Capítulo XIV.

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TE LO TENGO QUE DECIR —LA MELODÍA PERFECTA Ft. GUACO

A oscuras...

Leo nos lleva, en el auto de la compañía, a un bonito restaurante distante de Ciudad de México

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Leo nos lleva, en el auto de la compañía, a un bonito restaurante distante de Ciudad de México.

Al parecer, los participantes de la reunión, querían conocer más de la cultura de este país, y dejar de lado lo que engloba las grandes ciudades. 

Quizá con la mejor racha de suerte del destino, no conseguimos nada de tráfico, y en menos de cincuenta minutos, con solo veinte de retraso, llegamos al lugar.

Gabriel y Leo bajan de inmediato para, casi que al unísono, abrir la puerta del auto que me permite salir de ese espacio.  Gabo le gana en velocidad a mi querido viejito así que le entrego mi bolso, que debe pesar toneladas por tanta mierda que llevo a cuestas.

No puedo evitar botar una carcajada cuando lo veo como se echa mi enorme "guarda mierdas" en su hombro.   Es una escena cómica, de eso no hay duda.

—¿Qué? —pregunta más que perdido, generando más y más risa en mi organismo.

Es que se ve demasiado cómico, con esa enorme estatura, vestido de traje formal y cargando la enorme bolsa de una mujer a cuestas. 

—Te queda relindo mi bolso.  Pero lamento destruir todas tus ilusiones ya que combina mejor con el marrón de mis zapatos... dame acá eso.

Se detiene y me encara, regalándome una mirada nada agradable, pero en la que se halla inmersa un sin fin de sensaciones contradictorias.

—Estas muy graciosita tú, chiquita. —dice a la par de que repasa su vista con supremo descaro por mi cuerpo.  Abro los ojos con el objeto de llamar su atención.  No estamos solos y Leo puede notar algo, eso no impide que siga degustando su psique con mis ¿piernas, tetas... brazos? No sé que tanto escruta—.  Unas buenas nalgadas te harían bien...

—Cállate... —susurro.  Ahora el que ríe de forma abierta es él.

Me entrega el bolso a la par de que guiña su ojo izquierdo, y hace un gesto con su boca que entiendo a la perfección, Leo debe estar acercándose a nosotros para preguntarnos qué hacer.

—Bien,  Nella.  ¿Los espero, voy y vuelvo, o qué?

Me giro para hablar con él, no obstante, me quedo con la palabra en la boca por dos sencillas, pero a su vez, electrificantes razones; la primera, su mano como descansa al final de mi espalda, generando cosquillas más allá de mi piel y segundo, por lo que dice,

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