5. Problemas

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Despertó muy temprano en la mañana del lunes, sintiendo una calidez inmensa fluyendo desde su corazón. Era una sensación muy extraña, desde que se escapó aquel día para patinar en el hielo no ha dejado de percibirlo. Cambió rápidamente su ropa mientras bajaba para saludar a sus padres. 

La mañana entera pasó en la panadería atendiendo la caja registradora, las personas iban y venían, los clientes regulares los saludaban con confianza, mientras que los nuevos ingresaban tímidos a preguntar sobre los macarons que se exhibían en las ventanas. Sus padres cerraban la tienda a eso del medio día, pues era hora del almuerzo y los parisinos preferían los restaurantes para alimentarse. 

Sabine preparó un estofado de carne acompañada de una salsa de especias que hacían que una comida casera pareciera un especial gourmet de esos restaurantes elegantes cercanos a los atractivos turísticos más importantes de Paris.

Marinette agradeció por la comida y, tras haber probado un bocado, comió el platillo disfrutando de cada uno de los sabores conjugados en él. Permaneció en silencio mientras terminaba de comer. 

—Come más despacio, hija —sonrió Sabine—. No querrás tener dolor de estómago, ¿verdad?

La azabache negó con su cabeza, tenía la boca llena como para hablar. Se ruborizó de la vergüenza y continuó comiendo acatando la sugerencia de su madre. Una vez que su boca estuvo libre para articular palabras, observó a sus padres con una sonrisa.

—El invierno terminará pronto —empezó diciendo—, ¿podría salir a dar un paseo mientras sigue vivo? Aún me faltan muchos lugares por descubrir.

—Mari, llevas todo el año visitando cada rincón de Paris —rió su padre ante su petición—. No tengo ningún problema en que salgas a divertirte, pero... —observó a su esposa con una mirada cómplice, sabiendo que a ella no le agradaba mucho que su pequeña salga de casa.

—Por favor, mamá... No tardaré mucho, ¿sí? —dijo la azabache poniendo ojos de perrito, deseando libertad para correr hacia su mundo de hielo.

—Está bien, pero regresa antes de abrir la panadería otra vez —aceptó Sabine a regañadientes.

—¡Gracias! —exclamó feliz, levantándose bruscamente de la silla para abrazar a su madre y luego a su padre. 

Terminó de comer, levantó sus platos y se marchó a su habitación para preparar un bolso donde llevaría los patines y las zapatillas de ballet escondidos junto a un par de guantes y su cuaderno de dibujo. Se vistió con una blusa y unas mallas de color negro y una falda blanca con pliegues que le llegaba una cuarta arriba de la rodilla. Se colocó un par de botines café y un abrigo del mismo color. Recogió su cabello en una coleta a un lado y terminó de alistarse. Tikki se escondió en la capucha del abrigo. Al bajar tomó una cajita que guardaba galletas y macarons y la introdujo en el bolsillo delantero del bolso.

—Ve con cuidado, cariño —la despidió su madre en la puerta.

—No te preocupes, estaré bien, mamá. Los veo en la tarde —dijo y se marchó en dirección a la parada de bus.

Observaba que todo a su alrededor estuviera bien. Hace poco tan solo era la pequeña niña de ojos grandes que curioseaba el mundo a su alrededor, a la que amaba y protegía incondicionalmente. ¿Cuándo había dejado de serlo? No podía, no quería dejarla a merced del mundo monstruoso que podía arrebatársela de las manos...

—Nuestra niña se está convirtiendo en una mujer muy fuerte, confía en ella, ma chéri —susurró Tom abrazándola, intentando alejar la preocupación que su esposa tenía.

—A pesar de ello, no quiero despertar un día sin saber de ella, sin tenerla junto a nosotros. Oh, Tom —se abrazó a su esposo—, no quiero que le ocurra lo mismo que a mi hermana. No podría soportarlo.

Corazón de Hielo [MLB] || [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora