Chasing hope

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“Qué otra cosa podría ver, si se impregnó en mi piel y mi alma, si deambula por mis venas, si ocupa todo el sitio de mis ojos…”

Los riñones de André se debilitaron al punto de que necesita varias sesiones de diálisis antes de recibir una nueva transfusión sanguínea. Confío en sus médicos, sé que son muy escrupulosos.
Las sesiones de diálisis son tres veces por semana y duran dos horas. Tiene un catéter tipo Mahurkar que se ve exactamente como solía verse su catéter venoso central  y sobresale del  mismo lugar en su pecho. Está conectado con una máquina que hace el trabajo que sus riñones no están haciendo. La sangre de André (bueno, parte de esa sangre ya es de Félix) sale de su cuerpo a través de una aguja, se limpia y luego vuelve a su cuerpo a través de una segunda aguja.
Dice que no duele. Como mucho, sólo es aburrido. André generalmente lee los diarios o ve fútbol televisado hasta quedarse dormido. Ahora que está recluido en la cama, soy sus ojos y sus oídos.
Hoy está viendo Chelsea versus West Ham. Critica el planteo de Lampard, se enfada, reclama en voz alta y las enfermeras le piden en diez mil oportunidades que baje la voz. El juego termina y los jugadores intercambian camisetas. Intuyo que no se da cuenta que cada vez que ve el pecho desnudo de alguno de ellos, se lleva instintivamente la mano al esternón, donde él tiene un catéter y ellos no.
André y yo somos gemelos siameses; no puedes ver el  sitio por el  que estamos conectados. Eso hace que pensar en una nueva separación sea mucho más difícil. Sentía crecer en mi interior el deseo de protegerlo y cuidarlo, de compensarle todos los malos ratos. Nunca lo había amado más.
—Hola —digo—. ¿Podemos empezar de nuevo?
Se limpia discretamente los labios luego de vomitar.
—¿Quién carajo te crees que eres? No actúes como si tal cosa.
—Está bien. Tal  vez me merezca que me trates así. —Echo una ojeada al interior del cuarto—. Déjame entrar, ¿quieres?
Me mira como si  estuviera loca o algo así.
—¿Estás drogada que no lo entiendes?
Me sonríe y de repente tengo dieciséis años otra vez, el año en que me di  cuenta de que el  amor no respeta las reglas, el año que comprendí  que nada tiene más valor que lo que es inalcanzable.

Estaba en el último año cuando Danielle Bohn llegó a Martinus. Llevaba botas militares y una camiseta negra inmensa de Metallica bajo el blazer de la escuela; era capaz de memorizar sonetos enteros sin ningún problema. Durante los ratos libres, mientras el resto de nosotros nos las arreglábamos para escapar de la escuela, ella trepaba por la escalera al tejado del gimnasio, se sentaba con la espalda contra el tubo de la ventilación y leía a Nietzsche. A diferencia de otras chicas de la escuela, con sus suaves cascadas de cabello rubio atado en una cola, el suyo era un tornado de rizos color azabache y se maquillaba los ojos de un negro teatral que no lograba ocultar su expresión vacía y asustadiza. Olía a pastel de naranja.
Nadie  sabía realmente qué hacer con ella. La llamaban Fenómeno porque no era uno de los nuestros. La veía  caminar  hacia el rincón de la cafetería donde siempre comía sola, tomando notas interminables en una pequeña libreta.
—Mierda —dijo Chris—, parece que liberaron a Willy. ¡Protejan las provisiones!
Me reí, porque cualquier otro lo haría. Pero yo también la miré sentarse, acabar con la bandeja de comida completa en cinco minutos y seguir escribiendo. Me pregunté cómo sería que un montón de idiotas te despreciase y se burlara de ti.

De  repente,  la doctora entra a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja y  se  nos  acerca. Un  enfermero  del   servicio  de  oncología, camina  detrás  de ella,  blandiendo  una  bolsa intravenosa repleta de un líquido carmesí .
—Aquí traigo tu coctel —dice en tono de broma.—Confía en mí, la próxima vez será cerveza helada.
En minutos, el enfermero con la destreza de quien lo ha hecho mil veces, acopla la bolsa al polo intravenoso y conecta el  suero a la vía central  de André. Es todo tan relajado que André ni siquiera debe levantarse. Me quedo de pie a uno de los lados, mientras la oncóloga va hacia el  otro. Aguanto la respiración. Miro fijamente  las delgadas caderas de André, su cresta  ilíaca, donde  la médula se  fabrica. Por algún milagro, la sangre saludable de félix irá por el torrente sanguíneo de André desde su pecho, pero encontrará la manera de llegar al lugar correcto.
—Muy bien —dice la doctora, y miramos el  torrente de sangre que se desliza lentamente a través de la tubería como por una pajita de refresco

Corinne se hizo su amiga en los meses que siguieron y descubrí que Danielle aparecía repentinamente en muchos lugares que yo frecuentaba. Una tarde salí más temprano de la práctica del Mainz y pude sentir claramente que me seguían. Estaba lo suficientemente lejos como para que no percibiera su presencia pero yo lo noté de inmediato. Empecé a trotar para perderla de vista hasta que al llegar frente a mi apartamento vi que se escondía detrás de un árbol.
—Puedes salir —dije entonces, y casi se tragó la lengua al oírme, desparramando todos sus cuadernos por el suelo.—Por diez euros puedes mirarme más de cerca.
Evidentemente no entendió la broma porque empezó a balbucear una excusa con la que pudiera escapar de mí.
—¿Qué quieres?—volví a indagar
No podía admitir que me estaba siguiendo.
—Ayuda —tartamudeó—. Deberes… Corinne me dijo que tal vez te podía ayudar con tus problemas en literatura.
—¿Lo harías?
—¿Ser tutora tuya? Bueno sí... si quieres que lo haga…
Me paré a su lado, lo suficientemente cerca para que la piel de su brazo zumbara exactamente junto a la mía.
—¿Realmente harías eso por mí?
Bajó la vista a su falda.
—Sí.
—Entonces, ¿cómo hacemos—pregunté— iremos a tu casa?

Me aprieto los ojos con los pulgares. Evidentemente, no estoy durmiendo lo suficiente; no desde que insistí en quedarme a atenderlo para que Sabrina pudiera descansar unos días junto a su marido y su hijo.
André repasa el álbum de fotografías que Félix le ha traído una y otra vez. Ya lo ha hecho mil veces pero en diversos momentos del día lo toma de la mesa de luz, lo abre al azar y sonríe o frunce el ceño, dependiendo de la foto.
En nuestra casa en Barcelona tenemos toda una estantería dedicada a la historia visual de nuestra familia. Los retratos de Jael y Félix cuando eran bebés están ahí, algunas de la escuela y, luego, varias fotos de vacaciones, cumpleaños y viajes. Pruebas de que el tiempo ha pasado, de que no hemos estado flotando en el  limbo.
En el álbum hay fotos de Félix desde su nacimiento hasta el día anterior a llegar a Londres; en una tiene alrededor de dos años y lleva una camiseta de la selección alemana. Mirándolo, nunca imaginarías lo que vendría después. Está con cabello largo y después de su primer corte; una de bebé sentado en la falda de Lupe; una de mi madre abrazándolo en el borde de una piscina. Hay fotografías mías, claro, pero no muchas. Paso de tener un bebé recién nacido en brazos a no existir, de golpe.
Tal vez porque no quería imponerle mi presencia.
No es culpa de nadie y tampoco es un gran problema, pero es un poco deprimente, de todos modos. Una foto dice «Éramos felices sin tí, y quería captar eso». Otra foto dice «Eras tan importante para mí  que la tomé sabiendo que algún día la verías»

Eso es vida, me dijo ella cerrando el libro por un momento, mientras mirábamos a su gato asolearse junto a la ventana, despreocupado. Eso es lo que quiero ser la próxima vez que nazca.
Yo me reí. Preferiría volver como un perro, le dije. Ellos siempre son felices con poco. No necesitan nada más.
Yo te necesito a ti, replicó en voz muy baja, aunque la pude oír.
Bueno, dije. Tal vez sería mejor volver como una planta.
El caso es que no debía enamorarme de quien no debía. Ya sé que no soy sólo yo, estaban Romeo y Julia, el tal Werther y hasta Superman, que no hace buena pareja con Luisa Lane, más bien debería salir con la Mujer Maravilla. Danielle tenía el corazón pero no el cuerpo de las chicas que solían salir con chicos como mis amigos ¿Qué pasaría con nosotros entonces?

Los cuartos de hospital nunca se quedan a oscuras del todo; siempre hay algún panel  brillando detrás de la cama en caso de calamidad, una señal para que enfermeros y médicos puedan encontrar el  camino. He visto a André ya muchas veces en camas como ésta, aunque los tubos y cables cambien. Siempre parece más frágil de lo que lo recordaba.
Me siento lo más suavemente que puedo. Las venas en su cuello y su pecho son un mapa de rutas, autopistas que no van a ninguna parte. Me hago creer a mí misma que puedo ver esas malvadas células cancerígenas abandonando su cuerpo, huyendo despavoridas.
Me extiendo sobre la cama, que es estrecha, pero es lo suficientemente grande para nosotros dos. Apoyo la cabeza en su pecho, tan cerca de su vía central que puedo ver el líquido goteando hacia su interior.  Estaba equivocada:  no vine a ver a André porque quiero ayudarlo. Vine porque sin él es difícil  recordar quién soy.
Cuando abre los ojos, casi  me caigo de la cama. Me incorporo rápidamente y me alejo.
—¿Danielle? —dice, mirándome fijamente.
—Disculpa… es que estoy algo cansada y el sofá es incómodo—balbuceo como la tonta que era al conocerlo—¿Te duele algo? ¿Quieres que llame a la enfermera?
—No tienes que fingir que te preocupas por mí ni nada por el estilo.
Sin poderme contener acaricié sus manos transparentes, sus largos dedos, la caracola de sus orejas, recorrí su cuello oyendo el rumor suave de la sangre en sus venas. Acerqué la boca a sus labios y aspiré con avidez el olor frío del hospital, pero no me atreví a tocarlos.
—No estoy fingiendo.—Le paso la mano por el pelo—. Lo que sucede es que esto es nuevo para mí.
—¿Qué cosa?
Hago un gesto tratando de abarcar todo el entorno.
—Cuidar de ti, hacer parte de tu vida y acompañarte.
—Bueno, para mí también todo esto es nuevo.
—¿El qué?
Se encoge de hombros y aparta la vista.
—Sentir que hay esperanza.

Liebe mich 2 || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora