40. Reencuentros

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Salí de mi habitación sin ni siquiera mirar la hora que era, corrí por los pasillos, aún no había nadie, subí rápidamente por las escaleras, saltando los escalones de dos en dos, y llegué hasta el vestíbulo de la boutique. Eché una mirada rápida a todo cuanto me envolvía.

—¿Max? ¿Qué haces aquí tan temprano?

—No podía dormir...he pensado que quizás si subía y ordenaba esto un poco antes de empezar...

Me di cuenta de lo acelerado que iba. Intenté mantener la calma y tomar aire en cada palabra. Janette se acercó a mí.

—Estás nervioso por su llegada, ¿verdad?

—¿Cómo dices?

—La de doña Blanca, llega justo hoy...por la mañana según me dijo...

—No, yo no...—empecé a ponerme tenso

—Es normal que estés algo nervioso, pero no te preocupes...

Llevó su mano hasta mi mejilla y me sonrió. La miré directamente a los ojos. Blanca, en aquella situación, habría empezado a temblar, su respiración se estaría acelerando y sus mejillas se sonrojarían. Janette no hizo nada de aquello, me mantuvo la mirada y se mantuvo serena, como si estuviera retándome.

Un sonido de motor hizo que nos separaramos. Ella miró hacia la puerta. Yo no quería hacerlo, sabía de sobra quién era. ¿Por qué me sentía así? Debería estar saltando de alegría porque ella estuviese aquí y sin embargo estaba aterrado.

—Es ella

Fue hasta la puerta. Me dio la sensación de que mis piernas tenían la intención de empezar a moverse, de echar a correr sin mirar atrás. ¿Qué me estaba pasando?

Me apoyé en una de las mesas, intentando aparentar normalidad. Una de las puertas que daban al vestíbulo se abrió y Philippe emergió de entre las sombras. Miré hacia el exterior. Blanca bajaba del taxi, llevaba un vestido negro, ajustado, tacones también negros, su rostro apenas se veía, completamente cubierto por unas enormes gafas de sol. Al salir, su pelo empezó a desprenderse por sus hombros y a correr libre a merced del viento.

—Oh la la! ¿Esa es doña Blanca?

—Sí

—¿Cómo podías concentrarte en el trabajo con ese pedazo de mujer rondando por allí?

—No podía...—susurré lo suficientemente bajo para que no me escuchara—y no puedo...

Janette abrió la puerta y nos miró a los dos. Nos hizo un gesto con la mano para que nos acercáramos. Tragué saliva, tomé aire y fui hasta allí.

—Chicos, coged las maletas de doña Blanca y llevadlas a su habitación.

Philippe no tardó en salir a la calle, saludarla con una sonrisa galante y coger una de sus maletas. Al girarse me guiñó un ojo. Entró. Yo me acerqué a ella despacio, como temiendo lo que pudiese pasar. Ella bajó sus gafas y me miró por encima de ellas. Allí estaban, esos maravillosos ojos verdes. Volví a tragar saliva. Aquel pequeño encuentro que duró tan solo un par de segundos me dio la sensación de que llevaba años sucediendo. Mis dedos rozaron el asa de su maleta, la cogí con fuerza y la levanté. Al hacerlo me encontré con su rostro, peligrosamente cerca de mí. No dijo nada, simplemente me abrazó. Lo reconozco fue un abrazo frío, muy distinto al que nos dimos en el aeropuerto.

—Me alegro de verte...

—Lo mismo digo, doña Blanca

—Max la acompañará a su habitación...—intervino rápida Janette

Entramos. Bajamos hasta los pasillos en completo silencio, Janette desapareció y Philippe ya había dejado la otra maleta delante de la puerta. Descansé la que yo llevaba a su lado y abrí la puerta.

—Adelante

Me sonrió débilmente y entró. Yo arrastré las dos maletas y las dejé en una esquina. Ella cerró la puerta.

—¿Qué pasa?

—¿Cómo?

—¿Qué es lo que te pasa?

—Nada

—¿Y por qué no te alegras de verme?

—Claro que me alegro, me alegro mucho

—No, no lo haces...parece que te moleste que esté aquí

—¿Cómo te ha dejado venir?

—Sé inventar buenas excusas

Retiró sus guantes y los dejó caer sobre la cama, haciendo lo mismo con sus gafas de sol. Se acercó a mí, me fue cercando, me fue pegando a la puerta, tal y como hacía yo con ella. Colocó sus manos una a cada lado de mi cabeza.

—Te has acostado con ella, ¿me equivoco?

—¿Con quién? ¿Con Janette? Estás loca...yo no me he acostado con ella...

—¿Y por qué estás tan nervioso? ¿Por qué me rehuyes? ¿Por qué no te has lanzado a besarme como lo hubieras hecho no tanto tiempo atrás?

—Las cosas han cambiado, Blanca...yo aquí había conseguido olvidar todos los problemas y...

—Así que ahora soy un problema...

—No, no quería decir que tú fueras un problema...me refería a los problemas que nos envolvian allí

Se apartó de mí de un modo brusco. En realidad no sé por que estaba actuando así, la echaba de menos y mucho, pero la vida en París era tan sencilla.

Llegué hasta ella, me pegué a su cuerpo por su espalda y la abracé, colocando mis brazos en su cintura. Besé su cuello, volví a respirar su olor dulce, cálido y atrayente. De reojo pude ver que sonreía. Guié mis besos por todo su cuello y la zona inferior de su mandíbula. Mordí el lóbulo de su oreja. Mis manos empezaron a jugar con la cremallera de su vestido.

—Te he echado de menos...cada vez que él me roza no puedo evitar pensar en ti...imagino que son tus labios los que me besan y tus manos las que me tocan...

—Ojalá te quedaras aquí conmigo...para siempre...

—Dime algo en francés

—Je t'aime mon amour

—Me gusta como suena...

Con mis manos en su cintura la giré. La miré a los ojos y sin pensarlo, la besé. Ella se pegó a mi cuerpo, sus brazos rodearon mi cuello y sus manos empezaron a jugar con mi pelo. Yo apreté sus glúteos con fuerza y fui avanzando hasta la cama. La dejé caer.

Por los pasillos se empezaba a escuchar la voz de Janette.

—Tengo que irme...

—Pero...—me miró, pícara

—Pero esta noche terminamos esto

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora