38. Llámame

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Miré mi reloj. Pasaban unos minutos de las 12 de la noche. Todo estaba en silencio. La boutique había cerrado hacía ya unas horas y todos los trabajadores habían vuelto a sus habitaciones. Ya nadie merodeaba por esos pasillos. Janette nos lo dejó bien claro, "ella no era un perro guardián que destinara sus noches a vigilarnos, ya éramos mayorcitos para saber lo que debíamos hacer y lo que no". Aquella mujer no era como Blanca. Blanca era jefa de las de antes, de las autoritarias, de las duras, pero que en el fondo tenían un corazón inmenso. Me dio la sensación de que Janette iba a ser todo lo contrario, una jefa simpática y amable que seguro escondía su maldad por algún sitio. Y eso era bastante peor que tener una jefa estricta y diligente.

Cogí mi bata azul, me la até a la cintura y salí al pasillo. Los recorrí en silencio, arrastrando, a cada paso, mis zapatillas para que no hiciesen demasiado ruidos.

Llegué hasta aquel pequeño despacho de al lado de la puerta. Rocé la manivela con mis dedos y la bajé, abriendo despacio la puerta. Antes de entrar miré a los lados y al frente. No había nadie. Todo era oscuridad y silencio. Cerré con la misma calma con la que había abierto para que nadie lo escuchara.

Me apresuré ligeramente para llegar donde el teléfono. Me senté en aquella silla con forma de sillón pero de madera, incómoda hasta decir basta. Volví a mirar mi reloj. Las 00:10. Parecía que el tiempo se hubiese detenido. ¿Y si Blanca no llamaba? ¿Y si no quería saber nada de mí? ¿Y si Esteban la había retenido y no podía llamar? O peor aún, ¿y si la había descubierto?

Respiré profundo, intentando calmarme a mi mismo. Blanca iba a llamar, tenía que hacerlo. Dejé caer mi espalda sobre el respaldo de la silla, que se inclinó ligeramente hacia atrás. Me disponía a cerrar los ojos cuando escuché la primera vibración del teléfono y el primer pitido. Levanté el auricular en cuestión de segundos, tan rápido como me fue posible.

Esperé un momento con el auricular en mi mano. Miré hacia los pasillos, intentando asegurarme de que nadie lo había escuchado. Todo parecía en calma. Escuché la voz de Blanca al otro lado.

-¿Max? ¿Max, estás ahí?

Pegué el auricular a mi oreja y me apoyé en la mesa.

-Sí, Blanca estoy aquí

Intenté regular mi tono de voz. Lo suficiente para que ella me escuchara pero el resto de habitantes de aquellas habitaciones no.

-¿Qué quieres?
-Necesito hablar contigo, pero hablar contigo bien, no como lo de esta mañana.
-Siento lo de esta mañana pero no podía hacer más, Esteban estaba a mi lado...
-Lo sé, ¿ahora puedes hablar con calma?
-Sí, estoy sola en su casa
-¿Dónde está él?
-En una cena, aunque supongo que no vendrá a pasar la noche...la pasará en cualquier burdel...con cualquiera...
-No digas eso
-Me odia, me hace pagar por cada error que he cometido...
-¿Y por qué no te deja? ¿Por qué no deja que vengas conmigo?
-Porque quiere hacerme sufrir...no quiere soltarme para que vea como es capaz de tratarme...Pero esta llamada no era para hablar de mí, ¿qué querías decirme?
-Esta llamada sí es para hablar de ti, es para hablar de ti y de mí, de nosotros...¿sientes de verdad lo que me dijiste? Quiero que seas sincera
-Sí, lo siento de veras
-¿Y por qué no me lo dijiste Blanca? Podríamos haber evitado todo esto...
-Soy demasiado orgullosa...-hizo una pausa-Te echo de menos, ¿sabes? Echo de menos tus besos, tus suaves labios, mordiendo los mios, recorriendo mi cuerpo entero, ver tu pecho desnudo frente a mí, tus ojos azules observándome con detenimiento y pasión, echo de menos que me cojas por los muslos y que me levantes en brazos mientras los aprietas con fuerza, echo de menos que me pegues contra la pared en un arrebato de furia, echo de menos sentirte a mi lado, tu cuerpo junto al mio, el calor de tu piel...
-Blanca...para...
-¿Qué?

¿Qué me estaba pasando? Me estaba excitando escuchar todas esas cosas saliendo de sus labios, me excitaba la idea de pensar que ella sentía todo eso, me estaba excitando su tono de voz susurrado y pausado a través del teléfono.

Pude escuchar su respiración a través del auricular. Yo llevé mi mano hasta la zona de mi entrepierna.

-¿Estás completamente sola?
-Sí
-Pasa la yema de tus dedos por tu cuello, hazlo de manera suave, relajada, y mientras lo haces piensa que soy yo el que lo hace, el que va a besar tu cuello y a morder la zona de tu mandíbula...cierra los ojos...
-Lo hago...desabróchate tú la camisa y recorre tu pecho...piensa que son mis besos, cortos y húmedos, y mis breves mordiscos los que lo recorren...

Lo hice. Le hice caso. Era una auténtica locura. No sé muy bien como habíamos llegado ahí pero estaba claro que nuestro deseo traspasaba fronteras.

-Dime, ¿qué estás haciendo?
-Mis manos están ahora entre mis muslos...
-Lleva dos de tus dedos hasta lo más profundo de ti...

La escuché gemir. Mi excitación fue creciendo.

-Masajeate con delicadeza...piensa en mi mientras lo haces...
-Hazlo tu también...

Llevé mi mano hasta mi entrepierna, saltándo el obstáculo de los pantalones y la ropa interior. Establecí un ritmo constante.

-Ojalá estuviese ahí contigo...

No dijo nada. La volví a escuchar gemir, esta vez mucho más fuerte. Cada vez era más y más constante. Empecé a sentir el calor correr por mi cuerpo, mis mejillas ahora ardían y había empezado a sudar.

-Max...¡Max!
-¿Qué? Dime, ¿qué?
-Yo...
-Sigue...no te detengas...no ahora...

Podía escuchar su respiración acelerada. Mi mente empezó a trazar un perfecto recuerdo de su cuerpo, como supuse, estaba haciendo ella del mío.

-Te quiero...

Aquel "te quiero" sonó como un suspiro, como el auténtico punto de clímax. Mordí mis  labios y aumenté mi ritmo. Abrí la boca y cerré los ojos en el momento en que llegué a mi propio punto de clímax.

Escuché su risa nerviosa.

-Estamos locos...
-Aquí el único que está loco por ti soy yo...
-Max, siento mucho que esto haya sido así...por mi culpa ahora estamos como estamos...
-No sufras...seguro que hay una solución...y mientras...esto no ha estado tan mal...
-He pensado algo y lo pienso poner en práctica...
-¿El qué?
-Tengo que colgar
-Blanca, ¿Blanca?

Ya no hubo respuesta. Había colgado.

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora