Capítulo XVI.

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HAY AMORES — SHAKIRA.

El anclaje era ella.

Ya habían transcurrido los tres putos e infernales días esos de los que hablaban los médicos

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Ya habían transcurrido los tres putos e infernales días esos de los que hablaban los médicos. Todo una verdadera debacle en mi fuero interno, y más cuando no me dejaban verla, por las estúpidas e irrisorias razones que no existía un nexo consanguíneo o de afinidad, sino de simples amigos que se establecía entre ella y yo, según los galenos y todo el mundo..., la realidad era muy distinta, entre nosotros dos, la delgada línea de la amistad y el sentir profundo se había traspasado con total creces.

«¿Y es que acaso los amigos no teníamos derecho a preocuparnos por nuestros semejantes?»

Un poco de actitud infantil imperaba en mi sistema, ya que Arantxa era la única de nosotros, aparte de sus padres —que ya estaban aquí desde ayer en la mañana, por cierto—, la que podía acceder y ver a mi chiquita.

Tenía que aceptar que poseía una paciencia de oro, pero yo quería mirarla de cerca, tocar su cabello, su piel, sentir un poco el calor que sus manos pudiesen desprender, muy a la par de que ese lugar es tan, pero tan frío... y solo.

No me bastaba la información que traía a cada rato mi cuñada, o los padres de Antonella, donde relataban que se veía bien, que estaba algo pálida, pero así de bonita como era ella, ni mucho menos que una leve hematoma, prácticamente, coloreaba parte de su ceja izquierda, no me era suficiente con ello. Yo quería más...

Es de madrugada, anoche me negué a irme a mi casa, es más, me ofrecí a quedarme para que sus padres, su hermano Paolo, y hasta el imbécil de su marido, así como cualquiera que quisiese no sé, descansar, dormir, o lo que mejor les pareciese con su vida, salieran del hospital.

Solo a mí petición accedieron sus padres, mi cuñada y mi primo Juancho. Su hermano Paolo, y el mentecato de su marido, así como mi persona, nos mantenemos en las sillas incómodas de la sala de espera por si mi chiquita necesita de algo. De vez en cuando ellos desaparecen, tal vez a beber café, fumar un cigarrillo o quizá conversar de una manera mucho más privada, sin tenerme cerca, eso creo.

En estos tres días ha desfilado un sin número de personas conocidos y allegados de Antonella por este lugar. Cada tanto en tanto, llegan, se sientan y hablan con Arantxa, su abuela o los padres de ella, y tras escuchar por quién sabe cuánta vez lo mismo, lo que ocurrió, se despiden y prometen volver al otro día. Sus compañeros de trabajo, Génesis, la familia plena de Arantxa, sus suegros, algunos desconocidos que saludan al bolsa de su esposo, y por sobre todas las cosas, los padres de Antonella, no se cansan de preguntar y repetir qué sucedió, por qué si ella es tan buena conduciendo un automóvil, tuvo que ocurrirle eso.

Hasta dónde sé, y todo porque Juancho me lo dijo ayer, sus hermanos llegaran poco a poco, solo Paolo, y sus padres, pudieron abordar el avión lo más rápido tras enterarse de lo ocurrido.

No me atrevo a decir nada, no está de mi parte esclarecer que todo lo acontecido tiene que ver con esa conversación que mantuvieron Lorenzo y Nella hace exactamente tres días atrás muy a la par de que no sé con exactitud lo ocurrido, además que el abogado amigo de estas señoras, mantiene un hermetismo austero en torno a ese día. Por muchas ganas que tuviese de escupir todo, por mas que el nudo de insultos que apretaban mi garganta en contra de Luciano, pujarán por salir, o bueno, lo poco que sabía, quería gritarlo a los cuatro vientos, debía respetar su intimidad, y a pesar de que el tiempo algunas veces nos juega en contra, o chueco, era innegable que mantenerme callado sería lo mejor en este momento.

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora