7. Rompiendo una promesa...

602 45 3
                                    

La práctica finalizó cuando el sol era desplazado por la cortina oscura bautizada de estrellas. Marinette sabía que, de una u otra forma, su madre se opondría rotundamente a que regresara a patinar; su padre, por el contrario, estaría en desacuerdo al principio, sin embargo siempre deseó ver a su hija feliz, haciendo lo que más le gusta, por lo que intentaría hacer cambiar de parecer a su esposa.

Félix, Lilia y Marinette subieron al peugeot rojo. Los dos adultos iban charlando en la parte delantera mientras la azabache observaba el horizonte por la ventana del asiento posterior. No escuchaba más que el ruido que las miles de ideas en su mente hacían. ¿Qué les diría a sus padres cuando la vieran llegar a casa en compañía de sus entrenadores? Su madre le gritaría que ha deshonrado su confianza, seguramente. Es más, se pondría tan furiosa como aquel personaje de las viejas películas que guardaban sus padres en el desván: "¡Deshonor! ¡Deshonor sobre toda tu familia, deshonrada tú, deshonrada tu vaca!(?)", no pudo evitar sonreír al pensarlo. Le gustaba mucho esa película, aunque fuera demasiado joven para recordar su estreno. 

Las luces de los postes se encendían gradualmente mientras la noche caía silenciosa. La luna posaba sobre la Torre Eiffel convirtiendo a Paris en una ciudad engalanada de misterio y belleza. 

—Mari, ya llegamos —dijo Lilia dando leves toques a la ventana del auto, sacando de sus pensamientos a Marinette.

—S-si, v-voy —rió nerviosamente y un tanto avergonzada. Bajó del auto y se posó frente a la panadería—. Avisaré que están aquí, por favor aguarden unos minutos. 

Se disponía a ingresar sola a la panadería, cuando la voz de Félix la detuvo en seco.

—Ni lo pienses —expresó seriamente—. Todo saldrá de maravilla, ya lo verás.

—Confía en nosotros —continuó Lilia—. Sé que será difícil, pero no imposible. Vamos todos juntos.

Caminaron hacia la panadería, dejando a Marinette atrás. Ella solo moría de los nervios, de la incertidumbre, no podía descifrar el ambiente que habría en el interior de la tienda una vez que sus padres se encontraran cara a cara con los dos entrenadores. Caminó en silencio, acomodando una y otra vez su bufanda. La campanilla de la puerta alertó a Sabine y Tom sobre la llegada de un nuevo cliente, o eso esperaban.

—Bienve...  —al verlo frente a ella, con esa seriedad tan característica del que hubiera sido su cuñado, Sabine no pudo evitar sorprenderse de la tan inesperada visita. Guardó compostura, optó por mantener una voz neutra y segura, no podía exaltarse cuando en cualquier momento podía ingresar un nuevo cliente—. Félix Dubois...

—Buenas noches, Sabine, Tom —saludó el rubio.

—Oh, Félix —Tom salió de la cocina igual de sorprendido por la llegada del hombre—. Sé bienvenido, ¿qué te trae por aquí esta noche? —sonrió.

—Me gustaría platicar de unos asuntos... importantes, con los dos.

—Claro, tan solo permíteme arreglar unas cuantas cosas aquí abajo entonces-

—No —dijo Sabine, cortante—. Lo que sea que tenga que decir no nos compete desde hace mucho, así que, monsieur Dubois, le pido cortésmente que se marche.

Intentó que sus palabras no demostraran lo furiosa que se estaba poniendo tras la llegada de aquel hombre al que no deseaba volver a ver más. Le incriminaba toda la culpa por la muerte de su joven hermana, aunque sabía que él no había sido el causante de ello. Sabía que estaba mal, que todo aquello que sentía no debía descargarlo en él. Pero no podía evitarlo.

Marinette, que acababa de ingresar, se quedó atónita ante las palabras que su madre acababa de dedicarle a Félix. No entendía el por qué de aquel cambio de actitud y el enojo en su manera de hablar. Pero no podía dejar que la situación terminara mal.

Corazón de Hielo [MLB] || [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora