Capítulo 10

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- Vamos a por otro vaso de esa bebida que me ha dado Betty, ¡tienes que probarlo está riquísimo! - tirando de él.

- Meg ya has bebido suficiente. - reteniéndome.

- No es la primera vez que bebo sé cuidarme sola. - frunciendo el ceño ¿Porque él no estaba borracho? Se supone que estaba con sus amigos de fiesta.

- Tienes diecisiete años, se perfectamente que puedes cuidarte sola. - pasándose la mano por su pelo rubio.

- Pues si no vienes conmigo iré yo sola, seguro que Jay me lo dará encantado. - dando media vuelta. Pero antes de que pudiera dar un paso se puso delante mío y me subió a sus hombros, si, igual que un saco de patatas.

- De eso nada, tú te vienes conmigo a casa. - dándome unas palmaditas en el culo.

- ¡No, déjame! - dándole golpes en la espalda. Dejé de revolverme porque entendí que no iba a conseguir nada, salimos del recinto y sacó una llave del bolsillo, apretó a un botón y se escuchó un pitido. Cuando me bajó de sus hombros estaba delante de un coche negro.

- Vamos, entra - abriéndome la puerta de acompañante. Me hundí en el cómodo asiento y vi "gtr 350" estampado en el salpicadero, miré hacia mi izquierda y fue entonces cuando distinguí una cobra en el volante. - No puede ser - Solté un suspiro. Iba borracha pero podría reconocer ese coche en cualquier circunstancia.

- ¿Este coche es tuyo? - pregunté perpleja cuando se puso detrás del volante.

- Fue un regalo de mi abuelo. - pasando la yema de los dedos por encima del dibujo en el volante.

- Pues vaya regalo... - mirando por la ventana mientras arrancaba el coche. Cogí mi teléfono y vi que mi madre me había enviado mensajes, mierda no me había acordado de decirle que estaba con Edward. Me preguntaba dónde estaba, que estaba preocupada y buenas noches. ¿Buenas noches? Estaba preocupada por mi y ¿me decía buenas noches?

- Tranquila, he avisado a tu madre de que estabas conmigo. - pensaba en todo. - Y... ¿De que conoces a Jay? - con la vista clavada en la carretera. Estaba tan guapo... espera, ¿que? Nota mental: no volver a beber.

- Cuando fui con Betty a buscar la bebida estaba allí sirviendo, me dijo que era muy guapa y que haber cuando nos volvíamos a ver, parecía simpático. - dije enrollando un mechón de mi pelo con el dedo. Lo miré de reojo y lo vi apretando la mandíbula.

- Jayson es el mayor capullo que te puedas encontrar.

- Pues a mí no me lo ha parecido. De hecho creo que nos vamos a llevar muy bien - casi podía ver cómo le salía humo por la nariz, me hacía gracia esa situación, pensar que él tenía celos de Jay.

- ¿Tengo que ir a mi casa caminando? - pregunté al ver que estábamos delante de su casa

- Hoy duermes aquí, no quiero saber cómo reaccionaría tu madre si te viera borracha - yo tampoco lo quería saber. Me bajé del coche y lo seguí a la puerta. Subimos las escaleras sigilosamente y entramos en su cuarto, tenía una cama enorme, un armario a la derecha y un ventanal a la izquierda. Se dirigió al armario, sacó una camiseta y la tiró encima de la cama. - Ponte esto, estarás más cómoda. - Me saqué las converse como pude y me bajé los pantalones.

- ¿Edward? - lo busqué a tientas en la oscuridad, solo entraba un poco de luz a través del ventanal.

- ¿Que? - lo escuché desde el otro lado de la habitación.

- ¿Me ayudas con el nudo de la camiseta? - si hubiera sabido que iba a acabar borracha no me hubiera puesto el maldito top anudado al cuello y a la espalda. Cruzó la habitación en dos zancadas, me estremecí al sentir sus manos en mi espalda desnuda. - Gracias - susurré, al notar caer el top al suelo. Me di la vuelta y me rodeó por la cintura con sus musculosos brazos, me atrajo hacia su pecho también desnudo.

- Por una vez le doy la razón al gilipollas de Jay - agarrándome la cara con sus manos. Me besó, pero fue diferente que hacía un rato en la playa, no fue ansioso, esta vez fue lento y delicado, parecía que nuestras lenguas encajaran a la perfección. Dejé mi cabeza reposar en su hombro y me guió hasta la cama, cogió su camiseta y me la puso, olía tan bien. - Ahora vengo. - dijo desapareciendo por la puerta. Me desabroché el sujetador, lo tiré al suelo y me tumbé en la cama todavía un poco mareada por la bebida. - Toma - sentándose a mi lado.

- ¿Que es? - cogí el vaso.

- Para que te encuentres mejor, tu bébetelo. - le hice caso y me lo bebí, hice una mueca ante el amargo sabor. Le devolví el vaso y lo dejó en la mesita de noche.

- No - agarrándole del brazo al ver que tenía la intención de irse. - Quédate conmigo. - la preposición pareció sorprenderle - Por favor. - llevándome su mano a la cara. Quizá fueron los efectos del alcohol lo que me llevaron a sugerírselo, o quizá no. Permaneció unos segundos de pie hasta que se sentó en el borde de la cama a mi lado. - Gracias por cuidarme - apoyando la cabeza en la almohada, solté un bostezo y poco después ya empezaba a notar los párpados demasiado pesados.

- Yo nunca te haría daño. - apenas en un susurro mientras me arropaba.

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