El Pasado (Septima Parte)

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Al despertar al día siguiente, ambos jóvenes seguían desnudos sobre la cama y abrazados. Se habían quedado dormidos después de explorarse el uno al otro infinidad de veces, descubriendo los placeres que se podían dar mutuamente. Aun a pesar de esto, ninguno de los dos se había atrevido a tomar al otro por completo aunque lo deseaban. Los nervios los habían superado cuando Hannibal hizo la pequeña tentativa de querer penetrar al otro muchacho y éste soltó un fuerte grito de dolor. Al final se habían limitado a los besos y a las caricias, lo que de todos modos había sido infinitamente placentero. Llegaron juntos al orgasmo muchas veces, con el brio normal de dos jovencitos que recién descubrían los placeres del amor. Estuvieron hasta el amanecer despiertos, aun amándose hasta caer rendidos. Despertaron horas más tarde, sabiendo que sería sospechoso que aun no se hubieran levantado, pero estaban perdidos el uno en la mirada del otro y además, habían cerrado todas las puertas con llave.
-Ya tenemos que bajar… Tengo mucha hambre…- declaró Will con una sonrisa acariciando la mejilla de Hannibal. Éste sonrió y luego rió también un poco, por esa manera tan tierna y poco sutil de su amado de romper la atmósfera que los habían rodeado toda la noche. Se separó y empezó a vestirse, con la sonrisa grabada a fuego en su semblante. Jamas en toda la vida se había sentido mas feliz que en ese momento. Faltaban aun casi dos meses para la fecha supuesta en la que el joven Conde contraería matrimonio pero esos pensamientos estaban muy lejos de su mente, lo único que deseaba era estar con Will y disfrutar de ese tiempo por que después, si escapaban, la vida se volveria mas difícil.
Cuando ambos estuvieron vestidos, bajaron y almorzaron con los demás, ignorando las preguntas de por que no se habían presentado en el desayuno. Solo el Gran Conde los miraba entre preocupado y confundido, la Condesa por otro lado no hacia nada mas que hablar de la próxima e imponente boda de su primogénito.
Para Will y Hannibal los días y las semanas continuaron siendo felices, entregándose el uno al otro a besos y caricias, y a muchos juegos de coqueteo cada vez que podían. El drástico giro en su relación los volvió mas cercanos, mucho mas inseparables que antes. No podían resistir ni siquiera un rato sin estar junto al otro. Asi que usualmente se buscaban por todo el castillo a cada momento del dia.
Solo el Gran Conde notaba estas cosas, a medida que su desasosiego crecia. La condesa seguía demasiado entregada a los detalles de la boda, mandando a coser los vestidos de gala para ella y para Mischa, y también la ropa que debería usar Hannibal cuando llegara el día.
Pero la Condesa estaba a destinada a no ver a su único hijo casado. Faltaban dos semanas aun para la boda cuando la mujer enfermó gravemente. Siempre había sido delicada de los pulmones y en invierno solía ponerse peor. Quedó en cama por varios días, con su esposo cuidándola de la misma manera devota en que Hannibal había cuidado de Will cuando éste estuvo herido.
Pero, en el caso del Gran Conde, la suerte no fue la misma.
Una semana después de caer en cama, la condesa Lecter falleció.
La muerte de su madre afectó mucho de una manera muy intima y personal a Hannibal, y también a Will. Ambos la querían, aun a pesar de que la mujer tuviera los prejuicios típicos y las manías de las épocas que corrian. Era severa, pero nunca había sido una mala mujer ni una mala madre tampoco. E incluso había cuidado mucho de Will a pesar de nunca haber llegado a considerarlo como un hijo si no como a un inferior al resto de su familia. Pese a esto, la muerte repentina de ella no afecto tanto a nadie como al Gran Conde.
El hombre quedó literalmente devastado, su matrimonio había sido de los pocos que realmente habían llegado a ser felices a pesar de ser solo un arreglo, y amaba a su mujer mas que a nada en el mundo. El Gran Conde Lecter era un hombre bastante diferente a los de su época y su vida también lo había sido. Había conocido a su esposa cuando eran muy jóvenes y se habían enamorado el uno del otro a primera vista. Por suerte para ambos, los padres de los dos acabaron decidiendo casarlos y fue un matrimonio lleno de dicha.
Pero ahora, después de 20 años, ella había muerto. Ni Hannibal ni Will sabían que hacer o decir para intentar consolar al Gran Conde. El castillo Lecter se cubrió de luto durante semanas y la boda fue pospuesta hasta Enero para dar tiempo a que se realizaran los adecuados rituales fúnebres y el periodo de duelo. Ésta desgracia opacó de manera considerable la felicidad de Hannibal y Will pero también los unió de una manera aun mas íntima si es que eso era posible. Siguieron amándose en secreto, aprovechando cada día como si fuera el ultimo. Pero al final, las cosas terminaron cayendo por su propio peso.
Las nieves de Enero habían llegado a Lituania, espesas y heladas, mucho mas que las pimeras que caian en otoño, el tiempo parecia pasar cada vez mas deprisa a medida que se acercaba la fecha señalada, los días eran muy cortos y las noches eternas, aunque para los dos jóvenes amantes estas parecían durar poco menos que un suspiro.
Ese día, cuando aun faltan un par de semanas para la pospuesta boda, Hannibal entró en la biblioteca del castillo con toda la intención de tomar un libro e ir a leer con Will, como a ambos les gustaba hacer cuando la tormenta de nieve descargaba y era imposible salir a pasear juntos. Pero allí dentro, detrás de su elegante escritorio y sentado sobre su imponente sillón, estaba su padre, en penumbras y silencioso. Hannibal no se sorprendio mucho de verlo allí ni en ese estado, seguía muy afectado por la muerte de la Condesa y Hannibal no creía que se fuera a recuperar nunca del todo.
-Acercate hijo…- murmuró el Gran Conde cuando vio entrar allí a Hannibal.
El joven obedeció, preguntándose que querría decirle su padre.
Los ojos del Gran Conde se levantaron a hacia los suyos, con una mirada que preocupó a Hannibal. La mirada de su padre se veía casi espantada pero al mismo tiempo pensativa y especuladora. La clase de miradas que tiene alguien cuando esta a punto de hacer una fuerte acusación mientras desea con todas sus fuerzas que no sea real.
-¿Qué esta pasando entre Will y tu?- preguntó  al fin el Gran Conde sin dejar de mirarlo, y era esa claramente la pregunta que Hannibal menos deseaba escuchar, aunque en parte la esperaba.
-Nada…- mintió lo mas tranquilamente que pudo al cabo de un par de segundos en los que intento sostener la mirada a su padre pero fue incapaz.
-Llevan meses en los cuales no se separan el uno del otro…- susurró el gran Conde.
-Somos amigos…-
-Lo que yo he visto entre ustedes va mucho mas alla de la amistad…-
Hannibal tragó saliva con fuerza, sintiéndose de pronto como quien se asoma a un oscuro y terrible precipicio.
-No se… a que te  refieres…- consiguió decir al fin con todo el esfuerzo del que fue capaz. Los latidos de su corazón retumbando en su cabeza a causa del pánico que sentía a duras penas lo dejaban escuchar o pensar con frialdad. Temió mas que nunca por la vida de Will…
-Yo creo que lo sabes muy bien… Es tan obvio que ya es escandaloso Hannibal…- murmuró el gran Conde repiqueteando sus dedos de manera nerviosa sobre el brazo del sofá mientras hablaba.
El joven guardó silencio, si abría la boca solo se condenaría mas y mas.
-No quiero saber los detalles… No quiero imaginar… No quiero escuchar nada… En un par de semanas vas a casarte y vas a honrar el apellido que tienes. Me darás muchos nietos… Lo que te esta pasando ahora no significa nada y yo voy a ignorarlo por que eres mi hijo. Asi que no te condenes, ni tampoco condenes a Will.- murmuró el gran conde con disgusto, dando por lo visto el tema por zanjado. Le hizo un gesto a su hijo para que se marchara de alli, necesitaba estar un buen rato a solas con sus pensamientos.
Hannibal asintió con la cabeza y salió de la biblioteca antes de empezar a correr como alma que lleva el diablo en dirección a sus habitaciones. Tenía dentro de su mente la imagen de que al llegar encontraría a Will muerto por disposición de su padre al enterarse de algo tan grave.
Pero por suerte, Will seguía sentado en la cama, esperándolo con su dulce sonrisa de siempre.
-Te tardaste… ¿Y encima no vienes con el libro?- dijo Will jocosamente estirando su mano para tomar la del otro.
Sin embargo enseguida se dio cuenta de que algo pasaba por la expresión de conmoción en el rostro del joven Conde.
-¿Oye… pasó algo malo?- preguntó Will empezando a sentirse mas y mas preocupado ante el silencio de Hannibal.
Este último se sentó en la cama a su lado, sin decir palabra. Se pasó una mano por el rostro, suspirando en silencio.
-Mi padre lo sabe…- murmuró al fin, y no necesitaba explicar que era lo que el gran Conde sabía, Will entendía a la perfección.
El ojiazul tragó saliva con fuerza, creyendo que su corazón se pararía en ese mismo momento.
-Cuando… ¿Cuándo me van a matar?- preguntó al fin tratando de conservar la calma mientras sentía como toda esa felicidad y ese amor que habían estado sintiendo los últimos tiempos empezaba a mancharse con los oscuros y feos colores del miedo y la desesperación.
Hannibal se abrazó con fuerza a él, apretándolo entre sus brazos y acariciando su cabello.
-Mi padre no dijo nada sobre eso… Dijo que fingiría jamas haberlo visto. Que cuando me case para él todo quedara en el olvido…- susurró Hannibal mientras Will sentía que todo su cuerpo se derretia de alivio entre los brazos de su amor.
-Eso es algo bueno…-
-Pero yo no quiero casarme…- murmuró Hannibal con voz obstinada.
-Está claro que vas a tener que hacerlo… sobre todo ahora que tu padre… sabe de lo nuestro. Hannibal escúchame…- le pidió Will tomando su rostro entre sus manos con fuerza para poder mirarlo a los ojos. –Pase lo que pase yo nunca te olvidaré, pero jamas podría perdonarme el ponerte en peligro… Si escapamos… Nos van a matar a los dos… la reputación de tu familia va a quedar arruinada para siempre. Tu padre moriría de tristeza… Tal vez simplemente… No está en nuestro destino el estar juntos y cumplir todas las promesas que nos hicimos…- murmuró Will con una sonrisa triste y los ojos llenos de lagrimas.
-Yo solo te quiero a ti, yo simplemente no quiero separarme nunca de ti. Incluso si me cuesta la vida, a mi y a quien sea. Incluso si me cuesta todo lo que poseo…- susurró Hannibal dándole un beso en los labios mientras hablaba.
-A eso estás dispuesto tu… Pero yo no.- murmuró Will al cabo de unos minutos, le rompia el corazón tener que decir eso, pero era la única manera. Era mas consciente que nunca de que solo estaba arruinando la vida de Hannibal. Solo con existir ya lo hacía. Por un segundo simplemente deseo haber muerto en las calles de Castilla antes de que el Gran Conde lo encontrase.
Hannibal se separó un poco, mirándolo a los ojos fijamente.
-Pense que estabas dispuesto a todo por nuestro amor tu también… así como lo estoy yo.- dijo el joven Conde sorprendido por las palabras de Will.
Pero Will negó suavemente con la cabeza.
-Solo conseguiríamos que nos maten… Es demasiado Hannibal, no puedo hacerlo. No podría verte morir…-
-Nadie tendría que morir… Si somos cuidadosos aun podríamos escapar. Mi padre no cree que tengamos el valor suficiente para hacerlo. Piensa que solo nos hemos dejado llevar por algo insignificante, por algo que esta mal… Aun podemos huir, podemos dejar Lituania atrás para siempre e irnos a vivir a Francia, mi tio Roberto nos recibiría gustoso en su morada. Él esta peleado con la familia por una razon muy similar a la nuestra. No nos dará la espalda.-
-Nos atraparían antes de poder llegar a Francia… El Rey es muy poderoso… Y si plantas a su sobrina en el altar… Desataría toda su furia, contra ti, contra tu familia. Incluso Mischa lo pagaría…-
Hannibal cerró los ojos al escuchar esas verdades salir de boca de Will. ¿Por qué él tenía que hablarle ahora con toda la lógica del mundo por una vez que él solo quería entregarse a sus sentimientos?
-Eres consciente… ¿De que no podremos volver a vernos nunca mas?- murmuró Hannibal aun sin querer mirarlo.
Will suspiró y pegó su frente a la de él.
-Tal vez en otra vida, o en otro mundo… Nos volvamos a ver…-
Hannibal suspiró casi al mismo tiempo y ambos se tendieron sobre la cama, abrazados. El joven Conde tenía su cabeza sobre el pecho de Will, mientras el otro acariciaba su cabello, intentando transmitirle la paz que él tampoco sentía.
-Disfrutemos del tiempo que nos queda juntos… Cuentame una de tus historias…- murmuró Will sin dejar de acariciar ese cabello tan suave y que tanto adoraba.
-Habia una vez…- empezó Hannibal después de un buen rato, con voz apagada y la mirada perdida en las penumbras que había en la habitación por culpa de la tormenta de nieve que se desarrollaba afuera. Ni siquiera habían prendido una vela, pero así en la oscuridad estaban bien… Era este el único lugar donde su amor siempre tendría un espacio.
-Un joven que creía tenerlo todo… Que creía ser feliz. Su familia lo amaba, nunca le faltaba nada… Fue en una tarde de verano, mientras el paseaba por sus dominios, que el cielo brillante se abrió ante sus ojos, y de él bajó un hermoso angel. No fue si no hasta que vio los ojos de ese angel que se dio cuenta de que nunca lo había tenido todo. De que nunca había sido verdaderamente  feliz. Conoció la felicidad únicamente cuando esa criatura celestial se quedó a su lado, cuidando de él incluso en silencio.- murmuró Hannibal con una leve sonrisa llena de pena. –Con el paso del tiempo, ese joven y ese angel se enamoraron, pero su amor era prohibido. Personas y entes mas fuertes de lo que ellos lo eran o lo serían jamas, habían decidido que no estuvieran juntos. Lucharon por todos los medios para quedarse juntos… Pero al final, una tarde de invierno, el cielo volvió a abrirse, y el angel fue separado de su joven humano. Y ellos se quedaron solos el uno sin el otro… Siempre lo estarían, uno llorando en el cielo, y el otro llorando en la tierra.- Hannibal se detuvo por un segundo, sintiendo como el cuerpo de Will temblaba por el llanto reprimido. Lo abrazó con mas fuerza aun, no quería dejarlo ir ahora que por fin lo había encontrado.
-¿No puedes contarme una historia mas feliz?- preguntó Will con la voz rota, sujetándose también con fuerza a su amado.
Hannibal sonrió de manera nostálgica y prosiguió.
-Pasaron separados muchos años, sin ser capaces de olvidarse nunca. Pero finalmente un día, llegó la muerte para ese infeliz humano.  Pensaba que la muerte lo llevaría por fin a ver a su angel, pero no lo dejaron entrar en el cielo. Su alma término en el infierno, condenado para toda la eternidad. Pasaron muchos siglos, hasta que un día alguien muy conocido para el alma atormentada de ese joven llegó también a las puertas de ese averno. Era el angel, que había logrado escaparse de todo y de todos únicamente para volver a visitarlo. Se suponía que él no podía entrar al infierno, pero aun así era tan grande su amor que fue capaz de hacerlo. Aun cuando eso significara su condena eterna. Él era feliz de condenarse si era junto al humano que había amado hacía tanto tiempo… Fue estando juntos, que pudieron convertir el infierno en paraíso únicamente para los dos…- concluyó Hannibal, sin siquiera imaginar que de alguna manera estaba relatando algo que les sucedería a ellos mismos dentro de muchos siglos…
-Me gusta ese final, que el angel decidiera irse al infierno únicamente por que allí estaba la persona que amaba…- murmuró Will al cabo de un rato. –Me gusta que pudieran quedarse juntos…-
-Nunca olvidaré que dijiste esas palabras…- murmuró Hannibal mas para si mismo que para Will. Guardaron silencio por un rato mas, escuchando los latidos y la respiración del otro, encontrando algo de calma en ello.
Hannibal buscó dentro de uno de sus bolsillos y sacó un pesado medallón de oro, con una cadena igual de valiosa.
Will vio que tenia algo brillante en la mano, y miró con curiosidad. Hannibal descorrió la tapa en silencio, mostrándole un espacio vacio dentro del medallon.
-Me gustaría pintar un pequeño retrato tuyo para ponerlo aquí adentro… Y llevarte conmigo siempre. Ya que por lo visto tendré que ir al infierno…- murmuró Hannibal pensativo.
-No digas eso… Aunque también me gustaría algo asi… O tener algo tuyo conmigo siempre…- murmuró Will con un leve suspiro.
Hannibal sonrió apenas y desprendió una lamina de plata que había detrás del medallón, era ovalada y tenia una forma parecida a la de una moneda, salvo que tenia el escudo de la familia Lecter grabada en ella. Le tendió la lamina a Will, dejando el medallón incompleto.
El ojiazul la tomó y soltó una risa muy parecida a la de un niño pequeño, siempre había querido tener algo asi. Un objeto físico que lo vinculase para siempre a Hannibal de alguna manera, incluso antes de darse cuenta de que lo amaba. Pero nunca se había atrevido a pedírselo.
-Ahora siempre tendremos las dos mitades de algo como tu y yo somos dos mitades de un todo…- murmuró Hannibal tranquilamente, entrelazando sus dedos con la mano libre de Will.
-Suena muy romántico…- dijo Will con una sonrisa soñadora.
-Lo es, este medallón solo estará completo cuando estemos juntos. Igual que tu y yo solo estamos completos cuando estamos juntos…- murmuró el joven Conde enterrando su rostro aun mas en el pecho de Will.
Ambos se sentían tan tristes, tan heridos ante la idea de separarse. Si tan solo pudieran encontrar la manera de que nadie saliera herido si ellos se quedaban juntos… Pero de por medio estaba el Gran Conde y Mischa también…
-Pase el tiempo que pase… yo siempre te amaré solo a ti…- murmuró Will.
-Y yo solo a ti…- susurró Hannibal quedamente.
Los dos sabían a la perfeccion que siempre estarían solos el uno sin el otro… En el exterior, la tormenta rugió con fuerza, azotando los cristales de las ventanas, pero donde ellos se abrazaban, la tormenta no tenía poder alguno.

El Conde Lecter.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora