20.¿Culpable?

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Abrí como pude los párpados al escuchar la cháchara de los policías prácticamente enfrente de mi celda y al sentir la poca luz que llegaba hasta allí sobre mi rostro. No había pegado apenas ojo y me sentía agotado.

-Buenos días, princesita

Me incorporé y me deshice de la manta que cubría tímidamente mi cuerpo, dejándola al final de la cama. Pasé mis manos por mi pelo y mi rostro, intentando despertarme del todo.

-¡Vamos! No tenemos todo el día

Uno de los policías entró y me cogió por el brazo, llevándome en volandas hasta la sala de interrogatorios.

-Hernández, aquí le traigo al muchacho

El tal Hernández, que fumaba de espaldas a la puerta, se volvió y sonrió con malicia bajo el oscuro y espeso bigote que cubría sus labios. Había sobrevivido al primer interrogatorio de aquel tipo pero me estaba planteando muy seriamente si sería capaz de sobrevivir al segundo.

-Bueno...bueno...otra vez aquí...si por mi fuera ya estarías en prisión para unos añitos...pero como no lo decido yo…

El policía que me había traído me sentó, me ató las muñecas a los brazos de la silla y los tobillos a las patas. Intenté resistirme pero fue inútil. Ahora si estaba perdido, ya no podía moverme.

Hernández hizo un gesto con la mano que el otro entendió a la perfección, dejándonos solos. Se acercó a mí y con su mano derecha apretó mis mejillas.

-Espero que hoy digas algo útil, faltan joyas por aparecer y nos vas a decir dónde están

-Pregúntele a José, él sabe dónde están, no yo

-Créeme que a tu amigo ya le han hecho cantar todo lo que podía y más y si le queda algo por decir lo soltará en cuestión de horas

Tragué saliva. Me había tocado uno de esos policías del régimen con los que era mejor no cruzarse nunca.

-¿Y bien?

-Yo no sé nada

Dibujó una media sonrisa en su rostro y me abofeteó con fuerza. Intenté mantenerme sereno. Aquello no había hecho más que comenzar.

-Mira, chaval, no quiero perder tiempo contigo porque tú me das igual...pero este asunto del robo ha llegado más lejos de lo que creíamos así que vas a colaborar o no sales de aquí vivo

-Yo no sé nada

Con cada pregunta que hacía y cada mala respuesta por mi parte había un bofetón, un puñetazo, una patada, un puntapié...podía variar el orden según le apeteciera.

En un momento de silencio se escuchó un grito desgarrador. Era una mujer. Temí lo peor. Empecé a ponerme pálido entre toda la sangre que adornaba ahora mi rostro.

-¿Qué te pasa? ¿Nunca has escuchado gritar así a una mujer?-me preguntó mientras volvía a coger mi rostro entre sus manos

Negué con la cabeza. Apenas podía hablar.

-Eso es que no sabes cómo tratarlas entonces...es tu amiguita...nos va a confesar dónde está hasta el último pendiente…

Suspiré profundo. No sabía qué era exactamente lo que le estaban haciendo a Inés pero no podía permitir que siguieran. Debía inventarme algo para sacarnos de aquel embrollo pero en esas circunstancias no se me ocurría nada, mi mente ya no daba para más, estaba agotado.

No podía confesar nada porque yo no tenía nada que ver pero tampoco podía inventar una confesión que luego me hiciera parecer culpable.

-¿Qué le están haciendo?-fue lo único que se me ocurrió preguntar

-¿De verdad quieres saberlo?

Me desató y me levantó de la silla, llevándome hasta la sala contigua. Abrió la puerta a toda velocidad. Allí, uno de los policías, sentado sobre la mesa, interrogaba a Inés, atada, tal y como me habían hecho a mí, con la cara ensangrentada e hinchada y la ropa completamente arañada, dejando ver su cuerpo lleno de moratones.

Al verme levantó su rostro como pudo. Intentó dibujar una media sonrisa pero le fue imposible.

Hernández me acercó a la mesa. Había un par de cables con unas pinzas en los extremos. Seguí con la mirada el camino que recorrían los cables hasta llegar a una toma de luz, que les proporcionaba electricidad.

-¿Sabes para qué sirven? Los podemos usar contigo también…

-Inés…-susurré

No era capaz, en aquel momento, de imaginar el dolor que había tenido que soportar. Aunque legalmente aquellos instrumentos no podían ser usados, todavía había policías que los empleaban para conseguir una confesión rápida y satisfacer a sus superiores. Era de las peores cosas con las que te podías encontrar en una comisaría.

-Hemos revisado el historial aquí de la señorita...y resulta que además de ladrona, puta

Vi como Inés se mordía los labios y un par de lágrimas rodaban por sus mejillas. No necesitaba más para saber que le habían hecho. Sentí una débil humedad en mis ojos y mis mejillas. Una enorme impotencia empezaba a adueñarse de mi cuerpo al ver que no podía hacer nada.

Sin decir una palabra, Hernández me volvió a coger del brazo y me guió de nuevo a la habitación para interrogarme.

-¿Qué? ¿Después de verla tienes algo que decir?

Tragué saliva y bajé la cabeza mientras negaba. Me volvió a abofetear. Nunca, ni siquiera en el orfanato, me habían pegado tanto como allí.

-¡Levántate! ¡Me tienes hasta los cojones!

No tenía fuerzas para hacerlo. Me apoyé en los brazos de la silla y me incorporé. Sentí un dolor punzante en las costillas que recorrió todo mi cuerpo.

-¡Pon las manos apoyadas en la pared! ¡Y las piernas separadas!

Obedecí. Sabía de sobra lo que iba a hacer y cerré los ojos con fuerza. Su pierna impactó contra mi estómago y mis costillas terminaron de resentirse. Sentí que iba a sacar toda mi vida por la boca. Repitió la acción, haciendo que cayera al suelo. Fue un golpe seco contra el suelo. Después de eso, siguió dándome patadas. Yo ya no sentía nada, todo empezaba a volverse oscuro y mis ojos empezaban a cerrarse. Fui perdiendo el conocimiento hasta no enterarme de nada y ser solo un cuerpo muerto en el suelo.  

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora