xix. museo

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Luego de la lamentable e increiblemente vergonzosa caída que había sufrido, Steve insiste en que lo mejor que puedo hacer por mi misma es tomar un descanso

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Luego de la lamentable e increiblemente vergonzosa caída que había sufrido, Steve insiste en que lo mejor que puedo hacer por mi misma es tomar un descanso. No me opongo ante ello, pues aunque la caida no ha sido desde muy alto, aún puedo sentir las punsadas de dolor que se han instalado en mi hombro izquierdo y parte de mi cadera. El golpe me había tomado por sorpresa y tanto mis músculos como yo somos conscientes de ello, sufriendo el impacto contra el suelo mucho más latente de lo que debería haber sido.

Eso me recuerda al pequeño accidente que tuve cuando estaba en segundo año de la primaria; cuando quise alcanzar un libro de una de las estanterías más altas de la biblioteca, pero como no lograba hacerlo me enfureci por completo y envíe una ola de aire (sin intención) que hizo que una enorme pila de pesados libros cayera sobre mi y aplastara mi pequeño cuerpo en el acto. Aún recuerdo la desesperación con la que la maestra me había llevado a la enfermería y el casi ataque al corazón que le había causado a mi abuela. Al principio ella le había echado la bronca a los superiores de la escuela por no cuidarme como deberían hacerlo en horas de clases, pero luego de que con mis palabras le expliqué que había sido yo misma la causante del golpe mi pobre abuela tuvo que empezar a estar más al pendiente de mi.

Como es simple darse cuenta, desde la niñez que mis poderes (por así decirles, ya que es un término que no soporto usar) me han causado pequeños problemas e incluso dañado físicamente. Pero jamás había llegado al punto de volar. ¡Por Dios! Yo volando, a veces creo que vivo en un universo alterno.

—Deberíamos ir a la torre —sugiere el capitán, mirando los autos pasar frente a nosotros. Llevamos al rededor de quince minutos en el mismo sitio y el silencio (no literalmente, claro) ya comienza a hacerme eco en los odios— así el equipo de enfermería podrá revisarte.

—Ya, no necesito un equipo de enfermeros —respondo sin poder evitar rodar los ojos—. Sólo fue un golpe, ya casi no duele.

—Tu misma lo has dicho. Casi. —repite, luego frunce el seño— y no me ruedes los ojos.

—¿Siempre eres tan dramático?

—No soy dramático —contesta serio—. Me preocupo por la salud de mis compañeros.

—Y te lo agradezco. Pero te lo digo en serio, el dolor ya se está yendo —frunzo los labios—. A decir verdad, no suelo durar mucho con una herida. El moretón que tenía a causa del ataque a la torre desapareció mágicamente al día siguiente.

—Debe ser por las sustancias que te inyectaron —dice de pronto, viéndose levemente más interesado en mi—. A mi también me pasa. Jamás me enfermo y tampoco puedo emborracharme.

Estoy a punto de sonreirle y decirle que tal vez él y yo tenemos más cosas en común de las que creíamos. Pero entonces noto algo y lo único que atino a hacer en ese momento es fruncir el ceño y entrecerrar los ojos.

OUTSIDE THE DARK ― steve rogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora