Capítulo XVIII.

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MI BENDICIÓN — JUAN LUIS GUERRA.

Mi Bendición.

Solo han transcurrido siete días desde que salí del hospital hasta hoy

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Solo han transcurrido siete días desde que salí del hospital hasta hoy. 

Recorro mi departamento con sigilo.  Son pasadas las dos de la madrugada y todos duermen.  Cuando hablo de todos, me refiero a mi familia entera.

Con cada uno de los días que avanzaron sin cesar, cada uno de mis hermanos llegó desde tan lejos para estar acompañándome, unos se regresan de vuelta a su vida esta semana, y otros como Paolo, y mis padres, pretenden quedarse conmigo hasta que todo este perfectamente bien, o hasta que los médicos me den el alta formalmente.

A pesar de que amo estar en mi casa, porque este lugar es tan mío desde que era una niña, ya que mis padres me lo dejaron cuando se regresaron a sus raíces, debo admitir que al sortear la vista, por el medianamente alumbrado espacio, los recuerdos me embargan.  

Aún quedan muchas cosas de Luciano en cada mueble, en el despacho, en la cocina y hasta en mi habitación.  He llegado hasta pensar que lo mejor es vender este lugar para comenzar en otro, desde cero.

Doy pasos cortos, aquellos que mis costillas, unas que comenzaron a sanar, me lo permiten.   Abro con cuidado el pomo de la puerta de la habitación que alguna vez fue mía cuando era pequeña y veo a mis padres durmiendo acurrucados en la paz de su mundo, de su entorno propio...  Babbo bordea el cuerpo regordete de mi madre con su brazo pesado, enterrando su nariz en los cabellos canosos de mamá.  La luna le regala luz a su rostro envejecido y puedo notar como esa manera de descansar la llena de una calma indescriptible.

No debería estar espiándolos, pero el insomnio es algo que se ha instalado en mi cabeza las últimas noches, y todo lo atribuyo a la cantidad de líos que circundan mi vida.

El amor es extraño.  Mamma asegura que ese sentimiento es una especie de montaña rusa, donde unos días está en la cúspide y otros rozando el suelo.  Más allá de un sentir, es una especie de sociedad donde cada uno de los implicados, puede, debe y tiene que dar para poder recibir.  En ello está inmersa la aceptación, pasión, sabiduría, entrega y amor propio y por tu semejante, así como la madurez y la actitud con que se miren las cosas.  Tal vez allí radica todo, en el lente que cada uno utilice para ver lo que sucede alrededor, y estoy segura que mi madre usó parte de esa madurez y sabiduría para, no comprender y aceptar lo que hizo papá, pero si perdonar su falta al matrimonio, a esa unión visible e invisible para muchos, pero que para ellos vale muchísimo.

Creo que llegué a un punto de colapso tanto físico como mental, muy a la par de que mi instinto primitivo imperaba por salir esa tarde en el hospital, y las fuerzas cada vez más pujaban con ahínco para que me levantara de esa cama y le diera una buena trastada de golpes a Luciano, no obstante, el cansancio y mi condición física relegaron mi estado de conmoción, y lo único que hice, con la mayor muestra de madurez y seriedad presente, fue pedirle que por favor se largara de mi vida, que para mí ya todo estaba plenamente claro, y que por supuesto, no iba a ir regando por el mundo su orientación sexual, no soy ese tipo de personas.

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