43. Negocios

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Con mis manos en los bolsillos del pantalón, giré la esquina de uno de los pasillos. No había mucho trabajo aquel día, prácticamente me había dedicado a deambular por la tienda. La vi completamente sola, apoyada en una mesa. Con su porte siempre sereno, elegante y seductor, sus caderas se dibujaban a la perfección en aquella falda de tubo negra, sus largas y estilizadas piernas terminaban en unos tacones negros, más altos de los que usaba habitualmente, y su pelo caía libre por sus hombros y su espalda. Muy concentrada, ojeaba unos papeles. Miré a los lados, asegurándome de que no había nadie. Me acerqué a ella por detrás, en silencio. Una vez cerca de ella, cogí su cintura y la apreté contra mi cuerpo. Con mis brazos envolviéndola la levanté ligeramente del suelo. Gritó y rió.

—¿Estás loco?

La volví a dejar en el suelo. Con la palma de mis manos recorrí sus caderas. Besé su cuello.

—Vamos...quita...tengo trabajo...

—Escúchame

—¿Qué?

—¿Cuándo te vas?

—¿A qué viene esto?

—Bueno, ya llevas aquí una semana y media...digo yo que igual en Madrid te necesitan...

—¿Quieres que me vaya?

Dejó los papeles sobre uno de los armarios, se cruzó de brazos y me miró, desafiante.

—Dime, ¿te molesta que haya venido? ¿Te molesta que esté aquí?

—¡Qué dices! ¡Para nada!

—Y entonces, ¿a qué viene esto?

—Estaba pensando en nosotros...allí en Madrid...en todo lo que pasó...¿lo pasábamos mejor aunque estuviese Esteban?

—No lo pasábamos mejor...al menos yo no...

—Quédate aquí...

La envolví entre mis brazos. En realidad sentía miedo, tenía miedo a que se fuera, en el fondo no quería que me volviera a dejar solo.

—Sabes que no puedo...

—¿Por qué te empeñas en aferrarte a él?

No dijo nada. Bajó la mirada y se giró, volviendo a los papeles. Recorrí sus brazos con mis manos.

—Cuando decidas contármelo estaré aquí para escucharte...

Me separé de ella. Emprendí de nuevo el camino por el pasillo. Tan solo había dado unos cuantos pasos cuando su voz me detuvo.

—Max, espera

Me giré. La miré de arriba abajo, esperando su respuesta. Ella miró a los lados, se acercó a mí y me cogió de la mano, tirando de mi con fuerza hacia dentro de una de las habitaciones, una especie de almacen. Cerró la puerta a su espalda y me miró. Se lanzó hacia mi, apoyó sus manos en mi pecho y me pegó a la pared. No me dio tiempo a reaccionar. Empezó a besarme de un modo casi desenfrenado.

—Para...Blanca...esto no...

La cogí por los brazos y la detuve. Ella torció sus labios, claro signo de desaprobación.

—El sexo no responde a mi pregunta

—¡Está bien! ¿Quieres saberlo? ¡Pues ahí tienes! Esteban no me deja escapar porque sé cosas...demasiadas cosas que no debería saber...Hace algún tiempo, ingenua de mí, pensé que podría librarme de él si le chantajeaba pero salió mal. Ahora él sabe que tengo constancia de sus asuntos y me controla a cada movimiento...¿te vale la explicación?

—¿Y si es algo turbio por qué no le denuncias?

—Porque no quiero arriesgar las galerías de ese modo

—¿Prefieres que las dirija él a que lo haga otro?

—No es eso...si él cae...las galerías van detrás...y con ello todos los trabajadores...

—¿En que anda metido?

—No seas cotilla...demasiado te he contado ya...

—Lo has hecho porque confías en mí...si no lo hicieras habrías evitado esto a toda costa

—Puede

—Dime, ¿qué le contaste para que te dejara venir?

—No quieras saberlo todo...

—¿Le quieres?

—Ya hace algún tiempo que no, me temo...

—¿Y todo ese amor que mostrábais en las galerías? Parecía real...

—Por su parte lo es...supongo...por la mía no...a veces una debe interpretar su mejor papel para sobrevivir

—¿Te salvé?

—Me permitiste ver luz donde todo era negro

Sonreí. Recorrí su mejilla derecha con la palma y la yema de mis manos. Aparté un mechón de su pelo y lo coloqué detrás de su oreja.

—¿Por qué te resistías tanto?

—Porque sabía que me traerías problemas...y así fue...

—Lo siento

—No te disculpes por ello

Cerré los ojos y la besé, acercándola a mi cuerpo. Mis manos recorrieron sus glúteos. Los apreté con fuerza. Sus manos pasaron a mi pelo. Pude sentir la yema de sus dedos sobre él. Se separó de mis labios.

—¿No decías que el sexo no era la respuesta?

—Para ciertas cosas sí—dije mientras sonreía

—¿Y no decías también que eras romántico? Sigo esperando ese romanticismo...

—Espera algo más...

BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora