36. Nada

248 15 2
                                    

Allí estaba. Era el momento. Un grupo de trabajadores, esencialmente dependientes y alguna que otra costurera, habíamos llegado hasta el aeropuerto para marcharnos a París. Ya no había vuelta atrás y si la había yo no era capaz de hallarla.

Apenas había visto a Blanca en los últimos días, tan solo un par de encuentros protocolarios en el taller. Quizás era mejor así. Aquel día tampoco vino. Supongo que no quería verme y que, como siempre, el trabajo se anteponía a todo lo demás.

No estoy tan desesperada por ti como te piensas. No podía apartar aquella frase de mi cabeza aunque en mi interior todo me dijera que no era real, que tan solo lo había soltado de ese modo para zanjar aquella conversación.

-Bueno, estáis a punto de vivir una de las mejores experiencias de vuestras vidas, así que aprovechadla y disfrutadla mucho.

Ni siquiera miré a Esteban. Sé que mientras hablaba se regocijaba en mis narices de verme allí, a punto de marcharme, ¿para siempre?. Su media sonrisa le delataba.

Y entonces, entró. La pude distinguir en medio de la multitud. ¿Qué hacía allí?

-¿Blanca?-Esteban se extrañó al verla, al igual que todos los allí presentes.
-Siento llegar tarde, no podía dejar que se fueran sin despedirme de ellos...no sería una buena jefa si lo hiciera...
-¿Nos va a echar de menos y todo, doña Blanca?-bromeó uno de mis compañeros
-Por supuesto

Mentía. Y mentía muy bien. Si estaba allí era por mí. Ella ni siquiera conocía a alguno de los dependientes más recientes. Se acercó a nosotros bajo la atenta mirada de Esteban, que se sentó en uno de los bancos. Empezó a despedirse de todos hasta que llegó a mí. Nos miramos a los ojos. Sé que estaba aguantando alguna que otra lágrima porque yo también lo hacía. Me abrazó, tímida, como si no estuviese segura de hacerlo, como si tuviese miedo de que no fuese lo correcto. Cerré los ojos en el momento en que volví a sentir su cuerpo junto al mio, su rostro apoyado en mi hombro, mis manos recorriendo su espalda.  Me impregné de su olor, dulce y atrayente. Aquel abrazo se empezó a alargar demasiado para ser un simple abrazo de despedida entre una jefa y su empleado. Se acercó a mi oído en el momento en que se separaba de mí.

-Te quiero-me susurró

La miré, de nuevo, fijamente a los ojos. No podía ver mi propio rostro pero estaba claro que había empezado a palidecer por momentos. Ni siquiera pasaba ya saliva por mi garganta, mi boca empezó a secarse. Mi respiración empezó a ser algo irregular y empecé a sentir una pequeña taquicardia. Me había quedado totalmente paralizado.

Solo ella podía dejar caer algo así justo antes de que me marchara. Se colocó al lado de Esteban y se cruzó de brazos. No aparté mi mirada de ella. ¿Cómo podía hacer eso? ¿Cómo podía decirme que me quería con tal tranquilidad y automáticamente volver a él? Era la posición que le tocaba ocupar, lo sabía de sobra, pero no podía evitar que cada vez que les viera juntos se me hiciera más cuesta arriba.

Mi mente empezó a correr rápido en el transcuro de coger mi maleta, cruzar medio aeropuerto junto a mis compañeros y llegar a la puerta de embarque. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué ahora? ¿Por qué en esas circunstancias? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no cuando había tiempo? ¿Estaba mintiendo? ¿Quería crear en mi una ilusión? ¿o por el contrario quería hundirme más todavía? ¿Le daba seguridad decirlo justo cuando sabía que yo no podía hacer nada? No podía dar respuesta a todo aquello y sin embargo necesitaba saberlo.

Vuelo con destino París-Orly embarque por la puerta 4. No había escapatoría. Apreté el asa de mi maleta en la que solo llevaba un par de camisas y de pantalones, un cúmulo de recuerdos e incontables dudas. Mis compañeros empezaron a despedirse. Empezamos a recorrer un largo pasillo. Miré hacia atrás, Blanca cada vez quedaba más y más lejos, se difuminaba cada vez más en el paisaje, se volvía más y más pequeña hasta desaparecer por completo de mi vista.

Subimos al avión. Me empecé a poner nervioso, nunca había subido a uno, no sabía como iba a salir todo aquello. Era estrecho, con un par de asientos a cada lado del pasillo, apenas podías moverte. Era asfixiante. Quizás no lo era tanto como me lo pareció en aquel momento. Quizás porque el que se estaba ahogando en si mismo era yo.

Me senté y miré a través de aquella diminuta y ovalada ventanilla. Respiré profundo. Iba a echar de menos Madrid, más de lo que cuando llegué creía. Empezaron unos sonido extraños, velocidad y de pronto, como por arte de magia, sobrevolábamos el suelo. Todo empezó a desaparecer a nuestros pies.

Ahora sí, estaba hecho. Ya no había Blanca, ya no había Madrid. Ya no había Galerías Velvet. Ya no había Esteban. Ya no había nada.

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora