Capítulo VI.

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DEJA QUE TE BESE — ALEJANDRO SANZ FT. MARC ANTHONY.

Toda la razón...

En definitiva, el primer órgano que actúa frente a la idea de plantearse ser infiel, es el cerebro

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En definitiva, el primer órgano que actúa frente a la idea de plantearse ser infiel, es el cerebro. No existe nadie, en todo el planeta tierra que mentalmente no haya recreado su morbo al ver a otro semejante. 

En el mundo, miles de hombres, suelen ser atractivos, y es imposible que pasen desapercibidos frente a nuestros ojos, eso es innegable, y mucho menos en mi profesión. Ese espacio en el que me muevo he visto miles de seres masculinos unos más apuestos que otros, tanto de cerca, como de lejos.  He tenido el placer, dicha, suerte o qué carajos sé yo, hasta de tocar abdómenes bien definidos y repasar mis ojos, sin pena ni vergüenza, por la anatomía masculina, sin embargo, más allá de pensar «que el sujeto en cuestión está como le da la gana», o tal vez que es demasiado artificial para mi gusto, quizá simplemente, producirme un halo de repugnancia sus músculos triple exagerados, pues suelo pasar página y ya.

Pero con él se me remueven las tripas.  Se me anidan hormigas venenosas en el útero, enviando su potente pócima enfermiza a los lugares más prohibidos de mi cuerpo.  Y ayer pensaba que todo era producto del alcohol, y que ese beso, que ahora me está consumiendo, me lo daría en situación de embriaguez mutua, utilizando ese estado de confusión mental para conseguir excusas que justificaran nuestra indebida conducta.  Sin embargo, me acabo de encontrar con un hombre inteligente, que me respetó hasta cierto punto, cuando mi consciencia se hallaba obnubilada por tanto licor circundante en mi sistema.

Su boca deliciosa repasa los confines de la mía, su lengua afanosa por explorar mi cóncava humedad, irrumpe con un toque de timidez y paciencia para engancharse de ella, para apreciar el placer de lo prohibido, el néctar que funde nuestros labios, la esencia que enciende y dispara toda la química aliciente de dos cuerpos enfebrecidos a punto de estallar sin juicio ni medida.  Lo hace como explorando un campo minado, con pausa y lentitud, permitiéndome y a su vez, permitiéndose, degustarme.

Sus manos grandes y fuertes me toman desprevenida, se ajustan a la perfección en la curvatura de mi cadera, una al lado de la otra, sé que su intención es tocarme con mayor dominio, pero para ser sincera, yo siento que me estoy fundiendo como un soberano caramelo solido cuando toca el fuego para volverse líquido, convirtiendo en polvo hasta mis tuétanos.

Gimo en el silencio de mi garganta ahogada por su carne serpenteante, por lo empalagoso y dulce de su saliva que empapa mis labios.  Quizá mi suspiro apurado alertó su control, ya que lo escucho gruñir generando en mi autodominio un desfogue de excitación apresurado.  Sé que todo se está saliendo de control y de nuevo, una pequeña parte de eso que llamamos "principios" me ataca.  Por ello me aparto, pongo frenos al momento colocando mis manos en su pecho, oprimiendo un gemido de dolor de la herida de mi mano que roza sin cuidado su camiseta.  El momento me consume y bajo los ojos avergonzada, de inmediato noto el bulto excitado de su erección, generando en mi mente mayor culpa porque sé que una cuota de responsabilidad me pertenece, nunca había hecho algo así, y todo se debe a que simplemente jamás me había enfrentado a situaciones como estas. 

Maravillosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora