2.

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Pasaron dos días y ya había terminado aquél libro que su hermana le había regalado.
Se sentía vacío. Ya no tenía más libros que leer.

Bajó a la cocina para coger algo de comer, y su madre se encontraba cocinando algo que olía de maravilla. Su barriga comenzó a rugir.

— ¿Que estas cocinando mamá? Huele demasiado bien

— Verduras al horno.

— Tengo hambre, ¿queda mucho para que la comida esté lista?— preguntó algo dudoso

— Sí, más de media hora— dijo riendo— ¿seguro que no tienes nada que hacer?

— No, ya me acabé el último libro que Gemma me regaló — dijo poniéndose triste

— ¿Porqué no vas ahora a la tienda de libros y te compras alguno? Yo te daré dinero, ¿si?

— ¿En serio?— se asombró.

— Por supuesto

Entonces se acercó al bolso y sacó su cartera. De ella, obtuvo varios billetes.

— Cómprate el que más te guste— dijo depositando el dinero en la palma de su mano.

Entonces salió muy rápido de su casa ya que no podía perder ni un minuto de su tiempo. No sabía dónde estaba aquella librería. ¿Era en la calle principal?

Anduvo durante media hora apróximadamente hasta llegar al final de la calle que estaba llena de tiendas. Llegó hasta una puerta de madera roñosa y pesada. Tuvo que usar toda su fuerza para abrir aquél portón, y casi muere en el intento.

Nada más entrar, vio cientos de estanterías llenas de miles de libros ordenados alfabéticamente, por gamas, colores, lomos, temas y estilos.

Eso era el paraíso, y un orgasmo para su cerebro.

Se adentró entre los estantes, mirando cada uno de los libros que se ponían ante su campo de visión. Eran tantos que ya incluso había olvidado los primeros que vio. Había libros de ciencia ficción, de amor, de guerra... Pero, ¿y los de poesía?

Buscó y buscó, pero no había ni rastro de ellos. Encontró a una chica leyendo un libro. "Tragicomedia de calisto y melibea"

— Perdona, ¿sabes dónde están los libros de poesía? — dijo casi en un susurro sin aliento.

Ella, sin mediar palabra y sin despegar la vista de su libro, señaló a una puerta de madera como la de la entrada. Él asintió y se dirigió a ella.

Pesaba lo mismo, y era igual de roñosa y grande que la anterior.

Al entrar encontró la octava maravilla del mundo. Estaba todo lleno de poesía.

Se recorrió cada una de las estanterías mirando los títulos y los autores, buscando el libro que más se asemejase a él. Y lo encontró. "Hojas de hierba" de Walt Whitman.

Cuando por fin lo cogió, se dispuso a buscar el mostrador para pagar el libro.

Era una pequeña mesa de madera con una caja registradora antigua. Se dirigió a ella buscando el dinero justo en el bolsillo de sus pantalones. Dejó el libro en el mostrador mientras sacaba dos billetes.

Escuchó la voz del dependiente indicandole el precio de aquel libro, y al levantar la cabeza para darle el dinero, ambos quedaron asombrados.

Se miraron a los ojos durante varios segundos sin despegarlos, hasta que el dependiente bajó la vista y cogió los billetes. Cogió el libro y entró en una sala a sus espaldas. Harry esperó varios minutos, y el dependiente volvió con el libro envuelto entre las manos en un papel color café. Se lo entregó, y sonrió.

— Espero que vuelva pronto.

Harry salió del establecimiento y miró la hora. Había pasado una hora y media desde que salió de su casa. Su madre lo iba a matar.

Corrió pensando en aquél chico de mirada azul y pelo castaño, el dependiente.
Quería llegar a casa para poder leer el libro.

Cuando llegó, su madre y su hermana ya habían comido.

— Has llegado un poco tarde— dijo sin estar enfadada — ,pero te he dejado comida en el microondas.

¿Y ahora como le iba a explicar a su madre que se había enamorado?

Cáncer | Larry Stylinson| AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora