4. El primer desfile

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Llegué pronto al hall pero ya todo el mundo estaba alterado. Durante aquel primer mes don Emilio me había ido advirtiendo sobre el día de desfile pero ni de lejos imaginaba lo que aquel día acontecía en las galerías. Era un constante ir y venir de dependientes, que combinaban su trabajo diario con el de la organización del desfile. Las galerías se llenaban de trabajadores que montaban lo necesario para la noche, y en el taller parecía reinar la mismísima anarquía. Solo lo parecía, porque doña Blanca se encargaba a la perfección de que dentro de esa anarquía total se impusiera el más estricto orden.

Aquella mañana apenas pude verla. No sé cómo se las arreglaba, pero don Emilio siempre encontraba algo con lo que mantenerme ocupado. Creo que se había percatado de que solía emplear cualquier excusa para bajar al taller. No fue hasta la hora de comer cuando la encontré sola en uno de los pasillos. Tímido, me acerqué a ella.

-¿No sale a comer, doña Blanca?
-¿Y usted?
-Iba a salir ahora...¿quiere acompañarme?

No sé de donde saqué las fuerzas pero lo hice. ¡La estaba invitando a comer!. Consideré que aquello había sido un paso importante, dadas las circunstancias, incluso aparenté la mayor normalidad aunque los nervios me estuvieran consumiendo por dentro. Esperé, expectante, su respuesta. Ella me miró, como hacía siempre, anotó algo en su libreta y volvió a centrar su atención en mí.

-Los días de desfile no me puedo despegar del trabajo hasta que termine
-Pero...debería comer algo...
-Ya tomaré algo luego, pero gracias

Suspiré. No encontraba la forma de hallar una palabra amable en aquella mujer. Pero, debo reconocer, que eso también me resultaba atrayente. Que me lo pusiera difícil me gustaba. La vi desaparecer por el pasillo con ese aire elegante a la par que rígido que siempre la envolvía. Puse mis manos dentro de los bolsillos del pantalón y sonreí. Me propuse a mi mismo que lo iba a conseguir. Iba a conseguir que "Lucifer", tal y como la llamaban las chicas, tuviera unas palabras amables conmigo.

La seguí pero pronto me detuve en una de las esquinas de los pasillos. La vi hablando con Esteban en la puerta. Discutiendo más bien. Me cuesta reconocerlo pero en aquel momento me alegré. Si su relación con Esteban llegaba a su fin, quizá yo podría tener alguna posibilidad. Sonaba retorcido pero era la verdad.

Volvió a entrar y yo me escondí, pero fui tan torpe de girar por el pasillo equivocado. Nos encontramos de frente y ambos nos detuvimos.

-Pensaba que había salido
-Eh...no...acabo de recordar que...

Me miró y sonrió. Sabía que le estaba mintiendo. Se cruzó de brazos y esperó, sin decir nada, para ver cuánto era capaz de alargar mi explicación improvisada. Me rendí. Volví a esconder mis manos en los bolsillos y dirigí mi mirada al suelo.

-La verdad es que no me apetece salir a comer solo...y ya todos mis compañeros han salido
-Maximiliano...¿Sigue en pie su invitación?
-¡Por supuesto!

Me emocioné demasiado, no debería haber respondido así pero no pude evitarlo. Ella me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Salimos de las galerías. Mientras recorríamos el callejón me empecé a poner nervioso. ¿Dónde la iba a llevar? Aún no conocía ningún bar, pero quería quedar bien con ella. Recordé el bar cercano en el que me detuve tiempo atrás. La guié hasta allí en un corto paseo. Ninguno de los dos hablaba. Se fue creando ese silencio incómodo entre los dos que ninguno era capaz de romper. Lo intenté pero no sabía qué decirle.

Al fin llegamos hasta el bar. Abrí la puerta y la invité a pasar. Ella agachó su rostro, a modo de asentimiento. Nos sentamos en una de las pequeñas mesas de mármol, al fondo del bar. La verdad es que aquel espacio era bonito. Su decoración rústica le daba un toque acogedor.

-Dígame, Maximiliano...¿usted no es de aquí, verdad?
-No...vine desde Barcelona para trabajar
-¿No tenía trabajo allí?
-Sí pero lo dejé. No me gustaba demasiado

Me fijé en ella. Mientras yo hablaba, ella no dejaba de mirarme, atenta e incluso sorprendida, apoyando su rostro sobre su mano mientras su codo se apoyaba sobre la fría mesa de mármol. Nunca antes me había mirado así. ¿De verdad le interesaba lo que yo le contaba? Quizá solo lo hacía para quedar bien, pero a mi me sobraba verla así.

-¿Y cuál era su trabajo?
-Trabajaba en un bar...en la barra...¿y usted?
-¿Yo?-bajó la mirada y sonrió-Pues la verdad es que siempre he trabajado en Velvet
-¿Y nunca ha querido cambiar? ¿Probar con algo distinto?
-Nunca lo he pensado, me gusta mi trabajo...supongo...
-Yo no suelo adaptarme a los trabajos...creo que aún no he encontrado mi sitio...
-¿Tampoco en este?

Me sonrió, cómplice. Era como si en aquella breve pregunta dejase caer que le gustaba que yo estuviera allí o al menos yo lo entendí de ese modo. Le devolví la sonrisa, de un modo más cómplice si cabía. Desde fuera podía parecer incluso que tonteabamos. Uno dejaba caer preguntas que el otro, tímido, respondía y al contrario.

Una vez empezada la conversación no hubo vuelta atrás, ninguno de los dos quería parar aquello. Era un constante ir y venir de preguntas, respuestas, sonrisas y miradas a medias. No podía estar más cómodo con ella, es más, nunca había estado tan cómodo con nadie. Pero todo aquello terminó en el momento en que miró su reloj.

-¡Es tardísimo! Deberíamos volver, me necesitaran en el taller
-Claro, vamos...

Volvimos a las Galerías. Al llegar al callejón Esteban estaba allí, apoyado en la pared mientras fumaba un cigarrillo. Sonrió al verla llegar.

-Vaya entrando Maximiliano...Ah, gracias por la invitación

Asentí y entré pero les observé desde la puerta. Esteban la cogió por la cintura y la acercó a él. Ella sonrió y le besó apasionadamente. Cogí aire y entré en las galerías, dejándoles allí afuera.

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