Capítulo VIII.

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ALEJANDRO FERNÁNDEZ — SÉ QUE TE DUELE Ft. MORAT.

Energía

La turbulencia quizá solo tiene unos quince minutos, lo cierto es que se siente que han transcurrido unas buenas horas

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La turbulencia quizá solo tiene unos quince minutos, lo cierto es que se siente que han transcurrido unas buenas horas.  Por cada caída, o pérdida de metros de altura en que el avión hace sus descensos y prontas estabilizaciones, Antonella aprieta y libera el agarre que la sostiene a mi mano, como si en ello lograra aferrarse quizá ¿a la vida? ¿A la calma? Ni idea qué pasa por su mente en este momento.  La mía se va directo a mi infancia, al orfanato y a lo que las monjas me enseñaron en ese sitio católico a más no poder... pedirle a Dios porque nada nos pase y rezar cuanta oración se cruza por mi mente, así la culmine, se me olviden frases o salte de una a otra sin correlación alguna.  Lo importante es ocupar la mente en lo que sea para que los minutos no consuman mi calma y altere más mis nervios, mi autodominio.

—Muero por un cigarrillo... —musita con voz temerosa la chiquitica.  Giro para mirar su semblante, quizá está en shock y ha comenzado a decir barbaridades.  Yo lo único que deseo es que esta mierda pare y lleguemos a México, así como no volverme a subir a un aparato de estos por un buen tiempo.

—Estás como loca, chiquita... —Reparo sin dejar de observarla.

—¡Qué! —replica, no digustada pero si como es ella.  Toda espontánea y muy explosiva.  Como le gusta hacerse notar y valer sus razones.  En fin... Antonella pues.

—Primero, no llames a la muerte en este momento, y segundo, un cigarrillo no es buena opción cuando estás en un lío así.  Mejor toma —Reviso mi chaqueta con la mano que me queda libre y saco un chocolate, es solo un bombón, que a mí me serviría de mucho.  Suelto el agarre que nos mantiene unidos y lo abro.  No está de los más formado, todo se debe a que lo llevo en mi chaqueta desde que salimos del departamento, fue un regalo de Juan Diego el cual prometí comerme al subir al avión, cosa que olvidé entre tanto caos..., pero chocolate es chocolate y punto.  Se lo entrego y no duda un minuto en morder la mitad del dulce y entregarme la otra parte, cosa que me hace negar de una vez para rechazarlo—. No, no.  Comételo.

—¿Por qué? ¿Te da asco mi saliva cuando ya has probado "otras cosas" de mi cuerpo?

La observo fijamente e intento ganar un par de minutos preciosos en mi cabeza elaborando una respuesta idónea ante tanto derroche de sinceridad que colinda en el cuerpo de semejante mujer.  Su mano sigue sosteniendo el pequeño pedazo de bombón incitándome en muchas formas, el avión se ha estabilizado, la lluvia se mantiene, un poco más suave pero lluvia al fin, dejando atrás al torrencial aguacero que nos puso los pelos de punta.  Mueve su mano de lado a lado, tentándome de nuevo y como dando a entender que es la última oportunidad que me queda para saborear una de mis debilidades, o ella lo engullirá sin pena ni gloria. 

Sonrío, quizá con un poco de picardía ya que un leve rubor se ha acentuado en sus mejillas, así que acerco mi boca a sus dedos que mantienen preso al dulce y con mis labios tomo el bombón, de igual forma recojo con mi lengua y dientes todo rastro de chocolate que haya quedado impregnado en la finura de sus dedos.  Su mirada es un tanto contrariada y sorprendida a la vez, lo más seguro es que llegó a pensar que no sería capaz de responderle con hechos su interrogante.

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