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Mariella había tenido un día extraño. Sobre todo después de encontrarse con el dueño de una tal tienda llamada Art Decode. El tipo de alguna manera sabía quién era ella, y la invitó a formar parte de su equipo de decifradores de códigos. Ella aceptó, luego de que él ganara su confianza al saber sobre cierta pequeña habilidad secreta que ella tenía.

Parecía mucho para una niña como ella, pero le daba igual. Ahora se encontraba abordo del Audi negro del hombre, en espera de quien sería su compañero en aprendizaje.
Consultó su reloj. 1:58. Ya llevaba diez minutos dentro del vehículo, y el hombre nada que aparecía. Dio un suspiro y alargó su mano hasta su maleta. Abrió un poco el cierre y tantaneó el interior con su mano, hasta que encontró lo que buscaba.

Sacó el libro de su maleta y la volvió a cerrar, poniendo sus piernas sobre ésta para mayor comodidad. Luego se recostó y abrió el libro justo donde había dejado su colorido separador.
Sus padres le habían dado la saga de Los Juegos del Hambre de Navidad, y ella había comenzado a leerlos inmediatamente al día siguiente. Una semana y media después ya iba por la mitad del tercer y último libro. La lectura siempre le había apasionado, y la velocidad con la que devoraba libros era increíble. Lástima que en su curso no hubieran lectores o lectoras así como ella.

Tras leer unas cuantas páginas oyó como la puerta al lado opuesto de la suya se abría, y ella levantó la mirada para ver de qué se trataba.
Afuera, el hombre le estaba diciendo algo a un chico, quien alzó la maleta que traía consigo. Él era un tanto más alto que ella, con cabello negro y ojos oscuros. Su piel era un poco más clara que la de ella, y había unos cuantos rasgos que le parecían familiares…

-¿Mariella…?- dijo él, y fue ahí cuando ella recordó donde lo había visto antes.

El chico era de su mismo colegio, unos cuantos años mayor que ella. Habían conversado un par de veces, y a ella le había agradado.

-¿Se conocen?- preguntó el hombre, ayudando al chico a subir su maleta.

Ahí mismo recordó su nombre. Cassian. Ambos asintieron al tiempo.

-Genial. Será un viaje placentero entonces- dijo el hombre, cerrando la puerta e ingresando en el asiento del conductor.

-Hola Mary- le dijo Cass mientras el hombre arrancaba.

-Hola- respondió ella, bajando sus piernas y abrochándose el cinturón.

-¿También encontraste la tienda?-

-Si… ¿Cómo aceptaron tus padres?-

-Se supone que voy a un “curso vacacional para alumnos realmente destacados”-

Ella se rió un momento, pensando en la enorme coincidencia.
-A mi igual, solo que con diferentes palabras-

-Esa excusa siempre sirve para padres como los suyos- dijo el hombre desde adelante -Y es una suerte que tengamos gente en los rangos necesarios…-

-Disculpa- le interrumpió Cass -Como se supone que debemos llamarte? No creo que quieras quedar como “Ese tipo de la tienda de macetas”-

Mariella sonrió. Después de todo, ese no era un mal nombre.

-Soy Félix. Aunque mientras estemos en la academia seré el Maestro Félix. Y mientras estemos en un lugar público, seré el Tío Félix- dijo él, esquivando un auto que iba muy lento.

-Espera- dijo ella, adelantándosele a Cassian por una fracción de segundo
-¿Qué academia?-

-La de la Entente, por supuesto- dijo Félix -Es ahí donde entrenamos a los aprendices-

-Y donde queda esa academia tuya?- preguntó Cass.

-Algo lejos- respondió Félix, justo cuando un aviso de aeropuerto pasaba de largo.

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Su vuelo había sido placentero, con muy poca turbulencia. Eso exceptuando las muchas veces que Félix ignoró sus preguntas.

Una vez en tierra, Félix consiguió otro Audi negro, igual al que había usado para recogerlos. De allí, serpentearon a través de la ciudad hasta que encontraron su destino.

Félix detuvo el auto enfrente de un edificio, blanco con ventanales azules. El nombre Hotel Andes Plaza se leía en su fachada, sobre un par de guardias que vigilaban la entrada. Se habían puesto los sacos que Félix les había hecho traer, ya que el clima de la ciudad estaba frío estos días.

-¿La academia es un hotel?- preguntó Cass mientras entraban.

-Ya verás- respondió Félix, guiándolos hacia el ascensor.

Mariella aprovechó la oportunidad para observar el lugar, buscando algún indicio de lo que podría ser la academia. El lugar era enorme, con una sala de sillones vinotinto a la izquierda y un recibidor que parecía de piedra a la derecha. Dos secretarias atendían allí, y Félix le dio un saludo a una de ellas. La secretaria le devolvió el saludo, y Félix los guió por un pasillo hasta el ascensor.

El espacio interno de éste era amplio, con un espejo con barandal en el fondo. Una vez estaban todos dentro, Félix sacó un tubo metálico de su bolsillo. Ambos chicos lo miraron con duda, y él insertó el tubo en una ranura que debía ser para la llave de emergencias.

Al instante se abrió un espacio bajo los botones del ascensor, revelando un par de botones marcados como A y S -1.

Félix presionó el S -1, y al instante el ascensor comenzó a sacudirse.

-El A es nuestro helipuerto, o azotea si lo prefieren- explicó él al ver a sus nuevos aprendices observando el compartimiento -Y el S -1 es nuestra academia-

-¿Nerviosa?- le susurró Cassian a Mariella.

-Un poco- respondió ella, mirándolo a los ojos.

-¿Listos?- Félix les preguntó de repente.

Ambos chicos asintieron, y el ascensor se detuvo.

-Bien. Entonces, bienvenidos a la academia- les dijo volteándose, justo cuando las puertas se abrían.

Nightcode ~ El Código Nocturno     Donde viven las historias. Descúbrelo ahora