Epílogo

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Barcelona...donde todo recomenzó...

—Vamos, mami—Eva aplaude emocionada mientras sostengo el pequeño pastel coronado con una vela discreta—Tienes que pedir un deseo.

Daniela me reclama en silencio, con una mirada que claramente dice "Creí haber dicho antes que nada de cumpleaños". Me encojo de hombros, a mi me encantan los cumpleaños, sobre todo cuando es el suyo.

—Dame un abrazo—le pide a Eva, toda mofletes y sonrisa. Y sé que es hora de comenzar a plasmar en fotos esa clase de momentos, porque sé que no volverán. Lo aprendí a la mala.

Es primavera, una primavera no muy calurosa. Es un día ventoso de mayo y me bebo una taza de café mientras Eva asiste alborozada a la apertura de los regalos como si fueran suyos. Daniela frunce el ceño, sarcástica, al desenvolver una copia de mi nuevo libro.

—Está dedicado—me defiendo.

Tuve leucemia durante cuatro años y tal vez pueda parecer macabro, pero de esa experiencia nació la inspiración, la necesidad de comunicarme a través de la escritura, de compartir mis vivencias con la gente que pudiera pasar por una situación similar.

En el camino perdí muchas cosas: mi carrera futbolística, a mi esposa y algo de la capacidad de mis riñones. Pero debo decir, justo en este momento, que el cáncer también me hizo feliz. La enfermedad me quitó mucho pero también me dio a conocer cosas que no podría haber descubierto por mí mismo.

¿Qué me dio el cáncer? Creo que en mi caso la lista es larga: saber quién soy, valorar a la gente que me rodea, conocer mis límites, perderle el miedo a la muerte y sobre todo, el haber conocido a mi hijo. Quizá esto último sea lo más valioso.

La mayoría me felicita por haberlo superado pero lo cierto es que jamás lo olvido, a pesar de llevar una "vida normal". La enfermedad es mucho más que una época en mi vida y es que jamás imaginé cuanto le daría a mi existencia de ahí en adelante.

—¿Y cuántos cumple, señora Schürrle, 50?

—Muy gracioso...—gruñe mientras aparta las cobijas y sale de la cama.

"Muy gracioso" repite Eva en español y la sigue hasta la cocina con sus pasitos cortos. Su melena oscura se bambolea cuando baja las escaleras a saltitos y hay algo en su manera oriental de sonreír que me recuerda a su madre. "A ella también le habría hecho gracia", pienso en silencio, correspondiendo a su risa.

Han pasado seis años desde mi última recaída, ni siquiera Eleanor es capaz de entenderlo. Cree que ha sido una combinación del ácido transretinoico y la infusión de linfocitos, por algún efecto favorable de acción retardada, pero yo sé lo que es. Era que alguien tenía que irse, y Sabina usurpó mi lugar.

Mientras te empeñas en seguir aferrado al amargo y doloroso recuerdo de que alguien ha dejado este mundo, no sales de ahí. El hecho mismo de vivir es como una marea: al principio parece que todo sigue igual, pero un día miras tus pies y ves la cantidad de dolor que te ha erosionado.

Me pregunto hasta qué punto me vigila. Si sabe que durante mucho tiempo luché contra lo sentía por Danielle. Si estuvo el día de nuestra boda. Si entiende que la razón por la que me casé con ella es sencillamente porque ya no quería hacerme más daño, que no podía renunciar a ese amor una vez más, que la vida es muy corta. Porque aunque no hablemos de Sabina, ella está presente en los huecos entre las palabras, como el olor de algo que se quema.

Gracias a Dios ahora la vida comienza lentamente de nuevo, mi hija está bien, saludable y crece más y más cada día. Las dudas se disipan cuando veo a Eva correteando por la casa, ojalá sepa que empezó danza y que cada vez que hace un plié me recuerda a ella. Sé que Sabina me acompaña, que me ha perdonado mis múltiples errores y que está mucho más cerca de mí de lo que nunca estuvo antes. Sigue viva y está conmigo.

Liebe mich 2 || André SchürrleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora