Félix

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"Señores pasajeros, les informamos que en 15 minutos más aterrizaremos en el aeropuerto de Caselle. La temperatura en Turín es de 3°. Por favor, permanezcan sentados, y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente los motores y la señal luminosa de los cinturones se apague. Los teléfonos móviles deberán permanecer..."

Apagados. Ya lo sé. Me apenan las aeromozas, absolutamente nadie las escucha. Me pregunto qué pasaría si el avión cayera al vacio presa de un desperfecto. Seguramente ellas serían las únicas que se salvarían mientras que los pasajeros inútiles nos lamentaríamos por no haber prestado atención.

La consabida ola polar que azota Europa todos los años se hace sentir cada vez más temprano y con más rigor. En España se está mejor pero Italia parece querer competir con el Polo. Estoy harta de estos viajes. Pero cuando tienes un ex esposo de raza cruel y un niño problema te quedan pocas opciones disponibles.

Alcanzo a distinguir a Marc, con su elevada estatura y gafas oscuras, atisbando por encima de la multitud que va y viene por la terminal. Aunque se muestra reacio a admitirlo, sé que en el fondo se alegra de verme y de que le quite de encima al pequeño monstruo.

Félix aun no me ha visto. Tiene la vista clavada en su iPhone, una de las pocas cosas que lo hacen estarse quieto. Viste un traje de esquiador azul claro que hace aun más llamativos sus enormes ojos azules. Levanta la mirada cuando Marc le da un empujoncito en mi dirección.

-¡Mami!-se lanza corriendo a mis brazos y lo estrujo con fuerza. Hace más de veinte días que no lo veo.

Cumplió seis años en noviembre, el Anticristo, como suele llamarlo mi madre. Siempre supimos que algo en Félix no estaba bien. "Tiene demasiado Marte, mal negocio" dijo la astrologa que hizo su carta natal. "Félix tiene TDAH" dijo el neuropsiquiatra.

Lo cierto es que tener un hijo diagnosticado con un trastorno por déficit de atención e hiperactividad esconde un día a día de frustraciones y guerras cotidianas. Vivía atacada por el sentimiento de culpa, todo lo que le pasaba a Félix se debía a mi incompetencia como madre. Y mi hijo era un niño particularmente difícil, agresivo, testarudo y etiquetado como "maleducado" la mayoría de las veces.

Marc carraspeó para llamarme la atención.

-Tenemos que hablar un momento-me señaló una cafetería cercana y bufé con desagrado.

-No quiero permanecer aquí ni un minuto más. Tengo mucho trabajo pendiente. Solo he venido por Félix, no me interesa hacer vida social.

Lógicamente todos creen que esto es una discusión normal entre un ex matrimonio que acabó por odiarse. Pero en realidad no nos odiamos, ni tampoco fuimos un matrimonio. Al menos no en toda la extensión de la palabra. Si se preguntan si nos casamos les diría que hay dos respuestas a eso: sí y no.

Desde aquel lejano día de marzo, cuando lo dejé plantado frente al altar de la catedral de Barcelona, se han pasado ya seis años pero para Marc sigue siendo como el primer día. Cuando el sacerdote me preguntó si lo aceptaba por esposo contesté la verdad: "No" y salí huyendo de la iglesia cual heroína de Tennessee Williams. Solo había un pequeñísimo problema, el día anterior nos habíamos casado por civil en el Ajuntament de Barcelona, lo que lo convertía en mi marido a los ojos de España y de toda la Comunidad Europea.

La humillación fue tan grande que Marc jamás me lo perdonó. Y hasta la más mínima cosa hacia que las heridas volvieran a sangrar como recién hechas. Siempre repetía que jamás me daría el divorcio, así se lo pidiera de rodillas. Claro que eso no le impidió cerrar un contrato con la Juventus hacia unos tres años y dejar en estado de gracia a una bailarina italiana a los dos meses de conocerla. Y en medio de todo eso, Félix y sus problemas.

Liebe mich 2 || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora