3.Sueños

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Los gritos de don Emilio me hicieron abrir los ojos. Desperté sobresaltado y empapado en sudor. Miré hacia abajo, había despertado también, ¿cómo decirlo?, más emocionado de lo habitual. ¿Qué era lo que me había pasado? ¿Por qué estaba así? Apreté mis ojos y pasé mi mano derecha por mi mechón de pelo. La cabeza me iba a estallar.

Como un flash me vino a la mente el sueño que acababa de tener. Ahora aquel estado en el que me encontraba tenía sentido. Recuerdo que todo sucedía muy rápido.

Blanca entraba en mi habitación y cerraba de un portazo. Yo me ponía en pie y llegaba hasta ella. Acariciaba su mejilla y ella, tímida escondía su rostro entre mi mano. La besaba. Sus labios carnosos eran el mismo paraíso, en el que uno podría pasar toda su vida. Ella envolvía mi cuello con sus brazos y se pegaba a mi cuerpo. Aquel sueño era tan real que por primera vez tuve la sensación de que la había sentido junto a mi. Sus labios pegados a los míos. Sus pechos rozando el mío. Sus caderas junto a las mías. Sus manos en mi cuello y las mías en su trasero.

Sentado en la cama sonreí para mi mismo. La mente era capaz de hacernos vivir experiencias maravillosas aunque también sentí vergüenza. ¿Cómo la iba a mirar ahora después de haber tenido aquel sueño?

Llamaron a la puerta, rompiendo mis pensamientos. Me levanté haciendo un gran esfuerzo y abrí. Don Emilio apareció al otro lado.

-¿Aún está así? ¡Vamos! ¡Vístase! Hoy nos espera un día duro

Desapareció casi sin que yo me percatara. Cerré la puerta y me arreglé tan rápido como pude. Subí hasta el hall.

-Maximiliano, baje al taller. Necesito que ayude a doña Blanca

Nada me alegraba más que escuchar aquello. Bajé por las escaleras con una sonrisa en los labios. La enorme jaqueca parecía, incluso, haberse desvanecido. Encontré el taller a pleno rendimiento. Reinaba el traqueteo de las máquinas de coser y el sonido del lápiz, veloz, sobre el papel.

-Doña Blanca...don Emilio me ha pedido que bajara...
-Sí, se lo pedí yo, ¿cómo se encuentra?
-Bien, gracias...
-Sígame

La seguí hasta una habitación que, hasta el momento, había sido desconocida para mí. Era una especie de almacén donde se amontonaban los trastos, uno encima del otro. Blanca cogió una escalera y la pegó a uno de los estantes. No dudó en subirse hasta arriba. Al hacerlo la endeble escalera se tambaleó y yo la sujeté a toda prisa.

-¿Quiere que me suba yo?
-No es necesario, además usted no sabe lo que necesito de aquí

¿Por qué siempre hacía que yo quedara en mala posición? Aquello me ponía de los nervios. Tenía esa capacidad de responder de un modo tan cortante que llegaba hasta dar miedo.

Desde lo alto de la escalera me miró y dejó caer un rulo de tela que yo cogí al vuelo. Después de ese cayeron tres o cuatro más, uno detrás del otro. Tras dejarlos en el suelo volví a sujetarle la escalera. Ella se dispuso a bajar. Empecé a ponerme nervioso, su trasero se acercaba peligrosamente a mi rostro. Como un acto reflejo, me aparté rápidamente.

-¿Le ocurre algo? Está muy pálido
-Estoy bien, no se preocupe
-¿Seguro? Un empleado que esté enfermo debe descansar...aunque teniendo en cuenta su situación de anoche
-Doña Blanca, quiero disculparme con usted...no debería haberme visto así...eso no es usual en mí...yo casi nunca bebo...es solo que mis compañeros...
-No necesito que me dé explicaciones, Maximiliano. Le ví en el Pausa...esas cosas pasan...a veces las situaciones se nos van de las manos

Mientras hablaba bajó su mirada. Me dio la sensación de que se entristecía, pero yo no era capaz de entenderla. No supe qué decir. En lo poco que nos conocíamos le había dicho unas mil veces "lo siento" y "gracias". Me repetía demasiado pero frente a ella parecía que no era capaz de decir nada más.

-Yo también la vi a usted...

¿Por qué dije eso? Me maldije a mi mismo. Ella levantó su mirada y se acercó un poco a mí. Respiré profundo. Sentí como la sangre fluía por todo mi cuerpo a gran velocidad y mi corazón empezaba a acelerar su ritmo.

-¿Ah sí? No me dijo nada...

Tragué saliva. Estaba jugando conmigo. Nunca en mi vida me había sentido así. Siempre era yo el desvergonzado que jugaba de aquel modo pero frente a ella me volvía débil y, sí, terriblemente vergonzoso.

-No quería molestarla...

Dibujó una media sonrisa en su rostro y se separó de mí. No dijo nada. Simplemente se limitó a salir del almacén cargada con un par de rulos de tela. Me dejó allí solo. Recogí rápidamente los rulos de tela restantes y la seguí hasta el taller.

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-Max, ¿te vienes al Pausa?
-Gracias Pedro pero no...prefiero dar un paseo...
-Eso que te pierdes

Dejé atrás las galerías y vagabundeé por las calles de Madrid, empezando por recorrer la avenida de José Antonio, a la que todo el mundo llamaba "Gran Vía". Era hermosa, era ella misma la que te invitaba a que la recorrieras de cabo a rabo, apreciando cada detalle, cada edificio, cada historia detrás de ella.

Me detuve frente a un bar y observé mi reflejo en el enorme ventanal que daba a la calle. En el interior del bar la gente reía, charlaba, bebía y algunos atrevidos bailaban. Me sentí tan solo en aquel momento. No tenía a nadie. Mis compañeros en las galerías eran ahora mi familia pero seguía sin sentir ese amor que se siente por una familia de verdad. Sentí frío, así que decidí volver a las galerías.

Al llegar al callejón miré mi reloj. Era tardísimo. Intentando hacer el menor ruido posible me escabullí por los pasillos pero al pasar por delante de la habitación de Blanca escuché algo. Me pegué a la puerta y puse atención. La escuché gemir. Apreté mis puños y aguanté unos segundos más mientras me dejaba caer hasta el suelo. Sentado frente a su puerta la escuchaba. Sus sensuales jadeos eran cada vez más constantes. Aquello terminó de quebrarme por dentro. No pude más y me puse en pie. No podía seguir así. Ni siquiera me reconocía, ¡yo espiando a la jefa de taller!

Corrí hasta mi habitación y me senté en la cama. No sabía definir cómo me sentía. Estaba celoso de Esteban. Deseaba a Blanca con todas mis fuerzas, pero aquello era de locos. No podía sentir celos por algo que ni siquiera, ni por una mínima posibilidad, iba a ser mio. Intenté borrar el momento de mi mente pero los gemidos de placer de Blanca volvían a mí. Por una extraña razón, su delicado y perfecto cuerpo desnudo tendido sobre la cama aparecía en mi imaginación. Cerré los ojos con fuerza, en un vano intento de hacerla desaparecer.

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora