xxv. decisión tomada

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Siento como mis pulmones se colman de oxígeno de manera súbita y mi cuerpo se incorpora en sincronía. Lo primero que hago es notar lo imprecisa que mi vista se encuentra. Mis parpados se abren y se cierran una y otra vez, intentando normalizar mi campo de visión, pero todo es en vano. La usual presión en el pecho que me indica que está a punto de agarrarme un ataque de pánico hace presencia, por lo que comienzo a inhalar y exhalar con lentitud.

Mis manos hacen contacto con una estructura fría y consistente y, cuando mis pupilas se fijan en ellas, logro notar apenas que me encuentro sentada en el suelo. Un dolor punzante se instala en el centro de mi coronilla y mientras toco esa zona y cierro los ojos tratando de entender como es que llegué donde estoy, tomo un poco de impulso para ponerme de pie. Ni bien consigo mantener el equilibrio sobre mi misma, intento dar una ojeada a mi alrededor, y, aún cuando sigo sin ver del todo bien, hay algo que me es muy evidente: estoy en una pequeña habitación, envuelta entre cuatro paredes del mismo tamaño.

No termino de caer en cuanta de aquello cuando mi respiración ya empieza a volverse más lenta y pesada. La claustrofobia comienza a apoderarse muy lentamente de mi, y no es hasta que distingo un punto de color plateado a uno pasos de distancia de mi cuando una pequeña pizca de alivio me invade. Mis piernas no tardan en moverse a duras apenas hasta allí, y, cuando poso la palma de mi mano sobre aquel objeto y me doy cuenta que es nada menos que un picaporte, un suspiro repleto de calma se desliza por entre mis labios. No dudo un segundo en abrir la puerta, pero, un segundo después, me arrepiento cuando una fuerte luz se instala sobre mis ojos dejándome ahora sí completamente ciega.

Una vez más, empiezo a parpadear repetidamente, pero la desesperación se hace latente cuando unas voces y pasos acelerados llegan a mi campo auditivo. ¿Qué debo hacer? Ni siquiera sé dónde estoy, ¿me encuentro en la torre? ¿cómo llegué aquí? Los chicos jamás serían capaz de encerrarme en una habitación así. ¿O si? Por todos los Santos ya estoy totalmente perdida.

En un acto de autoreflejo, vuelvo a meterme en la habitación donde me encontraba hace algunos segundos. Cierro la puerta, apoyo mi frente en ella y los pasos se sienten está vez más cerca, lo que me indica que quien sea que ande deambulando por allí acaba de pasar por enfrente de la habitación dónde estoy. Decido aguardar un par de minutos más así, no sólo para asegurarme de que no haya nadie afuera, sino también para que mi visión de normalice. Una vez que creo estar lista para volver a salir, lo hago (sin olvidar abrir la puerta con tranquilidad para no volver a cometer el mismo error).

Cuando ya me encuentro afuera, le agradezco internamente a Dios que mi vista ya se encuentre bien. Aprovecho eso y ojeo con interés todo lo que me rodea. Me encuentro en un largo pasillo que no tiene para nada pinta de ser la Torre. ¿Acaso me secuestraron? "No seas estúpida", me respondo a mi misma, "¿Qué clase de secuestrador te dejaría tan a la deriva?". Enseguida descarto esa teoría y me dedico a acercarme a unas fotos que cuelgan de las paredes.

OUTSIDE THE DARK ― steve rogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora