El ángel de la nieve

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"La sangre es la vida" (Deuteronomio 12:23)

Al día siguiente preparé un pequeño bolso y saqué a Félix a rastras del hotel mientras Marc amenazaba con mil y un cuestiones. Fuimos directamente al aeropuerto, donde no me encontré con mejores noticias que las que ya tenía.

—Londres está bajo una nevada que impide los aterrizajes. Todo está demorado y Heathrow está cerrado de momento.

—¡Usted no entiende! Es una cuestión de vida o muerte, debo llegar a Londres lo antes posible.

—Lo lamento mucho, señora, pero ninguna aerolínea está volando hacia allá en este momento.

—¿Qué me dice de Gatwick?

—Gatwick no recibe vuelos de línea, solo comerciales...

—¿Y un vuelo chárter?

—No lo sé...

—¡Estoy desesperada! Se lo suplico, un familiar mío está muy enfermo y debo llegar a verlo. Debe haber algo que podamos hacer.

—Deme 15 minutos y veré que puedo hacer.

Eso era mil veces mejor que si me hubiera dado una nueva negativa. Nos dirigimos a la sala de espera mientras oía a mi hijo refunfuñar porque no quería viajar otra vez. Mi celular comenzó a sonar estrepitosamente. Era Marc.

—¡Estás completamente demente! No estoy bromeando, será mejor que traigas a Félix en este instante.

—No puedes tomar decisiones sobre él, Marc ¿Por qué no lo puedes entender? Me comunicaré contigo cuando llegue a Londres.

Colgué. No estaba dispuesta a escuchar razones suyas en una situación como esta. De pronto sentí retorcijones en el vientre y tuve que correr al baño. Maldije al ver la sangre. Siempre que debo hacer algo realmente importante me viene la regla. Justamente ahora que debía enfrentar una situación de vida o muerte para André y para mí, a mi cuerpo se le ocurría crear su propia desgracia.

Los nervios aumentaban los espasmos del útero, el dolor subía en oleadas. La última vez que tuve sexo con André creí que había quedado embarazada, hasta pensaba confesarle todo a Marc y dejar que el niño naciera, no importaría de quién era el bebé con tal de que en él (o ella) fluya la sangre del amor, con tal de que su sonrisa pudiera iluminar el cielo, hacer que los pájaros canten al unísono, dispersar la bruma y la tristeza, con tal de que...

No pude confirmar la existencia de Félix hasta los cinco meses de embarazo. Las anoréxicas no acostumbramos a sangrar y dado que Marc y yo no habíamos vuelto a estar juntos desde nuestro casamiento fallido, en lo que menos pensé fue en un bebé. Pero ahí estaba, sumamente pequeño pero saludable, según el médico, flotando en la paz tibia del líquido amniótico.

—¿Por qué nos vamos? Dijiste que podía ir al juego ¡Me lo prometiste!

—Félix, escúchame ¿sí? Tengo un amigo en Londres y está muy enfermo...

—¿Qué le pasa?

—Tiene cáncer—sentía como si me estuvieran estrangulando al decir esa palabra—Y tú y yo vamos a verlo, si todo sale bien, podemos ayudarlo a que se cure.

El encargado de la aerolínea me informó que podía chartaerme una aeronave hasta Gatwick, que estaba menos atestada. Eso si salía inmediatamente. El precio era exorbitante pero no me importó.

El avión atravesó las grises nubes invernales, Félix estaba sentado a mi lado. Hablaba todo el tiempo, feliz de ir en un avión vacio, se sentaba, se paraba, leía una revista, bloqueaba y desbloqueaba su celular, desparramó una docena de muñecos. Siempre era así, hacía de todo pero no hacía nada. Una característica típica de los niños hiperactivos.

Liebe mich 2 || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora