Nunca digas siempre

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Hundí la nariz profundamente en la almohada y el olor me pareció agresivo, ajeno. El aire catalán ahora me producía un desconsuelo difícil de ignorar. Me subió un escalofrío por la espalda y el nudo en la garganta amenazaba con descomponerse en llanto. Me concentré en el leve murmullo del mar que se oía desde mi cuarto y los ocasionales ladridos del perro.

André me había expulsado de su vida y ya no podría regresar. Esa era la realidad. No volvería a acariciar la suavidad de su cabello rubio, a escuchar el silbido de su risa tenue. Lo único que restaría sería un revoltijo de recuerdos agridulces y la imagen de su rostro repleto de ira y dolor.

Su plan era demasiado sencillo como a la vez suicida: renunciar a cualquier tipo de lucha y que el destino decidiera por él. No dudaba de que amase a sus padres, a su hermana, a sus hijos o incluso a mí, pero sabíamos perfectamente que el destino puede ser impiadoso. El final podría llegar demasiado pronto.

Al poner los pies en el suelo me sorprendió el frío del piso, acorde a mis pensamientos. André solo tenía treinta y tres años. Era un atleta, un modelo de vida sana y verlo deteriorarse era una de las cosas más duras que me habían tocado presenciar en la vida. Envejecer había dejado de ser un temor para convertirse en un lujo, que a pesar de todo lo que poseía, André no podría darse.

Caminé hacia la habitación de Félix mientras me secaba los ojos irritados y enrojecidos. Era el único lugar de la casa donde podía sentir algo de sosiego. Anhele que despertara y tendiera los brazos hacia mí, pero no noto mi presencia y continuó durmiendo.

Marc me envió un correo electrónico contándome que se casaría y quería que Félix fuera uno de sus padrinos. Recordé el día de nuestra propia boda, que distó mucho de ser el mejor de nuestras vidas. Como cualquier chica, yo había soñado con un casamiento de cuento de hadas, un vestido de princesa de Disney y un hermoso día soleado, rodeada de mis seres queridos. La realidad fue bastante distinta.

Todo fue gritos, reproches, llanto y confusión "¿Como me haces una cosa de estas a mi?" (Marc) y "¡Definitivamente esto es lo peor que pudiste haber hecho!" (mi madre). "Espero que nunca tengas que arrepentirte de esto", ese fue el mejor de todos, mi padre. No me arrepentía pero aun después de todos estos años seguía pagando los platos rotos. Los padres de Marc pasaron el resto del día intentando convencerme de que cambiara de actitud, que estaba a tiempo. Cuando vieron que mi decisión era irrevocable, desistieron y no volvieron a dirigirme la palabra nunca más.

Lupe despertó a las tres de la madrugada y me encontró exactamente en el mismo lugar donde me había dejado.

—No has dormido ¿verdad?—asentimos al mismo tiempo, se sentó junto a mí en el sofá y permaneció en silencio por unos minutos—Sabes que tienes que dejarlo ir, si eso es lo que desea...

— ¿Y qué hay de lo que yo deseo?

—Mucho me temo que no cuenta mucho en este asunto. A veces la vida no es justa, tú lo sabes mejor que nadie.

—No puedo solo dejarlo morir. Si André muere...me moriré también. No seré capaz de soportarlo.

—Corrígeme si me equivoco, tal vez me falle la memoria por la edad pero llevas seis años viviendo como si estuviera muerto. Te resignaste a criar a su hijo lejos como si fuera lo único que restó de él ¿Y ahora te preocupa la posibilidad de que muera?

—¿Qué hay de Félix? ¿Qué le diré cuando crezca y finalmente lo entienda todo? "Oh hijo, disculpa por dejarte sin padre dos veces. Dejé que el biológico se suicidara y atormenté al adoptivo hasta que se alejó."

La muerte era algo definitivo. Así como el amor, era algo para siempre. Me aterraba la posibilidad de perder al ser que más había amado en este mundo, la persona que me había convertido en lo que soy. No soportaba la idea de dejarlo deambular solo en el limbo de un plano abstracto, no volvería a encontrarlo.

Liebe mich 2 || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora