La visita de André trastornó por completo la vida de nuestra casa. Creía tener visiones cuando lo veía sentado al sol en la terraza pero las dudas se disipaban cuando me sentaba a su lado y oía su risa, me había perdonado y ahora estaba más cerca de mí de lo que nunca estuvo antes. Radiante, a la luz de la mañana... una luminosa alegría invadía mi espacio como si fuera una broma de Dios y Félix lo percibió antes que nadie. André tenía una serena manera de relacionarse con él, había aprendido a hablar trasformando las preguntas en afirmaciones, para evitar que Félix le contestara con otra interrogación y así saltarse las múltiples barreras y defensas que mi hijo ponía entre él y el mundo exterior. A pesar de esto las excentricidades de Félix eran un verdadero imán para André, que podía pasar horas hablando con él, sin amilanarse ante su imaginación lunática o su falta de modales.
—¿Siempre es así?
—¿Así cómo?—inquirí.
—Tan maravilloso, es como si todo lo que hiciera fuera especial, piensa en cosas que jamás se me hubieran ocurrido...
—Sí, nunca te cansas de eso—me reí ante su entusiasmo—En cierta forma, ser madre es lo mejor que me pudo pasar en la vida.
Félix era un punto en la playa, arrastrando una pala y un balde de plástico. André apretó mi mano al caminar y me volví a verlo, como siempre me sorprendió. Su masculino atractivo aún tenía cierta cualidad perturbadora de la cual yo no podía escapar, estaba hecho de un material diferente al del resto de la gente. Había insistido en que aprovechara el sol para fortalecer su sangre y su piel, que en las zonas más delicadas todavía se veía traslucida, se adivinaban sus venas y la textura secreta de sus músculos. Compartía con Félix cierta gracia marítima, los intensos reflejos azules de los ojos, el ímpetu de sus movimientos y su carácter curioso, como si fueran habitantes del agua. Ambos tenían algo de pez, André siempre me había recordado a un delfín.
—¿Cómo fue? Me hubiese gustado estar ahí para verlo nacer...
—Se demoró unas ocho horas. Los médicos querían hacer una cesárea pero yo dije que no...que saldría a su tiempo. Él es así, no lo puedes apresurar.
—Lo tendré en cuenta.
—Pesó casi tres kilos, era muy, muy pequeño. Y su manta...parecía una capa. Las enfermeras dijeron que había nacido un mago. Le encanta esa historia, quiere que se la cuente una y otra vez, que nació mago. Se prendió al pecho y solo me soltó cuatro días después. Siempre con esa mirada tremenda en su rostro... como si ya lo supiera todo.
André me besó la mano antes de echar a correr en dirección a Félix y proponerle rodar en la arena como cachorros felices, hablándole de su familia, de sus padres, de la niña que iba a nacer. Quería estar cerca suyo, verlo crecer y ayudarlo pero fue inflexible con sus propios padres ante la idea de decirle realmente porqué estaban ahí, que entre la enfermedad, el embarazo de Sabina y descubrir la existencia de Félix ya habíamos tenido suficientes sobresaltos y que lo mejor sería no decirle la verdad aún, que no quería agregarle otro elemento de confusión dada su condición y su firme propósito de reconocer a Marc como su papá. De todos modos la lealtad y las manías contestatarias de Félix agradaban a André.
—Por ahora lo dejaremos como está, no quiero perder todo lo que he logrado con él. Quiero que me vea como un amigo, que se acostumbre a mí. Pero es hijo mío—decía, orgulloso.
André era el único hombre de mi vida, no había tenido vocación más que para ese único amor. Ese sentimiento fue lo que me salvó de una vida mediocre, de la tristeza de un mal destino y me impulsó a mejorar y a encontrar mi verdadero camino. Mi corazón le había sido siempre fiel aún en los momentos en los que él se enamoró y se casó con una ninfa eslava de mirada triste y huesos largos, sin que por eso lo amara menos. Creí morir todas y cada una de las veces que se alejó de mí, pero me volvía a enamorar más encarnizadamente que antes, porque ese amor ya estaba depurado de todo rastro de celos o pertenencia.
Luise y Joachim estaban esperando en la sala, retorciéndose las manos, nerviosos, como todos esos días que habían llegado hasta mi casa para pasar el rato con Félix. Si el hecho de que André se estuviera quedando con nosotros los perturbaba, nada dijeron; se limitaban a colmar a mi hijo de atenciones y regalos.
—¡Trajimos pizza! Quisimos venir a comer con ustedes.
—Y hemos traído algo muy especial para nuestro nie...—Luise inmediatamente se detuvo—Para Félix.
Una gran caja y su correspondiente moño estaba en medio de la sala y mi hijo se apresuró a abrirla ayudado por André.
—¡Es un conejo!—exclamó, boquiabierto—¡Un conejo blanco!
—¡Claro que sí! Todos los magos necesitan un conejo para que salga de la galera ¿O no?
—¡Dankeschön, Frau Schürrle!
—Me puedes llamar tía...o abuela...ya soy vieja—ella se encogió de hombros con una sonrisa—No es necesario que me llames "señora".
Félix se le quedó viendo, pensativo, como analizando lo que había dicho.
—Hummmmm... ¿Puedo decirle Luise? Hilda dice que "abuela" es una mala palabra y que no debo decirla.
—Tú me puedes decir como quieras ¿Pero quién es Hilda?
Félix aupó al conejo y se lo llevó a su cuarto, dejando lógicamente la pregunta sin responder.
—Es mi madre—sacudí la cabeza—Le cuesta asumir sus responsabilidades como abuela, se cree una adolescente.
Luise y Joachim me llenaban de preguntas acerca de Félix, ansiaban incorporarlo a la vida familiar, llevarlo a Dubai el próximo año nuevo y que conociera a su primo Franz. Yo estaba mareada, ni siquiera sabía cómo reaccionar ante tantas peticiones. Un día éramos solo mi hijo y yo, y al siguiente una multitud que incluía abuelos, tíos, primos...y una hermana. Ellos tenían derecho a reconstruir una historia que desconocían, en Londres apenas si se habían enterado de lo básico y era normal que me odiaran en un principio pero la devoción que tenían hacia André era mucho mayor, si se enemistaban conmigo estarían perdiéndolo todo. Tácitamente decidieron que ganaban mucho más haciendo las cosas a nuestro modo.
—Regresaremos a Londres mañana—Joachim se aclaró la voz—Estarás de acuerdo, André, en que ya no tenemos más excusas que darle a Sabina. Si no volvemos enseguida comenzará a sospechar y no sería justo para ella, en su estado, enterarse de todo así.
Me alejaba inmediatamente siempre que André recibía una llamada de Inglaterra, había pasado esa semana en Barcelona diciendo que iría a Alemania a hacer algunos trámites ineludibles y que volvería a Londres lo más pronto posible. Lo oía hablarle a su mujer con ternura, tranquilizarla, decirle que la quería, que pronto estaría de vuelta. "Debí de haberlo sabido" me reprochaba siempre, no debí siquiera pensar que André estaba de vuelta en mi vida para quedarse.
Debía dejarlo marchar, su lugar no era a mi lado. Me dormí sollozando una pena inmensa, esa que nunca me abandonaba. Pude sentir que me sacudían tratando de traerme desde lo más profundo de mis pesadillas. Era Félix que estiraba las cobijas para despertarme.
—Mami, André está vomitando.
La impresión me despertó del todo. Corrí al baño del cuarto de invitados y me deparé con André, pálido y exangüe, arrodillado frente al retrete. Toqué su frente.
—Estas hirviendo de fiebre—eché una ojeada al celular. Las tres de la madrugada, la hora de las brujas, la hora de la tragedia.—Iremos ahora mismo a la clínica.
Félix me observaba con los ojos abiertos de pánico mientras con Lupe metíamos a André dentro del coche. No hubo manera de convencerlo de quedarse así que llegué con él aupado en mis caderas y dando gritos a diestra y siniestra con el personal de guardia de la clínica.
—¡Necesito una silla de ruedas y un médico! ¡Rápido!
Me temblaban las manos al llamar a sus padres que se aterrarían, dada la hora y mi nerviosismo. La empleada de recepción me observaba con insistencia pero el hecho de que me reconociera en ese momento me importaba muy poco.
—Hace tres meses fue sometido a un trasplante de médula, tuvo leucemia...
—La entiendo, trate de calmarse, ya lo están atendiendo. Necesito que llene estas formas mientras tanto ¿Cuál es su relación con el paciente?
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Liebe mich 2 || André Schürrle
FanfictionTras su escandalosa separación de Marc ter Stegen, Danielle ha logrado rehacer su vida y formar una (extraña) familia. Siempre concentrada en su profesión, Danielle se ha acostumbrado a la soledad y a sentir emociones solo para la cámara. Un rutinar...