacción del Conde en cambio era que sus manos atrapadas en los grilletes se habían convertido en puños cerrados con tanta fuerza que hacía daño.
Ella se dio placer a sí misma, deleitándose con el cuerpo desnudo y golpeado del Conde, sin apartar los ojos de el y sin permitir tampoco que el guardia detuviese los azotes. Hannibal cerro los ojos, lleno de desagrado... Aquello era tan... Obsceno, tan... Vulgar. Sentia asco además de odio, un asco tan intenso que tenía que apretar los dientes para no vomitar lo poco que había en su estómago.
Escuchaba los gemidos de ella, los jadeos del guardia y el sonido de los golpes sobre su carne. Eso era todo, un sonido que lo arrastraba cada vez más y más al borde de la demencia. Aún no sabía cómo era que no se había vuelto loco, o quizás si lo había hecho. Para él hacía mucho que no existía ningún sentimiento bueno dentro de su pecho, ninguna calidez deseable... Nada. Solo odio y frío, y más odio y más frío. El dolor estaba bloqueado en su mente, por que su mente se había aferrado a un dolor más grande que no era físico, y nada en el todos y cada uno de los días... Pero el deseo de venganza era aún más fuerte que el deseo de morir, y eso lo hacía resistir.
Ella acerco más la silla y se desnudó por completo, sin importarle la presencia allí del otro hombre. Tomo otra vez el miembro de Hannibal y volvió a masturbarlo, pasándolo por sus senos y gimiendo lujuriosa mientras lo hacia, abrió más las piernas y se refrego contra una de las piernas del Conde.
-Esto es bueno... Es casi como hacerlo contigo...- gemía ella moviéndose mientras los azotes provocaban algún que otro movimiento del cuerpo de él también.
-Princesa... Verla así...- susurro el guardia sin dejar de azotar al Conde. -Esta provocando que yo...-
-Masturbate si eso quieres Orlov pero no nos interrumpas.- ordenó ella de una manera que era entre fría y alegre. El guardia le hizo caso, y aún a pesar de estarse dando placer mientras los miraba no dejo de golpear ni por un segundo a un cada vez más y más asqueado Hannibal Lecter.
Estuvieron así por un buen rato, hasta que finalmente con un sonoro gemido la princesa llegó al éxtasis. Se quedó temblando sobre la silla casi por un minuto y después se vistió de nuevo. Miro los ojos cerrados y la falta de toda reacción en Hannibal y se enfureció de nuevo.
-¿Quieres metérsela no es cierto?- murmuró mirando al guardia que todavía no terminaba. Se acercó a él con una sonrisa maliciosa y sujeto su miembro, rozandolo contra el trasero del Conde.
-S-solo si usted me lo permite...- susurro el hombre que ya no podía más de tanta lujuria y excitación.
Ella pareció pensarlo un poco.
-No... Estoy molesta pero no quiero arriesgarme a que le gustes más tu que yo, soy demasiado celosa.- dijo ella al fin con una sonrisa algo desquiciada, sin saber el profundo alivio que sus palabras le otorgaron a Hannibal.
-Aun así, de todos modos, quiero humillarlo.- ella pensó un poco y le hizo un gesto a su guardia de que detuviera los golpes, el hombre obedecio y luego ella misma bajo un poco las cadenas moviendo un poco una manivela hasta que el Conde quedó arrodillado de nuevo.
-Puedes correrte en su cara querido...- dijo ella divertida y el hombre no tardó en hacerle caso a su princesa, se masturbo frente al otro solo un poco más y dejó salir su semen el cual salpicó en abundantes chorros el pálido rostro del aristócrata. Orlov gruñó un poco y cuando terminó se acomodó la ropa y la princesa rió como si estuviera loca de contenta. Apretó el rostro manchado de Hannibal y sus labios.
-Gozalo cariño... Ya podrás agradecerme después.- miro a Orlov. -No le limpies la cara en mucho tiempo, y sigue azotandolo.- fue la fría orden que siguio a eso.
Un rato después y tras los azotes, Hannibal fue encadenado de la manera acostumbrada, y ella tomó su rostro entre sus manos otra vez.
-Es una lástima que no puedas venir a mi casa… verías que tengo la cabeza cortada de Will como un trofeo en mi sala… Y tambien estará en la casa de mi esposo, él es como yo… Me entiende, aunque nunca podría amarlo tanto como a ti. Asi que no te preocupes, tu seguiras siendo para siempre mi bestia favorita…- susurró ella antes de besarlo en los labios, tomar la vela y marcharse de alli, dejando al hombre sumido en la oscuridad otra vez.
Con el correr del tiempo, las visitas de la princesa se hicieron menos frecuentes, aun estaban llenas de lujuria y actos asquerosos e innombrables, pero al menos ya no venía tanto… Ya no hablaba tanto…
Desapareció por mucho tiempo, y regresó, y volvió a desaparecer aun mas tiempo y regresó una ultima vez hasta ya no regresar mas.
Fueron mas de diez años los que pasó Hannibal Lecter encerrado en ese calabozo, perdido en su mente y en recuerdos cada vez mas y mas fugaces que no bastaban para iluminar tan siquiera un poco las tinieblas de su alma.
Y una tarde, luego de todo ese tiempo, entró en la celda el guardia de confianza de la princesa.
-Parece que tu princesa te abandonó.- dijo el hombre tranquilamente mientras le echaba agua en la cara a Hannibal para sacarlo del infinito dormitar en el que se sumía por semanas e incluso meses, solo forzándose a comer y a beber lo que le traían.
Hannibal levantó los ojos hacia ese hombre de aspecto cruel, otro demonio, otro ser despreciable como lo era la princesa.
-Bueno, no es culpa de ella. Ahora tiene una familia. Pero que hombre tan estúpido eres… pudiste tenerlo todo con una belleza como ella… y sin embargo… ya no eres nada.- dijo el guardia mientras lo rodeaba, una sonrisa retorcida apareció en sus labios mientras Hannibal lo miraba.
-Ahora a ella, ya no le importas. Me dijo que podía hacer lo que quisiera contigo. ¿Y quieres saber una cosa? Siempre pensé que a pesar de los años y el encierro nada había cambiado esa carita bonita que tienes ni ese cuerpo tan hermoso tampoco.-
Hannibal lo miró, ladeando un poco el rostro, con una pizca de curiosidad ahora en la mirada. No hubiera esperado algo asi… Pero quizás era una oportunidad. El guardia no dejaba de rodearlo, acercándose mas y mas.
-Asi que quizás, antes de matarte pueda divertirme un poco contigo… hacerte las mismas cosas que seguro te hizo ese otro hombre con el que estabas. Cuanta estupidez… pudiste casarte con la princesa y llevarte a ese sirviente para divertirte con el todo lo que quisieras… Tantos nobles lo hacen… ¿De donde sacaste tu, la idea de querer “casarte” con él? Ojalá pudieras hablar… Sería hermoso que me lo expliques.- murmuró el guardia mientras soltaba los grilletes de manera confiada, tantos años encadenado en el fondo de ese oscuro calabozo sin duda habían dejado a ese hombre sin fuerzas. Y Hannibal se lo confirmó cayendo al suelo boca abajo cuando se encontró libre, y sin moverse. Buscó su voz, y de lo mas profundo de las tinieblas de su alma surgió una voz profunda, seductora, la de un demonio convincente.
-No me gustan las mujeres…- dijo sin moverse. –Pero te miraba a ti cuando me azotabas y solo deseaba que fueras tu el que quisiera hacer otra cosa conmigo y no ella… Ha pasado tanto tiempo desde que un hombre me atendió como corresponde… Que si me lo haces ahora al menos moriré feliz.-
Y el guardia sonrió, comenzando a manosear su cuerpo tendido en el suelo y su trasero con avidez y lujuria. –Ya me lo imaginaba…- murmuró el inmundo hombre mientras se quitaba los pantalones y comenzaba a quitarle la ropa al Conde. –Los que son como tu no cambian nunca… Quizas después de todo no te mate. Quizás te lleve para tenerte como mi mascota. Te alimentaré y te daré placer siempre…- dijo metiéndose entre las piernas de Hannibal, quien había permanecido inmóvil en todo momento.
-Si… eso me encantaría…- susurró Hannibal con una sonrisa apretada contra la piedra del calabozo. Sus ojos ya habían localizado la espada del guardia, movio las caderas de manera convincente, para excitar aun mas al otro hombre y distraerlo. El guardia lo tomó con fuerza de los costados, gruñendo placenteramente, deseando penetrarlo, pero antes de poder hacerlo, Hannibal se movió con una fuerza imprecisa pero demoledora. No creyó tener tanta fuerza después de tantos años, pero la tenía. Era la fuerza del odio acumulado dentro suyo que comenzaba a desbordarse. Ni siquiera necesito usar la espada. Tomó del cuello al sorprendido guardia con fuerza y comenzó a reventar su cabeza contra la pared donde había estado encadenado durante mas de diez años.
Los golpes hacían sangrar al guardia, y sus gritos pronto quedaron ahogados en un mar de sangre. Hannibal no se detuvo si no hasta que la cabeza del hombre se deshizo contra las piedras, y sus manos quedaron llenas de sangre. Y todo el tiempo lo hizo riendo con voz quebrada, jadeante, pletórica de una alegría enfermiza mientras lo veía morir.
Pasó un buen rato hasta que terminó y se levantó, acomodando sus ropas, ahora su mirada era fría, sadica.
-Que lastima ¿No? Que hombre tan idiota… Pensar que estos años encerrado iban a significar algo para mi o para mi fuerza…- murmuró tomando únicamente la espada antes de marcharse del calabozo.
Para salir de allí tuvo que matar a algunos guardias mas, pero lo hizo de manera diestra y ágil, aun así, seguía siendo humano y las heridas recibidas lo agotaban. Para cuando salió al exterior, estaba cubierto de sangre, mas ajena que propia. Tenia una larga herida de espada en el pecho y otra en la espalda, bastante profundas, además de una puñalada en una pierna. Pero alli estaba… el cielo oscurecido de la tarde, volvería a llover, como el día en que habían muerto sus tios, como el día en que habían muerto Will y Mischa… Los años de oscuridad habían tocado a su fin… Volvía a ser libre. No había nadie a la vista, pensó en entrar casa por casa y matarlos a todos, a todo el mundo, pero estaba muy herido y no sabía cual era la casa de la princesa, asi que huyó al bosque.
Necesitaba curarse, descansar y pensar con frialdad. O al menos eso era lo que su mente decía, su cuerpo agotado por otro lado decía otra cosa y caminar por el bosque era cada vez mas y mas difícil.
Terminó por caer de rodillas en un pequeño claro, en lo profundo del bosque. Nadie lo seguía, la tormenta que presagiaba ser de las grandes había hecho que todo el mundo estuviera refugiándose en sus casas y preparándose para el temporal, asi que nadie había visto su huida.
Con el filo de la espada que aun portaba, se desgarro la carne de la cadera, donde había una vieja cicatriz. Su expresión no se alteró, tiró el arma a un lado y metió los dedos dentro de su propio cuerpo, hasta encontrar el tacto del metal, rodeado de tejido cicatrizal. Los anillos que se habían preservado dentro de su cuerpo pronto volvieron a estar en sus manos, teñido el oro de sangre, al punto de parecer cobre.
Se colocó ambos y después de ese ultimo acto se desplomó sobre la hierba, mirando el cielo con expresión vacia. No podría vengarse, no podría hacer nada… moriría en ese lugar mientras la tormenta comenzaba a desatarse.

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