1. Mi llegada a Galerías Velvet

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Creo que era 20 de septiembre de 1958 cuando empecé a vivir aquella historia que iba a cambiarme para siempre, aquella historia en que ella iba a remover mi vida y a ponerla patas arriba, más de lo que ya lo estaba cuando dejé atrás Barcelona.

Recuerdo que aún era temprano cuando me bajé del taxi. Soplaba un aire fresco que no tardaba en calar los huesos. Supuse que vendría desde la sierra. Levanté la mirada cuando salí del automóvil y me encontré con aquel imponente edificio, de siete plantas, con grandes ventanales y unos enormes escaparates, justo en el centro de la Gran Vía. Envidié, en parte, a la gente que trabajaba y vivía en las Galerías Velvet porque, a diferencia de muchas partes del país que aún vivían con restos de la posguerra, allí no se distinguía ni un ápice de pobreza, más bien al contrario.

Observé por unos segundos la puerta principal pero pronto tomé el estrecho callejón que llevaba hasta la puerta de servicio. Creo recordar que había barullo por no sé qué asunto de unas cajas y unas telas. No estoy seguro. No lo recuerdo con claridad porque esa fue la primera vez que la vi a ella. Mis ojos se centraron única y exclusivamente en ella. De pie, con los brazos cruzados y un gesto que iba más allá del enfado, observaba indignada a un par de trabajadores. Recuerdo que vestía de uniforme, falda negra de tubo por debajo de las rodillas, camisa blanca y tacones también negros. Hubo algo en ella que captó mi total atención, era mayor que yo pero sumamente atractiva, sus ojos verde aceituna brillaban como nunca antes lo había visto, sus labios con carmín rojo eran perfectos, su perfil tan delicadamente delineado, y sus pómulos, marcados y rígidos. Era de una belleza sin igual.

Me acerqué hasta ella. En cierto modo tenía miedo a hacerlo, parecía una mujer tan estricta que cualquier interrupción podía ser fatal. Luego descubrí que no iba tan mal encaminado con aquella suposición.

-Perdone...siento interrumpir pero yo...soy Maximiliano y...

-¿Y?

-Soy uno de los nuevos dependientes...

-¡Por fin! Ustedes dos, terminen con esto cuanto antes y usted, sígame.

No tuve más remedio que obedecer. La seguí por un par de estrechos pasillos hasta llegar a una puerta azul claro, que ella abrió a toda velocidad.

-Su habitación. Deje la maleta y venga conmigo.

Analicé de arriba abajo aquella pequeña habitación. Era más de lo que yo necesitaba. Uno se acostumbra a lo peor cuando crece en un orfanato. Tenía una cama individual, un armario empotrado en la pared, un pequeño escritorio y un lavamanos, nada más. Mientras dejaba mi maleta en una de las esquinas de la habitación escuché una voz potente, con mucha presencia, que se iba acercando.

-Doña Blanca...al fin la encuentro...

-Don Emilio, ¿qué ocurre?

Salí de la habitación y le vi. Don Emilio, un hombre mayor, de pelo blanco, vestido de traje y un terrible pero inquietante aire de solemnidad, esperaba junto a la puerta. No sabía lo importante que iba a ser ese hombre para mí en aquel momento. Ya en ese instante me había hecho descubrir su nombre: Blanca. Me gustó. Cerré la puerta a mi espalda y quedé justo entre los dos. Don Emilio me miró de la cabeza a los pies.

-¿Y usted es?

-Maximiliano...

-Es uno de los nuevos dependientes. Voy a llevarle al taller para que le hagan un uniforme, luego será todo suyo...¿Qué era lo que quería?

-Ah sí, los albaranes del mes pasado no están con el resto, ¿Sabe por casualidad dónde están?

-Creo recordar que Clara aún no los había archivado, pregúntele a ella...

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora