Corazón de Hielo [MLB] || [CANCELADA]

10. Antepasados

Tal y como le había dicho su madre, Marinette terminó cada una de las tareas que tenía previsto para el próximo día y acomodó su mochila para dejar todo en orden antes de bajar a la sala. No dejaba de pensar en la caja de peculiares detalles. ¿Qué guardaba su madre allí exactamente? Estaba ansiosa por descubrirlo.

Cambió su ropa por una más cómoda y ligera. Su madre le había explicado que aquella danza involucraba mucha paciencia y concentración. ¿Cómo lo alcanzaría? No tenía ni la más mínima idea.

—Acércate Mari, hay algo que he querido darte desde hace mucho —sobre la mesa estaba la caja oscura, Sabine había abierto aquel cerrojo poco antes de que su hija bajara—. Estos son abanicos que han sido traspasados de generación en generación, durante siglos en nuestra familia, mi madre me los dio cuando tenía tu edad. Se suponía que tu tía debía tenerlos, pero, ocurrió aquello... —su mirada se entristeció momentáneamente, sacudió un poco su cabeza y abrió la caja de la que salió un resplandor dorado—. En nuestra familia existe una leyenda sobre una joven mujer que guardaba en su interior un poder inefable —contaba la azabache mayor.

Marinette, presa de la curiosidad, se acercó a su madre, sentándose frente a ella, y por primera vez en muchos años no despreció el conocimiento que ella intentaba transmitirle.

—Aquel poder representaba la luz, el yin, lo correcto —explicó, sacando un rectángulo con bordes de madera—. Ella protegió a todo su pueblo de los extraños, de los monstruos, pero al no haber equilibrio en su corazón, este empezó a quebrarse, sus buenas intenciones desaparecían, su amable personalidad se había tornado apática y con miedo a sucumbir por el mal, se apartó de la ciudad buscando paz, buscando una respuesta que apaciguaría su alma y le devolvería la cordura. 

—¿Qué pasó con ella? —preguntó Marinette, intrigada.

—Se aisló en las montañas. Dicen que sobrevivió en una cueva nevada, tan solo alimentándose de plantas que encontraba en la ladera y bebiendo el agua que se acumulaba en el interior de la montaña.

—¿Pudo recuperarse? —dijo esta vez, preocupada.

—Tuvieron que pasar muchos años, la leyenda dice que lo único que había llevado consigo fueron dos abanicos de metal que con el tiempo empezaban a deteriorarse. Meditaba varias horas al día, ocupaba la mayor parte en descubrir la razón de su repentino cambio. Una mañana despertó sintiéndose distinta, visualizó figuras en el aire que al salir de su boca chocaba contra el viento helado, haciéndolo visible. Estos le mostraban una serie de pasos que combinados y a un ritmo certero se transformaban en una danza. La llamó "danza de los espíritus de la montaña".

—Vaya, qué nombre para más largo —rió Marinette, volviendo a prestar atención a la leyenda.

—Suena más corto en nuestro idioma natal —explicó Sabine—, "Wǔdǎo shān líng". Es el nombre de la danza que aprenderás hoy.

—Wudao... ¿qué? —habló Marinette tras no haber captado con claridad el nombre de la danza.

—Wǔdǎo shān líng —repitió su madre.

—Mamá, ¿qué hay del resto de la historia? —preguntó curiosa.

—Bueno, ¿qué tal si te enseño lo que pasó cuando empezó a practicar los pasos? —Sabine se incorporó y extrajo un segundo rectángulo con bordes de madera—. Te confío este para que lo guardes contigo hasta que puedas aprenderlo bien, entonces te entregaré los abanicos milenarios. Bien, colócate a mi lado...

Tom sonrió, muy alegre, recordaba a su esposa realizando los mismos pasos cuando eran jóvenes. Antes de que la pequeña Marinette apareciera en sus vidas, Sabine se había planteado la idea de impartir danza tradicional China en la academia de baile de la universidad. Después de casados y con la repentina muerte de su suegro, su esposa abandonó la idea y se dedicó completamente a ayudarlo con la panadería, además que debía cuidar y apoyar a su hermana menor, quien apenas estaba terminando el colegio. Fueron tiempos difíciles, pero de los que no se arrepentía de haber vivido. El señor Dupain dejó a sus dos tesoros mientras se marchaba a reabrir el negocio. Era hora ya de volver al trabajo.