28.Imaginaciones

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-¡Max! ¡Max!

Un par de chasquidos con los dedos, que resonaron justo en mi cara, hicieron que despertara de una especie de trance en el que me había sumergido. Miré a mi alrededor, algo confundido. Estaba en las galerías. Sostenía entre mis manos, medio inmóvil, una pequeña caja púrpura y un pañuelo de seda estampado.

-Max, ¿estás aquí o te has ido de viaje?

Miré al frente todavía aturdido. Amparo, una de las dependientas me miraba fijamente, con los ojos como platos, una ceja algo arqueada y los brazos cruzados.

-¿Qué hora es?
-Las 8 en punto...acaba de terminar el turno
-¿Las 8? ¿Ya?
-Sí, te has quedado un rato como de un aire, mirando a un punto fijo, por eso he venido a ver si estabas bien
-¿Doña Blanca ha venido?
-No, está indispuesta, lo ha comunicado Esteban esta mañana...¿No lo recuerdas?
-Tengo que irme

Dejé el pañuelo dentro de la caja tan rápido como pude. La guardé en uno de los estantes y puse dirección al callejón pero Amparo me detuvo.

-¡Max espera! ¡Doña Blanca ha llamado!
-¿Qué? ¿Para que?
-Quería que te comunicaramos la referencia de una tela, dice que la necesita y que tú sabes donde está. Es la H. 256.
-¿H 256? Ah, vale, gracias

Aquello no era ninguna referencia. Aquello era la habitación en la que debíamos vernos. Cita a la que yo ya llegaba tarde. No sé que era lo que me había pasado, los nervios y la incertidumbre me habían jugado una mala pasada. Todas las ideas posibles sobre nuestro encuentro se habían acumulado en mi mente, llegando a imaginar lo peor, llegando a hilar una historia terrible. Pero aún no estaba tranquilo, no hasta estar seguro de que ella estaba bien, de que lo que mi imaginación había retratado tan detalladamente en mi mente no era real.

Ni siquiera me cambie el uniforme. Cogí un taxi y puse dirección a la calle Pizarro, al hotel Pez Azul. Nada más llegar subí las escaleras a toda prisa, ni siquiera me fijé en como era el hotel. Llamé un par de veces y esperé.

-¡Max! Ya estás aquí...¿Has venido corriendo?-sonrió
-¿Estás bien?

Entré y la abracé con todas mis fuerzas. Ella permaneció quieta ante mi insistencia y efusividad. Me miró algo asombrada.

-¿Qué te pasa? ¡Por Dios estás sudando!-hizo ademán de quitarme la chaqueta pero la detuve
-¿Tú estás bien? ¿Esteban te ha hecho algo?
-¿Qué dices? ¿Has perdido la cabeza? Yo estoy perfectamente. Anda toma, te vendrá bien

Me senté en la cama y ella me acercó un vaso de agua que bebí de un solo trago. Definitivamente había estado soñando despierto con algo que era absolutamente remoto e imposible.

-Vamos a ver, ¿qué te ocurre?
-Blanca, pensaba que...es que no saber nada...
-No te entiendo nada-rió
-¡Que por alguna razón pensaba que Esteban se había propasado contigo! ¡Cómo no sabía nada! ¡Ni por qué me habías hecho venir aquí!

No quería hacerlo, lo sé, pero empezó a reír. Era una risa contenida pero una risa al fin y al cabo. Frente a ella debía parecer un demente o un completo inútil.

-Pues no sé de que te ries...estaba preocupado
-Es que no sé como puedes llegar a pensar eso. Esteban será muchas cosas pero llegar a tanto...conmigo...
-Mira no sé, pensaba que te pasaba algo con tanto misterio...A todo esto,¿Para que me has hecho venir aquí Blanca? Está claro que no estás enferma y que no te ocurre nada grave
-Te he traido para despedirme
-¿Qué?
-Me marcho durante una semana...a Francia...
-¿Con él?
-Sí
-Muy bien, ¿y para que me lo cuentas?
-Para que lo sepas...no me iba a ir sin más
-Que considerada...-no pude evitar la ironia
-¡Oye! ¡Que es por trabajo!
-¿Cómo puedes seguir apoyándole después de lo que sabes que me hizo?
-Porque, aunque seas especial para mí, ante todo está mi trabajo, deberías saberlo ya
-Tenía razón don Emilio...-susurré sin que ella me escuchara-Pues ahora que ya lo sé, que te vaya bien en Francia, nos vemos a la vuelta
-¿Y ya?

Se acercó a mi por detrás en el momento en que yo prácticamente ya había alcanzado la puerta. Apagó las luces de la habitación. Empecé a sentir sus manos por mi espalda y rápidamente por mi pecho. Su cálido aliento llegó hasta mi oído y mordió mi oreja mientras retiraba mi chaqueta.

-Yo esperaba...-me susurró-una despedida algo más...

Cogí sus muñecas en la oscuridad. Apenas sabía donde estaba exactamente.

-No vas a jugar más conmigo, ¿me oyes?
-Sabes que eso no es cierto
-Estoy harto de que me trates como tu diversión
-Mientes...

Le gustaba enfadarme. Se divertía con ello. En ocasiónes la frialdad se apoderaba de ella y daba hasta algo de miedo. Conseguí descifrar su cuerpo y la pegué a la pared. Esa frialdad y ese desden suyo hacia mí me excitaban y no sabía por qué. No podía verla pero sabía que estaba sonriendo, que sabía que se iba a salir con la suya. Como siempre. Blanca no era el ser débil y frágil que mi mente retrataba, no, era mucho más lista, mucho más astuta de lo que en un principio podía parecer.

-¿Me vas a echar de menos?-preguntó con un tono infantil mientras recorría mis muslos con sus manos y acercaba sus labios a los míos
-Para nada
-Vas a estar celoso, ¿a qué si?
-¿Por ti? Ni lo sueñes

Todo era juego. Todo era seducción. Todo eran lanzas del uno contra el otro. Lanzas que no dejaban a nadie indiferente y con las que crecía cada vez más la excitación entre los dos. Claro que la iba a echar de menos, claro que iba a estar celoso pero no podía confesárselo, no podía otorgarle ese poder sobre mi aunque lo tuviera desde el primer día que la vi. Su mano pasó a mi entrepierna y mordió mi labio inferior. Por mucho que quisiera ya no podía escapar de allí, la noche acababa de comenzar.

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora