Capítulo nueve

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KyungSoo se había vestido correctamente para empezar su jornada laboral. Su look era casual, una camisa color uva que se la remangó hasta los codos, unos vaqueros negros y unas alpargatas del mismo color.

Estaba más ansioso de lo normal y es que ahora frecuentaría a JongIn de lunes a viernes en Edifica. ¿Cómo no podría estar así de impaciente?

De modo que, cuando entró en la dichosa oficina, se sentó en el diminuto escritorio y no dejaba de tamborilear su lápiz contra el madero y morderse su labio inferior una y otra vez. Había llegado demasiado temprano al parecer, ya que en el ascensor no se cruzó con nadie.

Sacó los planos que tenía pendiente de la semana pasada. En sí, su trabajo consistía en corregir los diseños y procurar que estén correctamente planteados. Felizmente su floja memoria no le borró los conocimientos de la universidad, así que para quitarse la ansiedad que le carcomía las entrañas, comenzó con la revisión.

Habrían pasado alrededor de quince minutos. Se encontraba tan ensimismado en su trabajo que no se percató que alguien había irrumpido en la oficina compartida, porque había un escritorio caoba de tamaño más grande al frente del suyo, ¿Debía ser compartida, no?

Se trataba del joven de tamaño exuberante con el cual ya se había cruzado hace días en el ascensor. KyungSoo no sabía porqué, pero ese rostro petulante le transmitía una desconfianza total.

El chico del terno gris, dejó su maletín al lado de la puerta, no sin antes cerrarla con cautela. Sin previo aviso, dio unas largas zancadas hacia donde estaba sentado el castaño, devorándolo con los ojos. Con una sonrisa coqueta, apoyó ambas manos en el escritorio, sin importarle que aplastara los planos asignados, acercó su rostro al de ojos grandes como si fuese una rutina y él otro se alejó en respuesta, reacio a la acción.

— ¿No me darás mi beso de buenos días? — alzó una ceja.

— ¿Disculpa?

Se extrañó y parpadeó numerables veces. Por lo que había podido apreciar, el hombre enternado tenía pareja. Vamos, había perdido parte de sus recuerdos, pero no era un inadaptado; esos dos estuvieron tomados de las manos cariñosamente, debían ser algo.

El desconocido se reincorporó al no ver reacción por parte del otro; para aludar su estilizada figura, se alisó el saco gris con las manos.

—Estás actuando raro y no me gusta. Ya te dije que no te queda fingir.

KyungSoo se sentía perdido, muchísimo. Las palabras del individuo sonaban como exigencias procuradas. No podía permitir eso. Nunca.

—Es que no entiendo porque me pides  un beso — soltó con voz igual de autoritaria, pero luego una idea descabellada se le posó en la mente, lo hizo temblar— ¿Acaso... somos… pareja?

El rostro de YiFan se desencajó, dio dos pasos en retroceso y se comenzó a carcajear sonoramente, cogiendo su estómago. Su estrepitosa risa allanaba las cuatro paredes de la oficina pintada de crema.

Señaló, con su índice, a KyungSoo y luego a él y siguió riendo alrededor de un minuto, mientras que el castaño no entendía el chiste.

Cuando al fin los pulmones del alto consiguieron aire y oxigenarse, se secó una lágrima inexistente y dificultosamente contestó, tambaleándose.

—No, por Dios, obviamente que no — río con más suavidad — ¿Te ocurre algo? ¿Te has caído de la ducha? Porque no encuentro una explicación de tu repentino cambio de actitud.

Entrecerró los ojos y comenzó a estudiarlo inquisidoramente, y el otro se sentía muy pequeño, estaba intimidado.

Gracias al cielo fue salvado por el azote de la puerta. Un señor de rostro tranquilo, vestido elegantemente, que rondaría por los cincuenta años de edad. Se adentró sin pedir permiso alguno, detrás de él lo seguía una joven delgada, con gafas cuadradas; parecía su secretaria.

Por las alas del Ángel [KaiSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora