44. Gritos

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Desperté sobresaltado y confundido. Me pareció haber escuchado un grito por los pasillos pero no estaba seguro de si había sido real o fruto de un sueño. Apreté mis ojos y los restregué con mis manos, terminando de despertarme. Aparté el mechón de pelo que caía sobre mi frente y me senté en la cama. Volví a escuchar alboroto. Me detuve unos segundos a escuchar pero decidí salir de la habitación para averiguarlo del todo.

En aquel despacho de la entrada se amontonaba ya la mitad del personal de la boutique. Pude distinguir el rostro de Janette. Me acerqué a ellos.

—Philippe, ¿qué es lo que ocurre? He escuchado un grito y algo de jaleo...

—No lo sé muy bien...cuando he llegado, doña Blanca estaba al teléfono y Janette la envolvía con su brazo...como ayudándola...

—¿Ayudándola? ¿Por qué?

—¡Vamos! ¡Vuelvan a sus habitaciones, terminen de arreglarse! ¡Los que ya estén listos directamente a tienda! ¡Vamos!

Los empleados empezaron a dispersarse, obedeciendo las órdenes de Janette. Yo permanecí allí, de pie, hasta ver lo que ocurría. Antes de marcharse, Philippe me dio un par de palmadas en el hombro y me miró con un gesto extraño.

Dirigí mi mirada hacia las dos jefas. Blanca estaba sentada en la silla, con el auricular del teléfono entre sus manos, con la mirada perdida, mirando hacia la nada, y el rostro completamente pálido.

Janette apoyaba su mano sobre el hombro de Blanca y miraba hacia el suelo. Entré despacio en el despacho, apoyándome en el marco de la puerta.

—¿Doña Blanca? ¿Janette? ¿Qué ha ocurrido? ¿Está bien? ¿Quiere que traiga algo?

—Maximiliano...—susurró Blanca sin ni siquiera mirarme

—Max, trae un vaso de agua, por favor...

Corrí hasta la pequeña cocina que había al final de los pasillos y busqué desesperadamente un vaso. ¿Qué habría pasado? ¿Qué había sucedido para que Blanca estuviese así?

Volví al despacho. Esta vez entré del todo y dejé el vaso sobre la mesa.

—Doña Blanca, tómese el vaso de agua...

La observé. Colgó el auricular del teléfono y cogió el vaso de agua. Sus manos temblaban ligeramente y su mirada seguía perdida. Alguien llamó a Janette desde el pasillo.

—Max, quédate con ella, ahora vuelvo

Asentí. Al verla desaparecer me acerqué a Blanca, me puse en cuclillas a su lado y acaricié su mano.

—Blanca...

Volvió a recuperar su mirada y la bajó hacia mí. No se me ocurrió otra cosa que dedicarle una sonrisa dulce y cariñosa. Quizás así conseguía tranquilizarla.

—Max...él...él...

—¿Él? ¿Quién? ¿Esteban? ¿Qué pasa con Esteban?

—Él...está...está...

—¿Está qué Blanca?

—Está muerto

"Está muerto". Aquellas dos palabras resonaron en mi mente como un eco en una habitación completamente vacía. No podía ser cierto.

—¿Qué? Blanca, ¿qué ha ocurrido?

—Max...

No dijo nada. Se lanzó a mí. La abracé con todas mis fuerzas. Recorrí su espalda con mis manos y llegué hasta su pelo. La apreté todavía más contra mi cuerpo. La escuché sollozar. Sus lágrimas empezaban a derramarse por su rostro y caer sobre mi hombro. Su respiración era acelerada. Tragué saliva. No la culpaba porque llorara, sabía que en el fondo no lloraba por él sino por ella misma. Con él moría también gran parte de su vida.

—Venga...ya está...tranquila...

Se separó de mí. Su mirada buscó desesperadamente un pañuelo pero me adelanté. Con la yema de mis dedos recogí los restos de sus lágrimas hasta llegar a la parte inferior de sus ojos. Brillaban como nunca pese a haberse enrojecido.

—¿Qué es lo que ha pasado?

—Lo han encontrado...en su despacho...con una pistola...y un...un...tiro...en la cabeza...

—¿Un tiro? Pero él nunca se suicidaría...

—Lo sé...pero...la policía ha encontrado una nota...

—¿Por qué lo ha hecho?

—Él no lo ha hecho...estoy segura...

—¿Quieres decir que alguien le ha matado? ¿Que alguien ha acabado con su vida y ha fingido un suicidio?

—Sí...

—Pero entonces...

—Nadie va a investigar eso...oficialmente es un suicidio...Max...debo volver a Madrid cuanto antes, hoy mismo a ser posible...

—Claro, lo entiendo...debes guardar las apariencias...al menos allí...

—Exacto...aunque es extraño...

—¿El que?

—Siento una sensación como de vacío...como si me faltara algo...

—Eres demasiado buena...hay algo en tu interior que seguía apreciando a Esteban...

—Supongo que sí...supongo que una parte de mí echará de menos al Esteban que un día fue bueno conmigo...y que iba a ser el amor de mi vida.

Miré hacia la puerta. No había nadie. Me incorporé ligeramente y me acerqué a su rostro. La miré a los ojos y la besé. Sus labios aún mantenían el sabor salado de sus lágrimas. Ella cortó el beso y se puso en pie. Hice lo mismo.

—¿Dónde vas?

—Debo buscar un vestido negro...que sea apropiado...

—Claro, me cambio y te acompaño arriba...

Me siguió hasta mi habitación. Mientras yo organizaba mi ropa ella se sentó en la cama y se deshizo de sus tacones.

—¿Y ahora? ¿Qué va a pasar con las galerías?

—No lo sé...Esteban lo tendría bien atado en su testamento...espero...

—¿Y a ti? ¿Te habrá dejado algo?

—Dadas las circunstancias...espera que no acabe debajo de un puente...—dijo dibujando una media sonrisa en su rostro

Terminé de abrocharme los pantalones y me senté a su lado. Acaricié su mejilla.

—Nunca dejaría que te pasara eso...

—Supongo que estaré bastante tiempo por Madrid...no sé como se presenta el asunto...¿quieres venirte conmigo?

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora